Creo que ya todos nos conocemos las directas e indirectas que nos lanza la amenaza naranja en materia de comercio; que si Canadá es el estado 51 de la Unión Americana y México el número 52, que si los aranceles, etcétera, etcétera. El intercambio en la materia se ve influido, si no es que supeditado, a lograr mejorar o no la situación del trasiego de drogas hacia su país, el contener o no flujo migratorio, así como la violencia en la frontera.
¿No convendría que ellos, pero también nuestro país, comenzaran a separar la gimnasia de la magnesia? Después de todo, imponer aranceles al comercio exterior no detendrá la violencia, la migración y tampoco el tráfico de estupefacientes. Si acaso, los incrementará.
Si se lograra la diferenciación de rubros se podría trabajar con expectativas más claras y sin sufrir las amenazas cada determinado número de años y con cada cambio de administración que afectan los aspectos económicamente productivos de la relación. La idea no es nueva, durante muchos años se ha dicho que hace falta un tratado de América del Norte en materia de seguridad, pero ahora sería el momento propicio para realizarlo.
Que nadie se espante ni grite ¡traidora!, pues esta semana el propio Senado de México aprobó dos dictámenes que autorizan tanto el ingreso del ejército de los Estados Unidos a nuestro país, como la salida de integrantes del ejército mexicano con fines de adiestramiento. Que sea el intercambio de soldados entre países ‘los pininos’ de esto que digo.
Este tratado en materia de seguridad con los Estados Unidos permitiría separar de una buena vez los asuntos comerciales de los de seguridad; además de lograr que los actores políticos (empezando por Trump) no utilicen la palabra “aranceles” y otras por el estilo para avanzar en otras cuestiones. Es decir, si ha quedado claro la necesidad de distinguir asuntos a nivel nacional, ¿por qué no también en el ámbito internacional?
Así que pensemos fuera de la caja, pero de en serio. ¿Por qué no distinguir los aspectos de política exterior relacionados con el comercio, de los relativos a la seguridad internacional? ¿Por qué no tener, debajo del embajador de México en Estados Unidos a dos o tres funcionarios mexicanos dedicados específicamente a comercio —dependiendo de Ebrard— , a migración —dependiendo de Rosa Icela Rodríguez— y a seguridad —coordinando con Omar García Harfuch—? Por cierto, ¿ya pensó Claudia Sheinbaum quién debe ser el nuevo embajador de México ante la Unión Americana?
Veamos: se entiende así, dados los múltiples problemas y frentes que significa la inseguridad en nuestro país, que la Sesión del Consejo Nacional de Seguridad Pública tuviera lugar en Acapulco, Guerrero. Tanto Sheinbaum como García Harfuch dijeron a los gobernadores que la inseguridad también es un problema de ellos y que se debe trabajar en equipo. Si este tipo de “tratado” fue impulsado para la Federación ¿por qué no lograr algo de características similares con Estados Unidos?
Tal vez sea una propuesta que deba encabezar la presidentA (con la coordinación del secretario de Seguridad federal) no solo para presentársela a Donald Trump e impulsarla, sino también para que al ser exitosa se convierta en uno de los mayores logros de ella llevando a esta región del orbe a disminuir la inseguridad. Sería incluso más ambicioso y comprensivo a lo que el todavía sombrerudo embajador Ken Salazar dijo: “si yo fuera Donald Trump haría un pacto de seguridad con México; para mejorar la misma”.
Respetuosamente sugiero rescatar lo que tantas veces planteó Alejandro Hope (QEPD) sobre el tema.
El gobierno mexicano está en el momento preciso para decidirse a construirlo ahora que se sabe que el próximo embajador estadounidense en nuestro territorio será el militar retirado, ex miembro de la CIA y ex embajador para El Salvador, Ronald Johnson, lo cual imprime un cariz de urgencia al tema de seguridad entre nuestras naciones. Él es un experto en el tema de seguridad, y con un impresionante CV, quien le sugirió la idea a Bukele del cambio de actitud con los presos y las cárceles, y quien seguramente entendería la propuesta de un tratado específico en el ámbito de su particular competencia.
Quizá, más que preocuparse en defender la soberanía nacional de las acciones y posicionamientos de un embajador estadounidense u otro, la presidenta Sheinbaum deba agarrar el toro por los cuernos y asestar el primer golpe al plantear el esquema y los objetivos fundamentales que, sin violentar nuestra autodeterminación, a México convengan de parte de los gringos para el mencionado tratado. Aprovecharse de la combinación entre Ron Douglas Johnson, próximo embajador, y el secretario de Estado, Marco Rubio, pues ellos serían los primeros en sumarse a un diseño regional donde el esquema sea ganar-ganar para ambas naciones.