El gobierno del método se entrega al “a ver qué sale”.

La imagen del fotógrafo Alejandro Mendoza de un funcionario del Senado atrapando en el piso una de las bolas que determinarán el futuro de un juez en alguna comunidad, es elocuente. “Las pelotitas rodaron por el suelo, las dudas afloraron y una senadora hubo de introducir al salón de plenos un pizarrón para explicar a sus compañeros los de por sí enredados procedimientos con los que se sortearon, con un par de tómbolas, 350 plazas de Magistrado de circuito y 361 de jueces de distrito”, narró el cronista Mayolo López. (REFORMA/ 13/10/24).

El contraste define: el Poder Ejecutivo recién estrenado se ufana y presume que sus decisiones se basan en datos y en el orden. El ejercicio de un gobierno serio y programado. Uno de sus pares, el Legislativo, decide el futuro de otro más, el Judicial, en un sorteo que se promete mágico. Lo que la fortuna diga vendrá pintado de limpieza y honestidad. El Legislativo se pinta solo. Tiene exigencias de quórum y las cumple con los métodos tradicionales del chantaje y la transa. Todo sea por la buena ventura.

El Poder Judicial, ahora enclenque, maltrecho, es simultáneamente improvisado y profesional; corrupto y derecho; útil y despreciado. El día que se sortean los juzgados que van a urnas, uno de sus ocupantes libera sin más a una cómplice de un crimen sonado y no aclarado en la Plaza Artz. La otra lotería; la otra fortuna.

El buen juez por su bolita empieza. La rifa, al final, es la evasión de la responsabilidad. No soy yo, fue la suerte. La imposibilidad del acuerdo, la evasión del consenso, puede resolverse con las mejores tradiciones mexicanas. A decir verdad, la rifa es un mecanismo de trabajo en el Poder Judicial que ahora vive su agonía. En la actualidad ante la desconfianza existente en la imparcialidad de jueces o la costumbre de fiscales de buscar al juez favorito para prosperar en un asunto, los casos a juzgar se sortean… aunque a veces gane el mismo. Existe un sistema automatizado y una normatividad al respecto.

La rifa, la tanda, la limpia, nada nos es ajeno. El Senado convertido en la sala de juegos más grande de México. ¿Qué elegimos, un senador o un crupier?

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El sorteo del sábado en el Senado no es la esencia de la reforma. Lo que se decidió fue algo que podía haberse acordado entre funcionarios o que incluso el Poder Judicial pudo haber propuesto. La prisa de la reforma provocó una de las escenas increíbles de nuestra política.

Lo central es la elección sobre la base de un primer sorteo. Conforme la nueva ley vendría otra rifa más para filtrar la lista de candidatos en contienda.

Podría haber tres opciones frente a la tómbola: 1) derogar la reforma; 2) corregir en la marcha el proceso para profesionalizar candidaturas; 3) ir a la guerra.

La primera depende de una voluntad presidencial y esa no está a la vista. Si proviniera de una decisión de la Corte podría significar un daño mayor al ya establecido. Pero no está muerta.

La segunda supondría un juego de negociaciones políticas en distintas vertientes: exigir los criterios de profesionalismo y calidad de los candidatos y establecer garantías de un proceso que respete e impida injerencias de poderes fácticos. En ese sentido, ya definidos los cargos sujetos a elección los tres poderes podrían establecer una mesa para perfilar candidaturas de consenso que respetaran a los jueces actuales de mejores créditos y calidades y/o proponer a prospectos de abogados con credenciales intachables. Al menos en los distritos o regiones más delicadas.

Dicha mesa podría estar acompañada de la participación de colegios de abogados, universidades, organizaciones sociales y juzgadores que defendieran los mejores perfiles que a la postre fueran avalados en las urnas. Un auxilio, una ayudadita, de consenso en un proceso turbulento.

La última opción es la guerra electoral sin controles. Donde se corre el riesgo del avasallamiento no únicamente de candidatos marcados por un partido sino del empoderamiento de personajes sin control.

Ruedan las bolitas.

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