El fentanilo se ha convertido en la pesadilla perfecta. Su devastador impacto en Estados Unidos ya cobró más vidas que algunas guerras y, en México, es un espejo que nadie quiere mirar.
¿Quién quiere aceptar que este letal opioide se produce y distribuye desde México?
El reportaje del New York Times sobre un laboratorio del Cártel de Sinaloa en pleno Culiacán encendió un debate tan tóxico como los químicos que documentaron.
El artículo, elaborado por periodistas que se jugaron la vida para entrar en un laboratorio clandestino, describe un proceso improvisado, con cocineros sin guantes y con cubrebocas quirúrgicos. Hasta una cerveza al lado de la cocina, todo muy natural.
Esto, por supuesto, provocó la indignación de la presidenta Claudia Sheinbaum. “Es imposible hacer fentanilo así”, afirmó con la seguridad de quien parece ignorar los decomisos documentados de los precursores esenciales para su síntesis que llegan a México desde China.
Mientras Sheinbaum descalificaba el reportaje, el Times lo defendió con firmeza. “Confiamos completamente en nuestro trabajo”, contestaron, remarcando los meses de investigación y el riesgo asumido para documentar una realidad que México parece empeñado en negar.
Sheinbaum sigue los pasos de su predecesor, López Obrador, al tratar de tapar el sol con un dedo, mientras que el mundo entero observa.
Luis Chaparro, periodista con años documentando el narcotráfico, ofrece un matiz crucial. En su análisis, señala que el fentanilo en México no solo se empaqueta, sino que sí se sintetiza. Y lo que resulta más preocupante: todo comienza con la importación ilegal de cuatro-piperidona, un precursor químico que no tiene uso legal más allá de ciertos jabones industriales. Esta sustancia es la piedra angular del problema. ¿De verdad el gobierno mexicano no puede controlar sus puertos y aduanas para frenar este flujo?
El periodista explica cómo los cárteles, siempre ágiles para adaptarse, migraron del negocio de la metanfetamina al del fentanilo cuando descubrieron sus ventajas. La metanfetamina requería enormes instalaciones, químicos voluminosos y procesos altamente riesgosos que, si salían mal, podían detonar explosiones visibles a kilómetros. Era un negocio rentable, pero logísticamente complicado.
El fentanilo cambió todo. Con esta droga, los cárteles encontraron un negocio más fácil, barato y discreto. Fabricar fentanilo requiere poco espacio y cantidades mínimas de químicos. Una cocina promedio en una zona residencial puede producir suficientes dosis para inundar las calles de Estados Unidos. Además, el riesgo de decomisos se diluye en números: si una cocina es destruida, hay cientos más listas para operar. Así lo cuenta Chaparro en una entrevista para Adela Micha: “Abrimos 200 de estas en la ciudad, y si nos va bien, abrimos otras 200”. Es un modelo casi indestructible.
Si una cocina improvisada puede o no producir una droga letal, no debería ser la discusión.
La indignación de Sheinbaum, por más legítima que sea, no desvía la atención de la raíz del problema: el descontrol absoluto de las importaciones químicas. Mientras sigan entrando los precursores desde China, el fentanilo continuará siendo la droga más barata y rentable para los cárteles.
López Obrador, con todas sus extravagancias, tenía la habilidad de marcar la agenda. Con él, los medios hablaban de lo que él quería que hablaran. Pero Sheinbaum ya no marca el ritmo del partido; parece estar a la defensiva, esperando no recibir muchos goles.
Para su desgracia, el partido apenas comienza, y le quedan seis largos años por defender su portería.
Estoy en X como @jlparra_. Nos seguimos leyendo y, mientras tanto, no dejemos de cuestionar. Buen fin de semana.