Ningún proyecto político debe estar más alejado del de la Cuarta Transformación que el del presidente Javier Milei en Argentina, ni siquiera el de Lula da Silva, el mandatario brasileño que, por cierto, está delicado de salud y fue operado ayer, por segunda ocasión, de un derrame cerebral. Lula, al que hemos tenido la suerte de conocer desde hace muchos años, más allá de sus definiciones ideológicas, es un político pragmático y, como suele suceder con la diplomacia brasileña, oscila entre distintas posiciones para encontrar alternativas viables.
El gobierno de Milei cumplió ayer un año con resultados contradictorios, pero que le han permitido conservar, e incluso aumentar, su popularidad. La inflación se redujo del tres mil 700% al 107% y el último mes apenas superó el dos por ciento. El ajuste aplicado significó el despido de 33 mil empleados públicos y un aumento de la pobreza que llegó al 53% de la población, pero la contracción económica, que se pensaba mucho mayor, será de 3.5% para este año y se espera que el crecimiento para el año próximo será del 5 por ciento.
En su discurso de ayer, para conmemorar el primer año de gobierno, Milei, que hace una semana refrendó su participación en el Mercosur y participó en la reunión realizada en Uruguay, donde se firmó el tratado de libre comercio con la Unión Europea, sostuvo que su “objetivo último en el Mercosur es aumentar la autonomía de los integrantes del organismo de cara al resto del mundo, para que cada país pueda comerciar libremente con quien quiera, según les convenga… En esa línea, agregó, nuestro primer objetivo será impulsar durante el próximo año un tratado de libre comercio con Estados Unidos, un tratado que debería haber sucedido hace 19 años”. Argentina, dijo, “dejará de darle la espalda al mundo y volverá a ser protagonista del comercio mundial, porque no hay prosperidad sin comercio y no hay comercio sin libertad”.
Al mismo tiempo, anunció reducciones fiscales para el 90% de los impuestos que aplica su país y aseguró que habrá una libre competencia cambiaria con todas las monedas internacionales. En otras palabras, es el plan de liberalización económica más audaz de los últimos años, aunque más moderado de lo que había prometido en campaña. En ese sentido, no es extraño que Trump haya dicho que es uno de sus “mandatarios favoritos” a nivel mundial.
Lo ha logrado con dos operaciones simultáneas: el personalismo más exacerbado posible, donde todo gira en torno suyo, y la relación personal, directa, con Trump y con los factores de poder más conservadores de Occidente. Trump sostuvo, al conmemorar el primer año de Milei, que ese modelo es el que también seguirá en su administración, aunque será, agregó Elon Musk, “con esteroides”. Según el NYT, “Argentina demostró lo que es posible”, dijo Trump, incluida la eliminación de la mitad de los ministerios federales, el despido de decenas de miles de funcionarios públicos y la reducción de la inflación galopante del país a su tasa más baja en años. “Trump no mencionó —continuó el periódico neoyorquino— el costo para la ciudadanía. A medida que se han recortado los servicios sociales, más de la mitad de la población argentina de 47 millones vive ahora por debajo del umbral de la pobreza, la tasa más alta del país en más de 20 años”.
Lo cierto es que un mandatario outsider, que cuenta con una minoría casi insignificante en el Congreso y ni con un solo gobernador, ha logrado imponer su agenda durante este primer año y cumplir con sus objetivos, aunque sea a un costo social muy alto y mantener su popularidad, al tiempo que ha puesto distancia con alguno de sus personajes aliados más tóxicos, como su vicepresidenta Victoria Villarruel, una de las más insistentes defensoras de los militares que durante la dictadura de 1976-1983 violaron en forma masiva los derechos humanos y que, muchos de ellos, están en prisión con cadenas perpetuas por crímenes de lesa humanidad.
Nada de eso se podría comprender sin el escenario que le dejaron el exmandatario Alberto Fernández y la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Un desastre económico total que permitió la elección de Milei ante una sociedad harta después de décadas de malos gobiernos. La sola expectativa de que las cosas pudieran cambiar le ha dado a Milei un oxígeno político indiscutible.
Gobernar, escribíamos aquí en noviembre pasado desde Buenos Aires, la noche en que Milei ganó las elecciones, es más que una expresión de deseos. “Esta noche de domingo, el presidente electo ofreció un discurso más moderado de lo habitual, no habló de ninguna de las medidas extremas, aunque insistió en un punto: la situación es crítica, no habrá gradualismo, tibieza ni medias tintas y todo tendrá que ser rápido. No habló de la dolarización ni de la desaparición del banco central, insistió en un gobierno limitado que cumple con sus compromisos (un mensaje ante los riesgos de default), con respeto a la propiedad privada y el comercio libre. Y terminó, como casi todos en la política argentina, citando a Perón: dentro de la ley, todo; fuera de la ley, nada”.
Hasta ahora, el proyecto ultraliberal ha cumplido sus objetivos. Los expertos dicen, concluía el NYT, “que Milei ha logrado la tarea más apremiante: evitar una espiral inflacionaria más profunda. Y, por ahora, muchos argentinos parecen estar dispuestos a darle tiempo para que continúe con su profunda reforma económica”. A ver qué resulta.