Los Ardillos los acusaron de haber sido enviados por el grupo criminal conocido como Los Jaleacos, para tomarles fotos a sus rostros, sus casas, sus autos. Los acusaron de haber sido enviados por uno de los líderes de ese grupo: El Comandante 15.
En las inmediaciones de El Epazote, una comunidad del municipio de Chilapa, en la Montaña baja de Guerrero, los privaron de la libertad. Era el 21 de octubre. Más tarde, Los Ardillos grabaron a un niño de 13 años “confesando” que trabajaba para Los Jaleacos y que estos tenían el apoyo de la Guardia Nacional y de las policías estatal y ministerial.
El cuerpo de ese niño es uno de los 11 que aparecieron desmembrados el viernes pasado en la batea de una camioneta abandonada en el Bulevar Vicente Guerrero de Chilpancingo, a la altura del Parador del Marqués, a poco más de un mes de que Los Ardillos abandonaran en el toldo de otra camioneta la cabeza decapitada del alcalde Alejandro Arcos, recién llegado al cargo.
El pasado 21 de octubre un grupo de vendedores de trastos de cocina, hechos sobre todo de peltre, salieron de la comunidad de Chautipan para ir a vender a El Epazote. Eran seis adultos y tres menores. En esa zona que se encuentra bajo el control criminal, territorial y político de Los Ardillos, se perdió todo contacto con ellos.
Cuatro adultos más salieron a buscarlos al día siguiente. No se volvió a saber de estos. En la comunidad, la gente esperó noticias durante cinco días. Era ya 27 de octubre cuando otros cuatro adultos, dos hombres y dos mujeres, dejaron el pueblo para buscar noticias de los suyos. Su rastro se perdió en el bastión del grupo criminal que dirige Celso Ortega, el líder brutal de Los Ardillos: Quechultenango.
No fue sino hasta el 8 de noviembre en que 11 de los 17 desaparecidos fueron hallados, repartidos en varias bolsas de plástico negro. Habían pasado solo dos días que el jefe de la 35 Zona Militar anunciara que elementos de la Sedena realizaban un operativo de búsqueda y cuatro desde que la fiscalía estatal ofreciera un millón de pesos a quien ofreciera informes sobre la ubicación de los desaparecidos. La respuesta de Celso Ortega, el mismo al que se involucra con la decapitación del alcalde Arcos, fue bestial: subió a redes el video con el interrogatorio del niño, y unos días más tarde abandonó 11 cuerpos al sur de Chilpancingo, en la batea de una camioneta que, según reportes de seguridad, tuvo que pasar al menos por dos filtros establecidos por el Ejército.
El líder de Los Ardillos ha ordenado que se perpetren dos hechos horripilantes en poco más de un mes. Lo hace porque nada se lo impide: porque puede hacerlo. Mientras la fiscalía estatal confirmaba la identidad de las víctimas, la gobernadora Evelyn Salgado cantaba canciones rancheras en El Partenón de Zihuatanejo, al lado de Coque Muñiz, y su padre, Félix Salgado Macedonio, el exalcalde que le abrió las puertas de Acapulco al crimen organizado, reconocía que su hija “canta, pero sobre todo encanta y ese es el coraje de la contra”, y atribuía las críticas a la gobernadora a “intereses oscuros de la derecha”.
Un día antes, el 7 de noviembre, una oleada de masacres había comenzado a desatarse en diversos estados de México. Ese día aparecieron en un área despoblada de Villa de Arista, San Luis Potosí, los cuerpos torturados y con disparos de arma de fuego de cinco jóvenes de entre 18 y 25 años.
Un día después, la noche del sábado 9 de noviembre, Fernando González Núñez, conocido como La Flaca, presuntamente involucrado con el Cártel Jalisco Nueva Generación, así como con actividades relacionadas con robo de hidrocarburos, subió a redes sociales una imagen del sitio donde se encontraba. En esa imagen se veía un cántaro de barro con el nombre del bar: Los Cantaritos —ubicado en el centro de la ciudad de Querétaro.
Un comando del Cártel de Santa Rosa de Lima fue a buscarlo. Lo hallaron al lado de uno de sus sicarios, de nombre Jesús, y de varias jóvenes. Desataron una masacre en la que perdieron la vida 10 personas y otras 13 resultaron heridas.
Tan solo unas horas más tarde, el domingo 10, cuatro sicarios del Cártel Jalisco Nueva Generación se enfilaron al bar Bling Bling, ubicado en Cuautitlán Izcalli, una de las zonas calientes del Edomex. Iban por dos sujetos conocidos como Fredy y El Oso. Según las investigaciones, ambos habían pertenecido al Cártel Jalisco Nueva Generación y desertado para incorporarse a otro grupo criminal. Por eso razón habían sido amenazados.
Como en Los Cantaritos, los agresores fueron directamente hacia ellos y no les importó cobrar las vidas de personas que se hallaban ahí de manera fortuita. El tiroteo dejó 6 muertos y cerró uno de los fines de semana más violentos en lo que va del sexenio de Claudia Sheinbaum y en el que se registraron 251 asesinatos: 69 cometidos el viernes, 89 el sábado y 93 el domingo —con picos notables en Guanajuato, Edomex, Baja California y Sinaloa.
Cuatro masacres en una semana: un patrón de violencia que no se había visto y que, de acuerdo con fuentes del Palacio Nacional, la presidenta es de momento la primera que se niega a ver, más preocupada, al igual que su antecesor, por las críticas a su gobierno que por los 3 mil 39 homicidios cometidos en los primeros 41 días de su administración.
Mal inicio y malas señales.