Que elementos del Ejército mexicano hayan matado a tiros a seis migrantes en Chiapas es otra confirmación trágica de que los soldados no deben hacer labores de policías.
Lo ocurrido es consecuencia de la militarización de la seguridad pública: matanzas de personas inocentes que son abatidas a tiros por la impreparación de soldados cuya especialidad es la guerra y el auxilio a la población en casos de desastres.
El gobierno “humanista” insistió en entregar para siempre las tareas de seguridad pública al Ejército y a la Marina, y han calificado de mentirosos a quienes sostienen que eso es militarización.
La explicación de la Secretaría de la Defensa es totalmente creíble: a bordo de una patrulla, en un camino rural, “personal del Ejército manifestó escuchar detonaciones, por lo que dos elementos accionaron su armamento, deteniendo su marcha una de las camionetas de redilas”.
Hirieron a diez personas, mataron a un niño de once años y a otros cinco migrantes que viajaban en la camioneta que frenaron a tiros.
Además de la desnaturalización de nuestro instituto armado, las consecuencias de la militarización dejan sin argumentos al gobierno de México para denunciar ante el mundo los atropellos contra connacionales en Estados Unidos.
Crímenes como el ocurrido en Chiapas la noche del 1 de octubre dan carta de normalización a tratar a los migrantes como seres sin derechos, ni sujetos del respeto que merecen los seres humanos.
Visto en términos políticos, normalizar la barbarie contra los migrantes es actuar contra el interés nacional.
En Estados Unidos, Trump, Kamala Harris y Biden ya comparten la idea de una guerra de baja intensidad contra los migrantes, que en su mayoría son mexicanos y envían más de 60 mil millones de dólares al año a sus familiares en México.
La satanización de los migrantes como estrategia electoral arrancó con Donald Trump en 2016.
Se materializó durante sus cuatro años de gobierno con la militarización de la frontera, el Título 42, el programa Quédate en México, la separación de niños migrantes, la ampliación del muro fronterizo y un largo etcétera.
Trump no llegó a más porque las cortes lo acotaron o no le alcanzó el tiempo.
Con el triunfo de Joe Biden el tema regresó al primer plano en Estados Unidos con las imágenes de la migración desenfrenada en la frontera con México.
La crispación en ese país llegó a su punto más alto en diciembre de 2023, cuando el gobierno de AMLO relajó los controles en la frontera sur, lo que fue interpretado en Estados Unidos como trabajo sucio para favorecer las aspiraciones reeleccionistas de Trump.
Tras un arreglo a puertas cerradas en Palacio Nacional con los enviados de Biden en enero de este año, incluido el secretario de Estado, Antony Blinken, y el de Seguridad, Alejandro Mayorkas, las aguas regresaron a su nivel.
En la campaña electoral en Estados Unidos la migración reapareció como uno de los mayores focos rojos con la decisión de Trump de convertirla en punta de lanza para detonar el temor al calificar el fenómeno como “una invasión”.
Trump boicoteó el acuerdo migratorio bipartidista logrado en el Senado, que consistía en cerrar la frontera cuando las cifras de migración ilegal rebasen un determinado número.
Su interés era y es seguir escalando el odio contra los migrantes. En una entrevista con la cadena Fox News dijo que le gustaría ser dictador “durante un día”. Su primera acción: cerrar la frontera con México.
Encarrerado, acusó a los migrantes haitianos de estar comiendo perros y gatos en Springfield, Ohio.
A partir del primer debate Trump-Harris del 10 de septiembre, la vicepresidenta cambió el tono y propuso el cierre de fronteras con México, más agentes fronterizos al sur y un presupuesto de 650 millones de dólares para completar el muro.
Y en una visita a Douglas, Arizona, Kamala Harris fue más allá: “Yo haré más para asegurar nuestra frontera, para reducir los cruces fronterizos ilegales. Tomaré medidas adicionales para mantener la frontera cerrada entre los puertos de entrada”, dijo.
“Aquellos que crucen nuestras fronteras de manera ilegal serán detenidos y expulsados, y se les prohibirá volver a ingresar durante cinco años”, remató.
A un mes de las elecciones, se aprobaron reglas para hacer más difícil solicitar asilo político en la frontera con México, a partir de esta semana.
Que la carrera presidencial en Estados Unidos se haya convertido en una competencia para ver quién es más duro contra los migrantes es un acto lamentable de oportunismo político.
Pero es la realpolitik al estilo americano, donde los principios se pueden meter bajo la alfombra con tal de ganar elecciones.
Y el gobierno de México se queda sin argumentos para defender a los connacionales, luego de actos criminales como fue la matanza de migrantes en Chiapas.