Con el pase de abordar en la mano para su viaje a Brasil, la presidenta Claudia Sheinbaum lanzó la proclama: “no se nos olvide que sigue ese poder queriendo recuperar el pasado, y que no por ser una amplia mayoría, no se está moviendo para recuperar parte de esos privilegios que han ido perdiendo”, dijo a senadores y diputados morenistas el jueves 14 en Palacio Nacional.
Allá, los coordinadores Adán Augusto López y Ricardo Monreal, le llevaron incompleta la ofrenda. No han aprobado la desaparición de los organismos autónomos, que consuma la faena. Los legisladores de Morena, PT, Verde, y ex perredistas, ex priistas y ex panistas que les acompañan acudieron puntuales y peinados a Palacio Nacional a la ceremonia del recuerdo. Te recuerdo quién manda aquí.
El ritual era necesario en una suerte de juego de sombras donde había que erigir una amenaza, aunque no lo fuese, para sofocar, por un lado, una revuelta y, por otro, un abandono de partitura, cuyo tamaño no inquieta pero su potencialidad preocupa.
“La línea es clara”, exclamó la Presidenta para desafiar a lo que puso como adversarios, los comentócratas, medios de comunicación, a los ministros, que “no pudieron vencernos”.
Ahí están los gladiadores, unos rencos, otros exultantes. Sheinbaum desafía y acomete: “pensaron que íbamos a pintar nuestra raya”, en alusión a que llegando a la Presidencia rompería con AMLO.
El acto de Palacio es la reafirmación en medio del bamboleo. Estamos firmes aunque otros se pandeen.
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“La política no es un negocio, es una pasión. O se tiene o no se tiene. Los que estén buscando la ventaja económica que se dediquen al comercio, a la industria. Que ganen, paguen impuestos y que les vaya bien. Pero no entreveren la política con eso, porque no es para hacer plata. Eso es lo que nos está matando”, declaró José Mujica al diario español El País.
El ex presidente uruguayo sabe lo que dice. Pasó más tiempo en la cárcel que en el gobierno. Siete años encerrado por la dictadura militar, en un hoyo, en un aljibe, para someterlo, doblarlo. Su cárcel fue el subsuelo. Salió de ahí para dejar la lucha guerrillera y buscar el poder de manera pacífica, por la vía de las elecciones y ganarlas. Gobernó un lustro a Uruguay. Concluye, con sorna, décadas después:
“Me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo, pero estuve entretenido”.
En su reflexión, Mujica dice de su movimiento, de su batalla: “Hay gente que hubiera querido más, pero no vamos a cambiar la realidad del pasado, me preocupa lo que viene…Tenemos que buscar que el ayer no nos ponga un obstáculo para el futuro. Yo sé que eso es de una cabeza demasiado inteligente que se pelea con los sentimientos”.
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Es útil, como mampara, acechar y retar al pasado. Si el Extraño Enemigo se usa para ocultar los otros conflictos, para evadir las otras acechanzas, el autoengaño puede salir enormemente caro.
No hay duda. Se tiene la Presidencia; al Congreso le sobran votos de mayoría calificada y el Poder Judicial será como el Hombre Nuevo. Ni quien les haga cosquillas. Nunca tuvieron tanto poder y sin instructivo.
Pero sus gobiernos sufren y jadean. La narcoviolencia, el control de territorios, los mandos criminales que copan, la corrupción en las administraciones locales, la improvisación, los servicios públicos desatendidos. Eso zumba, ajetrea, estremece. Eso sí que hace grietas, no la disidencia.
Es mejor azuzar al fantasma del pasado. Pero el marxismo dijo otra cosa, al menos el de Groucho Marx: “Nunca golpees a un hombre caído, recuerda que puede levantarse”.