A punto de cumplir sus primeros 100 días de gobierno y Claudia Sheinbaum no ha mostrado prácticamente nada que perfile qué definirá su Presidencia, que ahora se ve, huele y sabe a Andrés Manuel López Obrador. Asoman algunas ocurrencias que revelan su formación y descontextualización global, como un automóvil eléctrico -¿para competir con los chinos?-, y un satélite -¿de SpaceX, de la Nasa o uno impulsado por un cohete Queiqiao?-, o una visión tímida y limitada en materia de seguridad. Por lo demás, se ha enfocado en satisfacer a su mentor y predecesor y a mencionarlo incluso cuando no haya razón o contexto para hacerlo.
La presidenta envía señales contradictorias. Afirma que ella manda, no López Obrador, pero solo está haciendo las cosas que dejó pendientes el expresidente, aunque además de instrumentarlas por compromiso, hay suficiente evidencia de que está ideológicamente de acuerdo con él en el diseño y sus políticas, como el país de una mujer -que antes era de un hombre-, el corporativismo, la opacidad, la destrucción de los contrapesos, o el apoyo a regímenes autócratas.
Varias de sus acciones endosadas por su mentor son reaccionarias y regresivas, que tendrán un impacto negativo en el desarrollo de aquellos a quienes juraron defender, los pobres, y otras, que son más propias de gobiernos de derecha que de izquierda, como la militarización, el irrespeto a los derechos humanos y el achicamiento de las libertades. Sheinbaum sostiene que es una demócrata aunque actúe al revés.
Mucho se ha argumentado que está acotada y rodeada, sin poder real sobre los instrumentos que requeriría para gobernar, como el control en las cámaras, el control político, el control del dinero clientelar y el de la maquinaria electoral. A muchos tiene confundido si en realidad quiere ser presidenta o gerenta del “segundo periodo lópezobradorista”, que alimentó la deliberación pública la repetición el 22 de diciembre en el Canal 22, manejado por el gobierno, de una entrevista que le hicieron los caricaturistas de López Obrador seis meses antes, donde, al recordar que el expresidente Lázaro Cárdenas fue nombrado por su sucesor Manuel Ávila Camacho secretario de la Defensa durante la Segunda Guerra Mundial, dijo que Sheinbaum le sugirió un posible cargo en su gobierno.
Cárdenas ha estado mucho en la discusión pública por su lucha contra Plutarco Elías Calles y el Maximato. Cárdenas, que como Sheinbaum tenía apenas un puñado de leales cuando asumió la Presidencia, fue trabajando para desmantelar la fuerza callista, hasta que dio el zarpazo unos 16 meses después. Cárdenas comenzó a construir el desprendimiento desde antes de asumir el cargo, lo que no hizo Sheinbaum.
Pero para efectos de argumentación, asumamos que aunque se le ha pasado la mano de zalamera con López Obrador -algo similar pasó con Cárdenas frente a Calles-, debe entender la responsabilidad con las mujeres -al ser la primera Presidenta-, y con los millones de mexicanos que la apoyaron en las urnas y de aquellos que pese a no haber votado por ella, quisieran que le vaya bien y que el momento histórico de su victoria se corone con una eficiente gestión.
Si es lo que realmente desea en el fondo, tiene tres años para ir desmontando y neutralizando los peligros, que se sintetizan en uno, la revocación de mandato, que en su artículo 9 dice que podrá solicitarse, por una sola ocasión, durante los tres meses posteriores a la conclusión del tercer año del periodo constitucional del gobierno. Si quiere que la segunda fase del proyecto sea su segundo piso y no una mera continuidad del primero, tiene que sacar su cabeza del cepo de la guillotina e ir debilitando el poder de López Obrador.
El Maximato duró de 1929, al terminar Calles su mandato constitucional, hasta diciembre de 1934, cuando asume Cárdenas la Presidencia. Durante ese periodo hubo tres gobiernos, dos interinos y uno electo, presionados, acotados y controlados por Calles, a quien llamaban “el Jefe Máximo”, un caudillo que estaba construyendo un partido de masas. Cárdenas comenzó rápido a remover a generales de sus zonas y a gobernadores leales de Calles, al tiempo de fortalecer nuevos liderazgos obreros con Vicente Lombardo Toledano a la cabeza, que provocó una crisis interna y una molestia abierta del expresidente.
La presidenta envía señales contradictorias. Afirma que ella manda, no López Obrador, pero solo está haciendo las cosas que dejó pendientes el expresidente
El golpe maestro de Cárdenas comenzó en junio de 1935, en el contexto de una discusión en las cámaras sobre la existencia de dos grupos, uno callista y otro cardenista, así como de una serie de huelgas que desafiaban el edificio construido por el expresidente. El día 12, el senador Ezequiel Padilla, con su autorización, publicó una larga conversación que habían sostenido varios miembros del Bloque Nacional Revolucionario con Calles en su casa en Cuernavaca, en donde negó que hubiera un conflicto entre los dos, afirmó que era gran amigo de Cárdenas y que no los iban a separar. Calles pensó en impedir su publicación, pero no pudo. Comenzaba el final de su lucha, si retomamos el artículo del gran historiador Luis González titulado “Los truenos de junio”, donde narraba como Calles le auguraba a Cárdenas el fin de su gobierno.
Dos días después se publicó en la prensa la durísima respuesta de Cárdenas y 48 horas más tarde, Calles anunció su retiro de la política y se fue a Los Ángeles. El 13 de diciembre de ese año regresó a la Ciudad de México y la respuesta fue el desafuero al día siguiente de seis senadores leales a él; el 15 se destituyó a tres de sus generales, incluido Joaquín Amaro, y el 16, el Senado desapareció los poderes en Sonora, Sinaloa, Durango y Guanajuato.
El 9 de enero de 1935 le imputaron a Calles un contrabando de armas, e intentos de sabotaje contra el gobierno, que habían sido sofocados. El 9 de abril, le notificaron que Cárdenas lo había expulsado del país, y al día siguiente, junto con el líder obrero y exsecretario de Trabajo, Luis N. Morones, Laureano León Uranga, prominente miembro del Grupo Sonora, y Melchor Ortega, que había sido desaforado como gobernador de Guanajuato, se fue al exilio.
La Historia permite revisar las experiencias. La de Cárdenas es una, y aunque su figura y la de Sheinbaum, por origen, formación y contexto son muy distintas, el objetivo era el mismo: tomar el control del país y gobernar. El general lo logró; sobre los deseos y motivaciones de la científica todo revolotea hoy en la incertidumbre.