Donald Trump no está pensando en una “invasión suave” en México, como publicó Rolling Stone: sus asesores de seguridad y él mismo están pensando en intervenciones muy específicas para destruir laboratorios de fentanilo y detener operadores claves de los cárteles.
No es ningún secreto, ya lo propuso Trump en los últimos meses de su anterior mandato presidencial. Para esas fechas, la historia está muy bien contada por Bob Woodward en el últimos de los libros que hizo sobre la presidencia de Trump, fueron sus mandos militares los que lo impidieron y le dijeron que era una propuesta que tendría más consecuencias negativas que positivas.
Pero lo cierto es que, en los siguientes cuatro años, la administración López Obrador colmó la paciencia de la Casa Blanca y el gobierno de Biden terminó realizando la operación de inteligencia que detuvo a El Mayo Zambada y Joaquín Guzmán López, el 25 de julio pasado. Trump es menos elegante que Biden y sus acciones también lo serán y la única opción para evitarlo es que la presidenta Sheinbaum se gane su confianza con acciones que se vean, en Washington, como realmente decididas en contra del crimen organizado. E incluso así no hay garantía alguna de que Trump no emprenda alguna acción que esté destinada, sobre todo, a satisfacer su mercado interno y a intimidar el externo.
No se ve en el equipo de Trump quién podrá actuar como amortiguador de las ideas más radicales del mandatario. En los hechos, muchos de ellos son más radicales que el propio Trump. Decía ayer la presidenta Sheinbaum que, cuando hablaron por teléfono la semana pasada, Trump le ofreció ayuda para combatir a los grupos criminales, apoyo que la mandataria rechazó destacando las características de su equipo de seguridad. Pero también decía que sería bueno que se compartiera información, inteligencia, que hubiera cooperación. Y es verdad: sería importante y útil, pero eso implica también reconocer lo que hemos dicho muchas veces: desde el último año de López Obrador esa cooperación en términos de inteligencia e información está interrumpida o reducida al máximo. Y el operativo de El Mayo Zambada es la mejor demostración de ello.
Hay que insistir en que no se podrá tener éxito en el combate al crimen organizado sin un enfoque y cooperación regional. Por supuesto que México, Estados Unidos o Canadá pueden y deben hacer mucho más en sus respectivas estrategias de seguridad contra el crimen, pero no podemos depender de Estados Unidos, o de cualquier otro país, para tomar las medidas de seguridad pública interior y nacional que la situación amerita.
En los temas de migración o narcotráfico, incluyendo el tráfico de fentanilo, hay demandas estadunidenses, pero se debe comprender que combatirlo es una exigencia de nuestro propio interés nacional, más allá de Trump. Recuperar el control de la frontera sur es una exigencia de seguridad nacional, como lo es combatir a los grupos criminales que están asolando muchos estados de la República y generando un número exorbitante de víctimas, unas 4 mil 500 desde la llegada de la presidenta Sheinbaum al poder.
Los grupos criminales desafían el poder del Estado y expolian a la sociedad y por eso deben ser combatidos hasta acabar con su propia capacidad de control. El problema que solemos tener, y que se agudiza en ciertos sectores de la 4T, sobre todos en los que siguen pensando que los abrazos y no balazos fue una política correcta y eficiente, es que asumen que ésa es una exigencia externa cuando se trata de nuestro propio interés nacional.
No es muy verosímil, como publicó el NYT este fin de semana, que se esté reclutando a estudiantes de química para que se conviertan en cocineros de fentanilo para los cárteles. Sin duda, debe haber casos, pero no parece ser algo extendido: los grupos criminales tienen, dentro y fuera de México, sus cocineros de metanfetaminas y fentanilo, que diseñan esas drogas para consumo y luego los que se encargan de prepararlas suelen ser una mano de obra tan barata como desechable (nadie que trabaje mucho tiempo en un laboratorio de metanfetaminas o fentanilo tendrá una vida muy larga).
Pero sí es verdad, como se publicó también este fin de semana, que se está contratando a sicarios de Colombia, Guatemala, El Salvador y otros países. Lo vimos en un reciente enfrentamiento en Tecpan de Galeana donde hubo 19 muertos, numerosos detenidos y pocos eran de origen mexicano. Vienen contratados o huyendo de sus países (como los maras salvadoreños). Esos personajes terminan alimentando, además, la alianza de los cárteles mexicanos con grupos externos, lo vemos en Colombia, en Perú, en Ecuador, en España.
Si no entendemos que se necesita cooperación y operación regional para combatir el fenómeno criminal, incluyendo la migración ilegal, si no entendemos que la administración Trump sí se propone hacer mucho de lo que dice, no nos va a alcanzar el esfuerzo nacional en seguridad, que hoy está bien encauzado, pero que soporta presiones extraordinarias.
Adiós, Cuitláhuac
Dejó el gobierno de Veracruz Cuitláhuac García, uno de los peores gobernantes que ha tenido ese estado. Lo deja con una estela de corrupción y autoritarismo, de persecución a adversarios políticos, dentro y fuera de Morena. Lo deja con el mayor índice de secuestros, con altísimos índices de extorsión, robos en carreteras, feminicidios, desapariciones, trata de personas, analfabetismo. Dicen que seguirá en la administración pública, nadie sabe con qué méritos.