El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, ha vuelto a hacer ruido en la arena política internacional, esta vez anunciando que, al asumir el poder el próximo 20 de enero, tomará medidas drásticas contra los cárteles mexicanos al designarlos como organizaciones terroristas extranjeras. En un foro organizado por la organización ultraconservadora Turning Point en Phoenix, Arizona, Trump volvió a insistir en una de sus promesas más conocidas: atacar con todo al crimen organizado, en particular a las bandas mexicanas que, según él, representan una grave amenaza para su país.
En su discurso, el magnate republicano fue tajante: “Todos los miembros de pandillas extranjeras serán expulsados y designaré inmediatamente a los cárteles como organizaciones terroristas extranjeras”, dijo Trump, una promesa que, si bien ya ha hecho en varias ocasiones, esta vez parece más firme, dada su cercanía con la toma de posesión.
Este anuncio se enmarca dentro de la “invasión suave” que promete el nuevo presidente de Estados Unidos: un concepto que implica, en palabras sencillas, llevar la guerra contra el narcotráfico más allá de las fronteras estadounidenses, apuntando directamente a los grupos criminales mexicanos. La idea, según Trump, es usar la influencia de su gobierno para desmantelar las redes de narcotráfico, especialmente el tráfico de fentanilo, un opioide que, según cifras oficiales, ha causado miles de muertes en territorio estadounidense en los últimos años.
La postura de Trump, que a lo largo de su carrera política ha adoptado un enfoque agresivo ante el narcotráfico, refleja un endurecimiento de la política exterior de su administración en cuanto a la relación con México. Pero, más allá de la retórica, las consecuencias de esta medida son claras: recrudecerán las tensiones diplomáticas entre ambos países, especialmente en el contexto de la cooperación en materia de seguridad y la lucha contra el crimen organizado. La soberanía de México se ve puesta en entredicho, y el riesgo de una mayor militarización de la frontera, tanto en el lado estadounidense como en el mexicano, parece cada vez más cercano.
Claudia Sheinbaum, la presidenta de México, no tardó en responder a la amenaza de Trump. En un comunicado, la mandataria mexicana fue enfática al recalcar que México no aceptará ninguna injerencia extranjera en sus asuntos internos. Aseguró que, aunque el país mantiene su compromiso con la colaboración en la lucha contra el narcotráfico, no se subordinara a las decisiones unilaterales de Washington. “Nosotros colaboramos, coordinamos, trabajamos juntos, pero nunca nos vamos a subordinar”, destacó Sheinbaum, defendiendo la autonomía del país frente a las presiones externas.
La presidenta también remarcó que Estados Unidos es el principal consumidor de drogas, que las armas provenientes de su territorio son utilizadas en los crímenes cometidos en México, y que, en la guerra contra el narcotráfico, es el país vecino el que más debe poner de su parte. “Allá se consume la droga, principalmente, de allá vienen las armas, y aquí ponemos las vidas”, señaló, sugiriendo que el gobierno mexicano también debe tener un papel activo en la lucha, pero sin recurrir a medidas que atenten contra su soberanía nacional.
Este choque de posturas reavivó las tensiones diplomáticas entre México y Estados Unidos, especialmente en un tema tan sensible como el narcotráfico. Mientras Trump parece querer implementar medidas más agresivas, incluso militares, en su lucha contra las organizaciones criminales, Sheinbaum se mantiene firme en su posición de que la solución debe ser conjunta y respetuosa de las realidades políticas y sociales de ambos países.
Las consecuencias de la “invasión suave” que promete Trump podrían ser desastrosas para las relaciones entre México y Estados Unidos. Si bien es cierto que el narcotráfico no respeta fronteras, una intervención unilateral de Estados Unidos en asuntos internos de México podría escalar en una crisis diplomática. El riesgo de militarización de la frontera, tanto en el norte como en el sur de México, es palpable. Además, el enfoque agresivo de Trump podría abrir la puerta a un mayor control y vigilancia estadounidense en el territorio mexicano, una situación que podría ser vista como una violación de la soberanía nacional, especialmente si se traduce en un aumento de las operaciones militares en el sur de México.
Si bien tanto Trump como Sheinbaum comparten la preocupación por el narcotráfico, el choque de visiones sobre cómo abordarlo podría derivar en un estancamiento de las negociaciones entre ambos países. La propuesta de Trump de designar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas, si bien responde a una retórica electoral dirigida a sus bases más conservadoras, podría tener consecuencias desestabilizadoras para la región, particularmente si México decide no ceder a las presiones externas.
En este contexto, las palabras de Sheinbaum marcan un recordatorio claro: México no aceptará que se le impongan soluciones que ignoren su soberanía. Sin embargo, en el fondo, está la necesidad de buscar un equilibrio, una estrategia que permita combatir el crimen organizado sin vulnerar las autonomías de cada nación. Pero si algo es claro, es que las tensiones entre ambos países en este tema no se disiparán fácilmente, y parece que la relación bilateral en temas de seguridad seguirá siendo un terreno complicado de navegar en los próximos años.