Personas bien informadas e intencionadas me preguntan por qué he repetido varias veces que no olvidaré que Omar y Claudia fueron los primeros con quienes hablé la noche del 15 de diciembre de 2022, hoy hace dos años. No lo olvidaré por gratitud, porque me ofrecieron protección y seguridad y cumplieron a cabalidad. Otras me preguntan todavía si él, el presidente, llamó para ofrecer una gota de apego. No llamó. Yo le marqué antes que a nadie a Omar, el jefe de la policía. En dos minutos marcó Claudia, la jefa de Gobierno de la ciudad. Más tarde lo hizo Adán Augusto, el número dos del gobierno de él. Llamó, empática, cariñosa, la secretaria de Seguridad, Rosa Icela. También Encinas, el hombre de los derechos humanos, me ofreció una escolta. Desde el extranjero lo hizo el canciller Ebrard y desde aquí diputados, senadores y gobernadores guindas. Llamó solidario el fiscal general Gertz y hosco el jefe de la Guardia Nacional. Me abrazó Arturo, el presidente de la Suprema Corte. Él no, nunca. Mejor. ¿Qué le habría respondido? ¿Lo habría saludado con un “aprecio la cortesía, confío en usted”? O preguntado, “usted, que me calumnia e insulta a diario ¿es mi ángel?”.