Evelyn Salgado no tenía por qué saber que al tiempo que reinauguraba el una vez maldito Partenón de Zihuatanejo, en otra parte del estado que dice gobernar, se tirarían y, luego hallarían, los cuerpos de once víctimas de los criminales, once más. Ella hacía lo que debía, empujaba la reapertura de un lugar muy vistoso para traer prosperidad a la zona. Invitó artistas, a la sinfónica de Acapulco, rio y cantó. Su problema es que Guerrero es un infierno, y en el infierno no caben ciertos lujos. Insensibilidad no es estar cantando Si nos dejan con el Coque Muñiz mientras asomaban once cadáveres cerca de la capital, Chilpancingo. Insensibilidad es la normalización del horror, el mensaje que difundió para tratar de contrarrestar la simultaneidad: “Instruyo a mi gobierno a brindar un acompañamiento cercano y permanente a los familiares de las once personas desaparecidas”. Palabras insustanciales que, en la tragedia, suenan a compromiso con la mentira. Pero ése es el talento de Evelyn, su principio de resiliencia: frente la barbarie y el horror, cantemos boleros de terciopelo, con entonación y cien por ciento de subordinación a Palacio Nacional. Y de todo lo demás, nos olvidamos.