En la Segunda Guerra Mundial llegó a Mazatlán un militar estadounidense de alto grado. El abasto de amapola desde Turquía se había interrumpido, y Washington necesitaba nuevos proveedores para morfina. Gente del gobierno mexicano se puso a sus órdenes.
“Toda la sierra regaron mi papá y Willie-Billy de dólares y amapola, y de pequeños laboratorios rancheros, muy rudimentarios, para obtener la goma que mandaban a Los Ángeles para producir la morfina”, narra Héctor Aguilar Camin en Pasado pendiente*.
En ese texto, un personaje de nombre Lezamita le cuenta a un narrador que su padre fue ese funcionario que ayudó a los estadounidenses a “regar” de plantíos y rancheros laboratorios la sierra sinaloense.
Tal historia habría ocurrido hace ochenta años. Y acabada la guerra, el gringo habría regresado a Sinaloa a reactivar plantíos y laboratorios, sólo que en esa ocasión el negocio era particular: de narcos privados, no un acuerdo “tácito” entre gobiernos.
Regresaré al cuento más adelante. Por lo pronto, saltemos a diciembre de 2023, fecha en que Le Monde presenta videos de un reportaje que sigue la ruta del fentanilo: su producción, su tráfico y el lavado de las ganancias.
Según el diario galo, el periodista Bertrand Monnet picó piedra durante dos años en su afán de entrar a los laboratorios donde se produce fentanilo en Culiacán.
En la primera parte de su investigación (aquí en Youtube https://youtu.be/02lo3XdYcnA?si=-GV2xnS3tRLgrnIs) el reportero destaca que el fentanilo se produce en “docenas de pequeños laboratorios” clandestinos. Le sorprende, igualmente, cómo procesan la sustancia “con tan pocos recursos”.
Y, para sorpresa de pocos en las imágenes de Le Monde se exhiben dos “laboratorios” que son, cada uno, una habitación pelona, típica de cualquier modesta vivienda de México. Con San Judas Tadeo y gatito japonés de la suerte, incluidos.
Con ventiladores caseros (cero industriales), espátulas y tuppers que se consiguen en cualquier tienda. Si acaso, los trajes y las mascarillas de los “cocineros” entrevistados por Le Monde se ven un poco más “pro” que los que exhibió hace días The New York Times, en un reportaje que ha merecido dos días de réplica de Claudia Sheinbaum. Ayer la Presidenta incluso llevó a la mañanera a parte de su gabinete en su intento de desmentir al diario neoyorquino.
Regreso a la narración de Aguilar Camín sobre algo que habría ocurrido a mediados del siglo pasado, luego de que el gringo del cuento tuviera éxito al reactivar la producción de goma en las sierras y cañadas sinaloenses:
“Empezaban los periódicos de California a hablar de Sinaloa como granero de la heroína que mataba a adolescentes en las calles de las ciudades norteamericanas”.
Como ya pudo adivinar el lector, si a la anterior cita se le cambia la palabra heroína por el término fentanilo tenemos… que no hay nada nuevo bajo el Sol.
Dicho de otra forma: la presidenta Sheinbaum revira al Times porque, como otros presidentes mexicanos antes que ella, sabe que Washington, y más con Trump, la presionará en un problema que es más complejo que sólo culpar a México por el consumo de EU. La hipocresía del gobierno estadounidense es algo que también está descontado.
La prensa de EU, de Francia y, por supuesto, de México expone a menudo una realidad: guste o no a Palacio Nacional, en “rudimentarios” laboratorios se produce fentanilo en México. Culpar o tratar de desmentir a un medio de comunicación calma a cierta parroquia cuatrotera, pero ni convence en Washington ni –lo verdaderamente importante– reduce el problema.
Porque como se subraya en el reportaje de Le Monde: producir y traficar fentanilo en Culiacán es posible, fundamentalmente, porque tenemos policías e instituciones que pueden ser compradas. Porque parte del negocio es para corromper policías y funcionarios. Y eso está narrado en el cuento de Aguilar Camín (porque es cuento, ¿verdad?) y en muchos, demasiados, reportajes desde hace décadas. Mientras eso no cambie, nada se resolverá. Y eso sí nos toca en México.
*Incluido en Historias conversadas (Cal y Arena, 1992)