La geopolítica es un tablero dominado por líderes sin miramientos.
Hoy, Donald Trump lo deja claro: su visión para Norteamérica no es una broma.
En una entrevista con NBC, no solo amenazó con aranceles que harán temblar a México y Canadá; fue más lejos, insinuando que si tanto los “subsidia”, ¿por qué no convertirlos en estados 51 y 52 de la Unión Americana?
Que nadie se engañe: el hombre que muchos creían solo faroleaba, ya no necesita fingir. Puede torcer el brazo de las economías vecinas con impuestos a las importaciones y sin importarle hundir “estabilidades” o “alianzas”.
Si eso pone nerviosos a los morenistas, que empiecen a rezar.
Sheinbaum debe prepararse para un 2026 en el que el T-MEC será revisado por un Trump crecido, dispuesto a dinamitar el tablero si no se obedecen sus reglas.
La clave del asunto es que estas amenazas no flotan en un vacío. Así como Trump blandirá su mazo de aranceles en el hemisferio norte, en el otro lado del mundo las fichas también caen.
Siria, por ejemplo, parece haber presenciado la caída de Bashar al-Assad y con ello el tablero oriental se reconfigura.
Rusia pierde influencia, Irán se queda sin su corredor hacia el Mediterráneo, y Occidente observa incrédulo.
¿Quién emerge con una sonrisa de tiburón? Turquía.
Erdogan, el titiritero silencioso, ha tejido una jugada maestra sin disparar un solo tiro.
Y esto, ¿en qué afecta a México?
En todo. El dominó geopolítico se extiende como ondas en un estanque.
Si Oriente Medio se fractura, si Rusia queda debilitada y Turquía consolida su rol, los centros de poder se reubican.
Hoy, Trump se jacta de “subvencionar” a Canadá y México, de querer anexarlos si siguen dependiendo de la generosidad de Washington.
Suena extravagante, pero encaja en la era de los hombres fuertes, donde Turquía aprovecha el vacío en Siria, donde Putin pierde terreno y sufre con el embargo de Occidente, y donde Trump puede amenazar con absorber económicamente a sus vecinos, presionarlos con el fentanilo y la migración como pretextos para imponer su voluntad.
Si el presidente Turco, Erdogan hace lo suyo sin pestañear, ¿por qué Trump, experto en bravuconadas, no daría el paso?
Es bien sabido que los grandes oligarcas turcos se destacan por sus rubias y altas esposas rusas, quizá no es casualidad esa conexión.
A Putin se le reconoce como un gran ajedrecista geopolítico.
Sheinbaum, próxima en la línea de fuego, hereda un país con fronteras porosas, con miles de migrantes cruzando desde Yucatán hasta Tijuana, con el comercio atado a un T-MEC que será reexaminado por un Trump sin filtros, amante de los aranceles, quien ve a México y Canadá como subsidiarios.
El mensaje es claro: si México no se alinea a los deseos de Trump, podrá simplemente asfixiarnos con impuestos. O peor, deslizar la idea de que América del Norte debe unificarse bajo el mando de la Casa Blanca.
Estados Unidos, con Trump al frente, no titubeará.
México no puede seguir relajado, creyendo que es farol.
Cada declaración de Trump, cada insinuación de anexión, cada palabra sobre aranceles, es un recordatorio de que la era de la ingenuidad terminó.
De Siria a América del Norte, las fichas caen y los hombres fuertes mueven la partida.
Si Sheinbaum no toma nota, México podría ser la próxima ficha en zozobrar en este dominó global.
Y para cerrar…
El propagandista del régimen morenista podría aprender una lección de los del norte.
En la serie “Lioness” de Paramount, México aparece como el enemigo de los heroicos soldados estadounidenses.
Nos muestran como achichincles de China, usando al narco mexicano como arma para doblegar a Estados Unidos.
En el episodio emitido este domingo por la noche, las fuerzas especiales Lioness se topan con un cruce de migrantes ilegal.
Lo que parecía una simple operación de rescate acaba en un enfrentamiento brutal: drones explosivos y un hombre que detona al estilo de los antiguos enemigos de Washington en Medio Oriente.
El propagandista del régimen estadounidense es nada menos que Taylor Sheridan, autor de “Yellowstone”, el show más visto en Estados Unidos recientemente.
Así se construye una narrativa que se imprime en la mente de los votantes, para luego justificar una guerra real cuando convenga.
Quizá Don Epigmenio debería tomar nota, en vez de protagonizar peleas en la radio.