A modo de una clara fantasía política y con el ánimo de despedir el año con una alucinación jurídica y social, invito a mis dos lectores que pasan la vista distraída por estas breves líneas, a imaginar la existencia de unas gafas mágicas que, con el solo hecho de colocárselas y ver a los ojos a una persona, pudieran conocer todo su patrimonio. ¿De acuerdo? Entonces acompáñenme a este risueño ejercicio de ficción y entremos juntos, cada uno con sus lentes, al Honorable Congreso de la Unión, que ni es honorable ni es congreso ni mucho menos de la Unión, y que, al estar integrado por una agusanada mayoría de legisladores que traicionaron al electorado al apropiarse de una mayoría calificada que no les correspondía, cometieron un escandaloso fraude a la Constitución y aprovechan su poder espurio para destruir el Estado de Derecho y, con ello, la paz pública de México. ¿Cuál Unión?
Por supuesto empezaron los cuestionamientos: ¿quiénes éramos? ¿Si veníamos de la oposición o nos enviaban adversarios del movimiento, ¿cuál partido? ¿Que por qué teníamos información confidencial? ¿Que si nos la había proporcionado el IRS gringo o habíamos sobornado a los banqueros yanquis? ¿Que si pertenecíamos al SAT? Su desesperación era mayúscula y creciente cuando decidimos saludar a una senadora propietaria de varios condominios en la calle de Brickell, en Miami, a nombre de sus hijas, mientras tratábamos de librarnos del acecho del otro sujeto que debería estar recluido en una prisión de alta seguridad. La mujer empezó a gritar, angustiada: hay espías, amigos, espías; cuidado con ellos, saben todo de nosotros. Entre jaloneos y amenazas, seguimos avanzando como pudimos y alzamos la voz temerariamente anunciando: este ratero, aquí, como lo ven, es dueño de ranchos en Arizona; aquel bandido declaró solo su sueldo para efectos fiscales, pero es dueño de varios pisos en Serrano, en Madrid.
Por supuesto que a la primera oportunidad salimos corriendo a la calle a respirar aire limpio y salvar la vida al abordar un auto que nos esperaba de acuerdo a nuestras predicciones. Todavía escuchamos las rabiosas advertencias y terribles amagos de esos bandoleros que lucran con el ahorro público en un país con 50 millones de pobres.
Para sobrevivir nos quitamos unas máscaras preparadas para el efecto y guardamos por un tiempo nuestras gafas mágicas hasta una nueva oportunidad, cuando decidimos visitar a los empresarios mexicanos. El experimento no había concluido. ¡Qué va…!