La presidenta Claudia Sheinbaum tuvo sobre su escritorio varias alternativas para intervenir el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores. Optó por la más radical, lo que constituye todo un mensaje.
En la transición, la candidata ganadora revisó tres escenarios que diferentes funcionarios de Trabajo, Gobernación y, por supuesto, el Infonavit le prepararon. Eligió el que desguaza lo tripartito, cosa que es consistente con la raíz estatista de la Presidenta.
La toma del Infonavit por parte del gobierno ha hecho que no pocos peguen el grito en el cielo. Sin embargo, y de saque, es una jugada de poder, una demostración de que ella sabe para qué es el tablero de Palacio, y un adelanto de lo que podríamos ver en otras coyunturas.
El cambio de régimen está lejos de perder ímpetu. La mandataria se veía incluso divertida ayer en la mañanera, mientras su director del Infonavit, Octavio Romero Oropeza, se extendía al momento de exponer los megafraudes y las triquiñuelas que han encontrado.
¿Es la corrupción lo que provocó que Morena decidiera apropiarse de la administración del Infonavit? No necesariamente. La malversación de fondos les obliga a llamar a cuentas a defraudadores, internos y externos, de ese instituto, pero la reforma proviene de otra cuerda.
En la ecuación del poder, Sheinbaum es la cabeza pública más visible de un movimiento que solo (medio) respeta a quien le gana en las urnas, a quien puede demostrar que tiene votantes, a quien es respaldado en el territorio, a aquel capaz de congregar voluntades.
El capital organizado y los sindicatos han sido desde hace años tigres de papel. En el sexenio pasado, la estrategia fue tolerar a los primeros, cooptando a cabezas específicas y disimulando frente a organismos oficiales. A los segundos, los empacharon de recursos y canonjías.
De dónde entonces, si lejos de representar merma la elección significó aumento de poder, el oficialismo iba a pensar que ha llegado el momento de atemperar, de medirse porque no las traen consigo, de elegir batallas para evitar desgastes que alguien pudiera aprovechar.
No existe ese alguien que pueda capitalizar lo que ellos dejan en la mesa. He ahí una explicación, que no justificación, del ruidoso choque entre Adán Augusto y Monreal: los apetitos internos se desbordan, dado que afuera nadie representa riesgo. Pero esa es otra historia.
Si agregamos la condición de la Presidenta, que hace gala de su perfil técnico al asumir –no sin cierto desdén a la burocracia per se– que ella y su cuadro cercano de colaboradores son más efectivos que los políticos tradicionales, tomar el Infonavit era casi un paso obligado.
Tiene dinero y resulta que no se puede aprovechar a cabalidad para dar vivienda porque unos entes que hoy no pesan lo impiden… Bajo un raciocinio de ese tipo, hasta extraño resulta que no haya sido una de las primeras medidas legislativas ejecutadas en octubre pasado.
El tiempo en que se tardó en madurar esta decisión, golpe si se quiere, se explica por la llegada de Romero Oropeza. Él y la Presidenta han podido forjar una alianza de beneficio mutuo. No se eligieron, pero al encontrarse les ha salido bien su colaboración.
Con colmillo, Octavio esquivó resistencias de sectores del Infonavit, que alguna majadería burocrática intentaron hacerle desde su llegada. Y por la fuerza de las urnas que Sheinbaum posee, el director no dudó en respaldar la más radical iniciativa para machacar lo tripartito.
Ahora, Sheinbaum y Romero tendrán que dar muy buenos resultados. Muy buenos técnicamente, y con cero corrupción. Esa, también, es otra historia.