A modo de una clara fantasía política y con el ánimo de despedir el año con una alucinación jurídica y social, invito a mis dos lectores que pasan la vista distraída por estas breves líneas, a imaginar la existencia de unas gafas mágicas que, con el solo hecho de colocárselas y ver a los ojos a una persona, pudieran conocer todo su patrimonio. ¿De acuerdo? Entonces acompáñenme a este risueño ejercicio de ficción y entremos juntos, cada uno con sus lentes, al Honorable Congreso de la Unión, que ni es honorable ni es congreso ni mucho menos de la Unión, y que, al estar integrado por una agusanada mayoría de legisladores que traicionaron al electorado al apropiarse de una mayoría calificada que no les correspondía, cometieron un escandaloso fraude a la Constitución y aprovechan su poder espurio para destruir el Estado de Derecho y, con ello, la paz pública de México. ¿Cuál Unión?
Una vez adentro de este mefítico recinto, vayamos de curul en curul a ver, cara a cara, a cada uno de los “representantes populares” electos a dedazo… Los morenistas, dueños absolutos del poder político en México que pulverizaron la separación de poderes y desaparecieron a nuestros organismos autónomos, no le concedieron la menor importancia a nuestra visita, al pensar que se trataba, tal vez, de parientes o amigos de algunos legisladores. La sorpresa fue mayúscula cuando nos presentamos con uno de ellos para cruzar un par de miradas cercanas con el malvado seleccionado. Obviamente nos saludó con fingida hipocresía, con una sonrisa más falsa que un billete de 3 pesos, que se le congeló al soltarnos la mano cuando le dimos el nombre del banco en Nueva York, el número de la cuenta y el saldo en dólares de su esposa, además de otros fideicomisos, en donde sus prestanombres tenían depositadas enormes fortunas de más de 8 dígitos de dinero robado a la nación. La expresión de azoro proyectada en su rostro contrastó con nuestra carcajada al exponer datos y más datos de sus desfalcos.
Por supuesto empezaron los cuestionamientos: ¿quiénes éramos? ¿Si veníamos de la oposición o nos enviaban adversarios del movimiento, ¿cuál partido? ¿Que por qué teníamos información confidencial? ¿Que si nos la había proporcionado el IRS gringo o habíamos sobornado a los banqueros yanquis? ¿Que si pertenecíamos al SAT? Su desesperación era mayúscula y creciente cuando decidimos saludar a una senadora propietaria de varios condominios en la calle de Brickell, en Miami, a nombre de sus hijas, mientras tratábamos de librarnos del acecho del otro sujeto que debería estar recluido en una prisión de alta seguridad. La mujer empezó a gritar, angustiada: hay espías, amigos, espías; cuidado con ellos, saben todo de nosotros. Entre jaloneos y amenazas, seguimos avanzando como pudimos y alzamos la voz temerariamente anunciando: este ratero, aquí, como lo ven, es dueño de ranchos en Arizona; aquel bandido declaró solo su sueldo para efectos fiscales, pero es dueño de varios pisos en Serrano, en Madrid.
Por supuesto que a la primera oportunidad salimos corriendo a la calle a respirar aire limpio y salvar la vida al abordar un auto que nos esperaba de acuerdo a nuestras predicciones. Todavía escuchamos las rabiosas advertencias y terribles amagos de esos bandoleros que lucran con el ahorro público en un país con 50 millones de pobres.
¡Cuánto placer nos reportaba descubrir con unas simples gafas a los funcionarios corruptos, secretarios de Estado, a los líderes sindicales venales, a los legisladores, a los gobernadores podridos, a los alcaldes y, en general, a los políticos purulentos que devoraban las esperanzas en contar con un México mejor! De inmediato se pusieron de moda los lentes oscuros, pero el esfuerzo resultó inútil porque nuestras gafas estaban embrujadas y podíamos ver, llegado el caso, los bienes depositados hasta en las bóvedas de seguridad de los bancos, las inversiones en casas de bolsa, sin olvidar los enormes recursos escondidos en cajas de zapatos colocadas debajo de las camas o en los roperos en sus departamentos… El triunfo fue total.
Para sobrevivir nos quitamos unas máscaras preparadas para el efecto y guardamos por un tiempo nuestras gafas mágicas hasta una nueva oportunidad, cuando decidimos visitar a los empresarios mexicanos. El experimento no había concluido. ¡Qué va…!