Nieto de abuelos de la zona de Tixtla, Chilapa y Chilpancingo, hay palabras que me son naturales: tlacololeros, diablitos, teopancalaquis, esta última ligada a las fiestas de Navidad: rituales, danzantes y ofrendas para agradecer los favores del año. Ahora sé que el significado en náhuatl es “ir a la casa de Dios”. Lo sé porque el martes, 24 de diciembre, en el teopancalaquis de la Feria de San Mateo, la fiesta de Chilpancingo, asesinaron cerca de la casa de Dios al presidente del patronato, Martín Roberto Ramírez. Fiel a su costumbre, la gobernadora Evelyn Salgado escribió en las redes que era un crimen “inadmisible”. Pero inadmisible para ella fue la masacre de once personas en esa ciudad capital a principio de noviembre, o la decapitación del alcalde Alejandro Arcos, a principio de octubre, o reconocer que uno de los supuestos autores intelectuales de ese crimen fue el hace no tanto jefe de la Unidad de Delitos Graves de la Fiscalía estatal. Inadmisible es lo que ha ocurrido en Chilpancingo y en Guerrero, territorios que el gobierno de ella no parece gobernar, porque nada resuelve y es incapaz de cuidar siquiera al cuidador de añejas tradiciones, como la de ir a dar las gracias a la casa de Dios.