La derrota de México en el panel de controversia del T-MEC sobre el maíz genéticamente transformado era previsible, como lo son las consideraciones del mismo: sencillamente no hay sustento científico alguno sobre los supuestos daños que provocan esas modificaciones genéticas, al contrario, gracias a esos granos, países como la India han alcanzado el abasto suficiente de alimento por primera vez en su historia.
En México seguimos insistiendo en el tema, e incluso la presidenta Sheinbaum, que como científica tiene que saber reconocer una superchería, se ha sumado a la misma y dice ahora que se prohibirá en nuestro país la producción de ese tipo de maíz para proteger las especies nativas.
Alguien debería informarle que con ello acabará con la agroindustria y condenará al país a importar la enorme mayoría del maíz para consumo humano e industrial que utilizamos. Es una tontería similar a la de la prohibición del glifosato como plaguicida, impulsada también por López Obrador para proteger “pueblos y cultivos originarios”. El glifosato es un plaguicida universal que se usa en todo el mundo, muchas de las especies genéticamente transformadas de maíz han tenido esa transformación para que el producto no se contamine ni con ése ni con otros plaguicidas, lo cual es uno entre muchos de sus beneficios.
Cuando estaba por comenzar el gobierno de López Obrador le hice una larga entrevista a quien era entonces el jefe de oficina del presidente electo, Alfonso Romo, la cual fue muy optimista y tranquilizadora para inversionistas y mercados. Lástima que nada de lo que dijo Romo se cumplió.
Respecto a la producción agrícola me dijo que había que reconocer que teníamos una agricultura y una agroindustria muy poderosa en el norte del país, pero que “tenemos otro México que vive en el siglo XVII, que tenemos que tener y tenemos que apoyar diferente. A la secretaría de Desarrollo Social le vamos a quitar todo lo que podamos de programas clientelares que no se necesitan y vamos a darle una orientación para que sea sustentable el apoyo. Vamos a apoyar la productividad por hectárea. Pongo el ejemplo: de maíz, en el norte, en Sinaloa, 14 toneladas por hectárea de maíz; te vas a Oaxaca, a Chiapas, una tonelada por hectárea. Si yo traigo un programa de semilla mejorada, nada más semillas, puedo subir la productividad por hectárea. Y así lo he hecho, en lo personal, por eso lo platico, puedo subir la productividad por hectárea de una a dos, tres toneladas. Ésos son muchos salarios mínimos”.
Le dije que también había gente del equipo de López Obrador que tenía resistencia a esos cambios.
“No, me dijo Romo, porque hablo de mejoras genéticas de cruzas tradicionales. No estoy hablando nada que cause un escozor en la sociedad. Es un tema que para mí no es un problema… Para poder caminar hay que quitar lo que nos diferencia, nos pelea, y hay que poner mejor lo que nos alinea. Estamos diferenciando y dando soluciones diferentes de acuerdo con las realidades de cada zona. Es una preocupación de que el sureste de México esté prácticamente abandonado… No hay extensionismo agrícola; no ha habido investigación de desarrollo. Está abandonado el campo. Entonces qué estamos diciendo, atendamos estas zonas que hoy dependen de la agricultura, que con muy poco pueden mejorar su nivel de vida y, poco a poco, incorporarlos a la modernidad. Para ellos, una buena semilla es modernidad. Quizá muchos empresarios en el norte se quieran meter a producir carros eléctricos, pero no todo es la alta tecnología”.
Tenía toda la razón Romo, como la tenía el entonces secretario de Agricultura, Víctor Villalobos, pero el presidente López Obrador le hizo caso la directora del Conahcyt, Álvarez-Buylla, y a Víctor Manuel Toledo, un secretario de Medio Ambiente que aseguraba que las plantas eólicas le robaban el viento a las comunidades indígenas, que por eso había que prohibirlas y que había que consumir el maíz originario. Una estupidez que condena al atraso a las comunidades y que, ampliada a la prohibición total de producir maíz genéticamente transformado, condenará a la agroindustria y nos alejará definitivamente de la autosuficiencia alimentaria que pregona el gobierno.
Lamentablemente eso se repite en muchos ámbitos. Por ejemplo, en la absurda ley de prohibición de vapeadores, equiparados con el fentanilo (y sin una buena diferenciación del fentanilo legal y el ilegal), se establece que está prohibido todo instrumento que a través del calor genere humo. Se supone que habla de los vapeadores, pero así como está redactado e incluido en la Constitución estarían prohibidas las plantas termoeléctricas, o más cotidianamente los baños de vapor. Son equipos que a través del calor generan humo. Es una suma de estupideces.
La humanidad lleva siglos, desde siempre, modificando genéticamente la naturaleza: cualquiera que tenga un perro salchicha tiene un ejemplar genéticamente modificado y lo mismo sucede con casi todas las razas de perros y gatos. Todos los productos alimenticios son mejorados de una u otra forma para hacerlos mucho más estables y productivos. El maíz nativo ha sido modificado. El que sembraban los pueblos originarios era una mazorca pequeña con bajísima productividad, a través de los años se fue mejorando y, por eso, en el norte se produce un maíz que rinde 10 veces o más que en el sur. En lugar de permitirle a los campesinos e indígenas mejorar su capacidad de producción en zonas donde la misma suele ser simplemente de subsistencia, los estamos condenando a vivir cada vez más en la pobreza y el hambre por una construcción ideológica sin base científica alguna.