La presidenta insiste en que España pida perdón por la conquista. ¿También por “la conquista espiritual”? Imagino que como la mandataria vistió una falda roja con la imagen de la Virgen de Guadalupe, el perdón exigido al monarca español es por Hernán Cortés y no por Juan Diego. Aunque el propio Cortés habría traído a la guadalupana de un pueblo llamado justamente Guadalupe, a cien kilómetros de su natal Medellín. Nuestra virgen es “de” Guadalupe, ella ganó la conquista en Tenochtitlán en 1521, y después la independencia con el cura Hidalgo, en 1810. Hasta el grado de que nuestro primer presidente, José Miguel Ramón Fernández y Félix, se apodó “Guadalupe”, Guadalupe Victoria.
Existen jacobinos, ateos o de plano guadalupanos de clóset (están en su derecho), pero que practican la simulación porque dizque militan en un partido de izquierda, y son celosos guardianes de separar los asuntos del Estado de los de las iglesias, pero le pusieron “Morena”, a su partido, con la misma intención política que Venustiano Carranza, cuando se lanzó a la revolución con su Plan de Guadalupe en 1913, y las adiciones, coincidentemente, el 12 de diciembre de 1914. Con una mano piden los votos a los mexicanos y aceptan la herencia española de Guadalupe, y con la otra hipócritamente, con falso nacionalismo, piden a la nación ibérica se arrodille y pida disculpas por un pasado que, según el obradorismo y el claudismo, a ellos les pertenece.
¿Qué culpa tendría el español Juan de Zumárraga, primer arzobispo de México, por haber estado (como se dice ahora) en el lugar y momento “equivocado”, cuando el indio Juan Diego desplegó su tilma con las rosas cayendo al suelo? El castigo de Sheinbaum merecerá cierta clemencia con otro español y franciscano, Bernardino de Sahagún, porque dudó de mezclar ritos originarios nahuas con liturgias cristianas europeas y condenó las peregrinaciones al cerro de Tonantzin. ¿El claudismo quiere para los españoles la suerte de la cárcel y el destierro que corrió Fray Servando Teresa de Mier, por su discurso del 12 de diciembre de 1794, cuando delante del virrey y del arzobispo negó las apariciones y borra de un plumazo a Juan Diego?
La grilla y la ordeña política (y económica) de la imagen guadalupana no es novedad, ni exclusiva de políticos, vale recordar que el último abad de la Basílica, Guillermo Schulenburg, quien en los años noventa declaró a la revista católica, “Ixtus”, que Juan Diego era un “símbolo no realidad”, y que los textos de las apariciones guadalupanas, publicados entre 1545 y 1666, “son sinceros, pero responden a una mentalidad y un momento histórico concretos”. Un “refrito” de esa nota por una revista italiana, escandalizó al Vaticano, y la Catedral Metropolitana ocupada por Norberto Rivera se apoderó de la Basílica.
La fecha de hoy, para honrar a la guadalupana pidió “constitucionalizarla” el michoacano Morelos, en “Los Sentimientos de la Nación” desde 1813, festividad que ni el gobierno anticlerical de Benito Juárez, suspendió; porque el guadalupanismo es una expresión de cultura, no sólo de religiosidad. Es mestizaje mexicano, para ateo o devotos, aparicionistas o no. La fe guadalupana, simplemente es la forma en que vemos a México los que creemos que nos ama una misma madre, y tratamos “al otro” como hermano. No es mojigatería es civismo. Y esa tradición viene de España, y la enriqueció universalmente México, por ejemplo, en la pintura, Salvador Dalí, en la música Arvo Pärt, o en las letras Octavio Paz y Manuel Gómez Morin.
Posdata.- ¿No es igualmente estúpido preguntar quién tomó la foto del Tepeyac, que la del águila devorando una serpiente para hacerla escudo nacional? ¿Eso tampoco apareció? Importa poco, nos identifica el dibujo del michoacano Antonio Gómez Rodríguez. Nos une como nación. Pero lo que está de moda es dividir, enconar, desconfiar, no creer.