Hace 31 años, la izquierda social, política e intelectual celebraba la irrupción en Chiapas de un movimiento de indígenas armados que luchaba por la igualdad, contra la discriminación y el autoritarismo priista: el zapatismo. Tras cinco gobernadores interinos priistas en un lustro Chiapas tuvo alternancia política y el tricolor no regresó al poder estatal. Desde hace 25 años ni PRI ni PAN han gobernado ese estado.

El zapatismo fue un eslabón más de las luchas políticas de la amplia gama de izquierda en el país. Abiertamente antipriista y con un propósito reformador. Las movilizaciones y sacudimiento de conciencias que provocó fueron determinantes para las reformas políticas y el acotamiento del control gubernamental de procesos electorales, además de combatir a fuerzas paramilitares y las violaciones a derechos humanos.

¿Cómo imputarle al neoliberalismo (encarnado en PRI y PAN) lo que ahora ocurre en Chiapas si hace casi tres décadas que no gobiernan la entidad? ¿Cómo hacerlo si el gobierno que empeoró las circunstancias fue uno bajo el símbolo de Morena?

El drama de Chiapas, la pérdida de control territorial de la autoridad morenista, el socavamiento institucional, tiene responsables y cuyo principal funcionario es premiado con un consulado como si su legado de omisión fuera ejemplo para el servicio exterior mexicano. (A Díaz Ordaz y a Echeverría también les dieron embajadas).

El remedio al desastre es parecido a los de la época neoliberal. Un grupo policial denominado Fuerza Pakal, integrado por 500 ex policías federales y ex guardias nacionales, con entrenamiento militar, encapuchados, camuflajeados, armas largas, 200 patrullas y diez blindados ya opera como paladín del nuevo gobierno que encabeza el morenista Eduardo Ramírez.

“Yo soy policía, yo soy especial; me gusta el combate, también disparar. Estoy entrenado y soy muy capaz. Con el liderazgo de un fuerte jaguar, al pueblo de Chiapas la paz restaurar, aunque mi vida tenga que ofrendar”, cantan marcialmente los Pakales antes de cada operativo. “¡Vencer o morir!” es su lema. ¿Y los abrazos? Para los dolientes.

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Hace 30 años, Tabasco fue epicentro de la lucha contra el fraude electoral, el dispendio de recursos públicos en favor del PRI y el abuso de poder. Ahí nació Morena. No hay lugar más emblemático para el partido que gobierna ahora el país que el Edén.

La movilización tabasqueña de entonces fue ejemplar. Junto con el apoyo al zapatismo, la lucha democrática de esa entidad empujó cambios significativos. Tanto que Morena, 25 años después, ganó la Presidencia y los gobiernos en el sureste.

Cuando Morena recibió la administración estatal, hace un sexenio, Tabasco no estaba entre las entidades con descomposición social y de seguridad. Hoy, tras gobiernos morenistas, lo está. El crecimiento criminal, la toma de municipios por gangsters, el narcomenudeo campeante, la extorsión y la zozobra de distintos municipios primordialmente la otrora apacible Villahermosa, tiene responsables, malas decisiones, pésimas ejecuciones de políticas públicas.

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Los primeros cien días del gobierno de Claudia Sheinbaum ameritan un corte de caja. ¿Cómo recibió la administración federal, con cuáles aciertos y cuáles deficiencias?

Si el gobierno federal emprende camino como en Chiapas y Tabasco, donde no se han atrevido a hacer un corte de caja público, el deslinde de responsabilidades y el castigo de culpables, seguramente en poco tiempo se encajonará en sus contradicciones.

Muchos funcionarios federales actuales murmuran sus enojos por el estado de cosas que encontraron en distintas dependencias. Airear, explicar, revisar para no incurrir nuevamente en los mismos errores sería una sana práctica. Es un acto de honestidad, no de hipocresía. Profundamente críticos de sus contrarios, no deberían ser cómplices u omisos de sus colegas incumplidos. Si decidieron la mano dura, como en Chiapas, que lo asuman. Si corrigen, que lo hagan y lo digan. Lo otro es simulación.

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