A mediados del juicio, Gisèle Pelicot decidió quitarse los lentes. Durante semanas, la mujer había entrado al juzgado en Avignon, Francia, usando unas gafas de sol oscuras. No dejaban ver si había tristeza, vergüenza o temor en sus ojos. En el juzgado se revivía cómo, durante más de 10 años, el esposo de Pelicot la drogó e invitó a más de 50 hombres a violarla, mientras ella dormía.

Primero, Pelicot tuvo que decidir si el juicio sería público. Prefirió que así fuera, consciente de que ella tenía algo que pocas mujeres violadas consiguen: fotos, videos, pruebas materiales del abuso. En la mayoría de los casos, la denuncia de una violación es un enfrentamiento entre la palabra de la víctima y de quien la abusó. En esa batalla de narrativas, a veces se dice que la víctima “provocó” a quien abusó de ella, o que “no dijo explícitamente que no”.

Por eso, otra vez, era importante que el juicio de Pelicot fuera público. Ella estaba tan drogada que nunca dijo que no. Varios de sus violadores declararon que sí obtuvieron consentimiento para tener sexo con ella porque el esposo se los dio. El esposo, y no ella, como si ella fuera un objeto. Entonces, Pelicot se quitó los lentes y tomó el control de la narrativa de su caso. “Que la vergüenza cambie de bando”, dijeron ella y sus abogados. Que el avergonzado sea quien viola y no su víctima.

Esta semana, Francia condenó al esposo de Pelicot y a 50 de sus violadores, mientras ella se ha convertido en un potente símbolo feminista, que ha empoderado a mujeres en otras partes del mundo. Su juicio abrió un debate para que se revisen las leyes francesas sobre abuso sexual y se incluya explícitamente el consentimiento.

Y en México, este es un debate que también necesitamos. Dice el Inegi que siete de cada 10 mujeres mayores de 15 años han vivido algún tipo de violencia en el país. Cinco de cada 10 ha padecido violencia sexual. Las cifras oficiales más recientes que encontré muestran que, cada hora, en México violan a tres mujeres. Y esto no cuenta la cifra negra que ocurre, especialmente, cuando la violación sucede dentro de una familia.

“La mayoría de los casos no se denuncian”, me dijo Elena Azaola, investigadora emérita del CIESAS. “Muchas familias prefieren que (el abuso) no se lleve ante la ley, ante la fiscalía. Cuando se presenta una denuncia es porque hay un conflicto grande y desacuerdo en la familia, que no puede procesar esto por sí misma”.

Hace tres años, activistas y legisladoras en México promovieron una iniciativa de ley para cambiar el tipo penal sobre violencia sexual e incluir el consentimiento. La iniciativa ocurrió en respuesta a un informe de la organización Equality Now, que encontró cómo en México, entre otros países, las mujeres siguen sin acceso a la justicia en casos de violación, porque las leyes no son suficientemente claras, o porque persiste la impunidad.

Para Azaola, el enfoque no debe ser la creación de leyes sofisticadas, sino que se reduzca la impunidad. “Una legislación de última moda no hace falta, siempre se cree que los problemas se van a resolver con mayores castigos. Hay mucho que reordenar en el sistema pero los ojos están en hacer nuevas leyes”.

Sin embargo, otras activistas consideran que el consentimiento debe estar en la ley en México, tal como se debate hoy en Francia, a raíz del caso Pelicot.

Hace un mes, Cecilia Vadillo, diputada local de Morena en Ciudad de México, presentó una iniciativa de ley que busca incluir la figura del consentimiento. Con eso, Elizabeth Palacio, asesora para Equality Now, me explicó que las modificaciones en la ley buscan que se proteja a mujeres que no han dicho explícitamente que no, o no han mostrado resistencia, pero tampoco consintieron un acto sexual. “Muchas víctimas viven una parálisis, otras buscan proteger sus vidas, aunque no haya fuerza física para conseguir la violación, eso no significa que hubo consentimiento”, me dijo Palacio.

Tres mujeres denuncian una violación en México cada hora. No sabemos los detalles de la mayoría de estos casos, las huellas físicas o emocionales que dejó la violación, cómo viven ellas el arduo camino para sanar, perdonar, reconstruirse. Por eso celebro que Pelicot se haya quitado los lentes. Celebro que haya nuevas leyes, nuevos debates, nuevas conversaciones. Celebro que la vergüenza, finalmente, empiece a cambiar de bando.

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