“¿Transformación es un eufemismo?”, le pregunté a Andrés Manuel López Obrador en una de esas entrevistas que, cámara al hombro, le hice en Palacio en los días más duros de la pandemia. “Toda transformación —me respondió— es una revolución”. Tenía razón y lo que ha sucedido desde entonces lo confirma.
Hoy gobierna a este país una mujer, compañera de lucha del ex presidente, que se convirtió en la persona más votada en la historia de México. Hoy Claudia Sheinbaum Pardo cuenta con la mayoría calificada en el Congreso y en 25 legislaturas locales. La respaldan 24 de las y los 32 gobernadores y uno de los partidos políticos más grandes, vigorosos y activos de la historia moderna.
Hoy en este país se han producido ya, en apenas dos meses del mandato de la primera PresidentA de nuestra historia, más de 18 reformas constitucionales, entre ellas la del Poder Judicial, que termina el proceso de demolición del viejo régimen al expulsarlo de su último bastión, pone en manos del pueblo la elección de jueces, magistrados y ministros y se vuelve un ejemplo para todas las democracias del mundo.
Aquí se vive, por primera vez en la historia del mundo, una revolución pacífica, democrática, radical y que se produce en libertad. Una revolución que no se aferra al poder y se juega la vida en las urnas. Amplia, diversa, plural como no ha habido otra y justo a imagen y semejanza de nuestro país. Aquí las y los ciudadanos, con sus votos, se quitaron de encima a uno de los regímenes más autoritarios, corruptos y longevos de la historia.
Pese a que la oligarquía y la derecha conservadora controlan los medios de comunicación masiva, la transformación avanza. Claudia y su equipo mantienen una altísima aprobación ciudadana y ella, en la mañanera, va a la vanguardia de una batalla cultural e informativa que profundiza y fortalece la llamada revolución de las conciencias y garantiza y amplía el apoyo ciudadano al gobierno y al movimiento.
Aquí, hoy, y eso es un ejemplo para las izquierdas del mundo que, a mi juicio, se muestran tacañas a la hora de aquilatar y reconocer que aquí sucede algo inédito y extraordinario, basta con ser decente para ser revolucionario.