La comunicación personal de la presidenta Sheinbaum con Donald Trump, un hombre que no entiende de intercambios epistolares, era fundamental. Nada reemplaza con Trump la relación personal porque él se siente el centro del poder y de la atracción. No será con cartas como se redefina la relación bilateral y ayer la Presidenta dio un buen paso adelante en ese sentido al comunicarse directamente con el mandatario electo de Estados Unidos.
Y, simultáneamente a esa comunicación personal, la realización de un intenso cabildeo, de gobierno, empresarios y especialistas, dentro de la Unión Americana, con todos los sectores interesados en la relación bilateral, será clave. A principios del sexenio pasado se propuso la instalación de una oficina autónoma destinada a alimentar esas relaciones, fue desechada porque provocó una ruptura entonces entre Ebrard y la embajadora Martha Bárcena. No sería mala idea retomar ahora esa iniciativa, no sólo en Washington, sino también en estados clave para la relación, como Texas. Pero a todo hay que darle contenido. Dice el New York Times que parte de la estrategia de China para presionar a Estados Unidos en sus intentos de enfrentar la guerra comercial en ciernes, es demostrar, con cortes parciales, cómo se afectarían las cadenas de suministros si Washington impone sanciones a los productos chinos.
Es un capítulo que está en el centro de toda la confrontación que estamos viviendo con la próxima llegada de Trump al poder y que afecta directamente a México. Los datos que ayer presentó el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, en la mañanera sobre los costos que tendría para la Unión Americana la imposición de aranceles a México, una pérdida en ese país de unos 400 mil empleos, dijo Ebrard, va en el mismo sentido, pero existe una diferencia central: México es el país que puede servir como alternativa a China para complementar, aunque sea parcial y gradualmente, esas cadenas de producción en Estados Unidos.
Ya en buena medida cumplimos ese papel, pero ése debe ser el eje de la negociación con un futuro gobierno de Trump, que sabe perfectamente el costo que sería para su economía un asalto comercial contra sus socios. No lo hace por desconocimiento de las consecuencias, sino para obtener beneficios. Hay que insistir en un tema, Trump no está apelando a la racionalidad, sino a las emociones.
Lo hizo antes y lo hace ahora: dice Angela Merkel, la excanciller alemana, que tuvo que lidiar con Trump en su anterior administración, en una entrevista con El País, de España, con motivo de la publicación de sus memorias, que “el problema es que él no cree en el win-win, en las situaciones en las que todos ganan, sino que piensa en categorías de ganadores y perdedores. Si un político hace concesiones, si le da algo a otro y este otro también le da algo a cambio, ambos habrán ganado algo, porque juntos son más fuertes que solos… Make America Great Again es un concepto que únicamente busca lograr la fortaleza del propio país, lo que, en muchos casos, sólo puede funcionar quitándoles o negándoles algo a otros países”.
Para tratar con Trump, Merkel dice que no tiene consejos, pero sí experiencia. “Mi experiencia, dice Merkel, es que hay que intentar ser uno mismo. Yo siempre he intentado ser yo misma. Expresaba mis opiniones y Trump expresaba las suyas. Y a veces las expresaba con la intención de que uno tuviera un poco de miedo de esas opiniones. Yo expresaba mi opinión con confianza y alegría, porque estaba convencida de ella. No hay que preocuparse en una conversación pensando que uno nunca podrá salirse con la suya. Cada persona tiene sus propios intereses y hay que conciliar estos intereses, aunque a veces sea difícil”.
¿Cuáles son los intereses que se pueden conciliar con Trump? En primer lugar, convencerlo de que México puede ser un socio comercial confiable que puede reemplazar muchos de los insumos chinos en la cadena de suministros y que puede ser también un socio que reemplace en el propio Estados Unidos mucho de lo que compramos en China. Eso incluye aceptar con mucha mayor transparencia que somos América del Norte, con todo lo que ello implica, incluyendo, por ejemplo, las controvertidas relaciones de México con Cuba y con Venezuela.
En segundo lugar, el embajador Ken Salazar dijo algo que es verdad: el secreto para muchos de los posibles acuerdos con Trump pasa por retomar la autoridad de nuestra frontera sur, imprescindible para recuperar el control de los flujos migratorios ilegales hacia México y la Unión Americana. Hay diferentes alternativas sobre cómo hacerlo, incluso utilizando el Corredor Transístmico para ello, pero ninguna pasa por tener fronteras abiertas en el sur y tratar de controlar ese caudal migratorio una vez que llegó a la frontera norte.
La nueva estrategia de seguridad de la administración Sheinbaum generará una ruptura de las cadenas de producción y tráfico de fentanilo y está mostrando muchas señales adecuadas, pero tomará tiempo tener los resultados que la coyuntura reclama. Precisamente por eso deben haber acuerdos sobre medidas bilaterales y golpes específicos que puedan ser en nuestro beneficios, pero también en consonancia con los objetivos políticos del gobierno de Estados Unidos. Sin duda, hay alternativas y opciones, pero la peor es insistir en una verdad que se ha convertido en un lugar común: el de los consumidores estadunidenses que, siendo real, es una declaración que se arrastra desde los años 70 y no influye en las autoridades estadunidenses (en las de Trump mucho menos) ni en la opinión pública de ese país.
El discurso son los aranceles, pero el tema son la migración y la seguridad. En eso, como dijo ayer Sheinbaum en la plática con Trump, hay que enfocarse.