Aterrizas en el AIFA, ese elefante blanco de 400 mil millones de pesos que prometía ser el nuevo aeropuerto de la capital. Es un aeropuerto enorme, pero vacío, con más militares que vuelos. Sales con tu maleta, cansado, buscando un taxi, porque claro, el AIFA está tan lejos de todo que un camión no te podrá llevar a la civilización. Entonces comienzan las sorpresas.
En el módulo de taxis te venden un boleto con una tarifa fija. Te explican que el precio incluye todo: el traslado y, por supuesto, la tranquilidad de no tener que negociar con el conductor. Todo suena muy Premium, profesional. Pero al abordar el taxi, surgen cosas.
El conductor de saluda, y al poco tiempo de arrancar, comienza la primera estafa: “Oiga, el boleto que le dieron solo incluye una caseta. Si tomamos una ruta más rápida, hay que pagar otra caseta adicional”. Tú, agotado, prefieres no discutir. Pagas, porque en tu mente piensas que efectivamente se trata de un costo legítimo.
Sin embargo, lo que nadie se molestó en explicarte fue que las casetas ya están incluidas en los poco más de $1,500 que pagaste por esta estafa.
Luego viene el truco del equipaje. Al llegar a tu destino, el taxista te informa que hay un cargo extra por las maletas. “Es que eso no viene incluido en el boleto, joven”, dice con toda calma. Tú, confundido, intentas argumentar que en el módulo del aeropuerto te dijeron que todo estaba cubierto, pero el conductor insiste. Incluso llama a la “oficina” para confinar el supuesto cargo adicional. Por supuesto que la llamada es falsa, forma parte de la estrategia.
Y si eres extranjero, prepárate para un golpe aún más descarado. A los turistas se les hace una conversión inventada de dólares a pesos, siempre un tipo de cambio ridículo que infla el precio del viaje. Es el combo completo, abuso por la que trabaja en el módulo del aeropuerto, por el taxista y hasta por la central de taxis. Todos forman un círculo virtuoso que tiene como objetivo seguir robando al que se deje.
Este problema no es exclusivo del AIFA. Luisito Comunica lo vivió recientemente en Cancún, donde le cobraron $2,000 por un trayecto de 20 minutos desde el aeropuerto. El caso se volvió viral, y hasta la presidenta Sheinbaum tuvo que opinar al respecto, afirmando que “hay que cobrar lo que se debe” y prometiendo pedir investigaciones sobre las tarifas.
Por su parte, el gobierno de Quintana Roo también respondió, anunciando medidas para regular los costos y las distancias en los taxis de aeropuerto. Sin embargo, estas promesas son las mismas que hemos escuchado durante años, mientras el abuso sigue igual.
El propio Luisito señaló algo crucial: los taxistas no siempre son los villanos. Detrás de ellos hay sindicatos, mafias y hasta crimen organizado que controlan rutas, precios y quién puede operar. Son sistemas tan bien montados que el usuario no tiene escapatoria.
Los taxis de aeropuerto no son simples servicios; son mafias institucionalizadas. Y aunque los gobiernos se comprometan a actuar, los usuarios seguimos siendo víctimas de un modelo corrupto que funciona a la perfección para quienes están al mando.
Así estamos: aterrizando en aeropuertos nuevos, pero enfrentándonos a las mismas viejas trampas. Porque, en México, hasta los taxis nos recuerdan que todo puede ser un negocio chueco.
Que tenga un excelente fin de semana. Le invito a acompañarme en X, donde me encuentra como @jlparra_.