Él repetía con elocuencia que en octubre, cuando desalojara el Palacio Nacional, se encerraría en una finca y no hablaría con nadie de política y asuntos por el estilo. Contrario a lo que opinaban algunos, yo sí le creía, no porque discurriera que acabaría entrando en razón para alejarse de un poder que no le correspondería. Le creía porque, de no encerrarse, ¿en dónde podría aparecer? ¿En una playa de Acapulco, un hotel del Mar de Cortés, en el vuelo doméstico de una línea nacional, en un restaurante común o elegante, en el Dodgers-Yankees en Los Ángeles o Nueva York, en una librería de Guadalajara o Coyoacán, en una obra de teatro sin que lo incordiaran, fastidiaran, sin que le gritaran viejo mentiroso, viejo cabrón? Pasaron cuatro semanas, nada sabemos de él. Ninguna declaración, cero fotos, ni un post. Así es que, independientemente de lo que haga y planee y de en qué habitación se esconda, sigo creyendo que, por capacidad reflexiva o lo que fuere, avizoraba que, a partir de octubre, se hundiría en la fase del poder en que no se progresa, por el contrario. Y que lo menos dañino sería apagarse en una finca de días mojados, bochornosos, según el meteorológico.
X: @CiroGómezL