El buen juez por su bolita empieza. La rifa, al final, es la evasión de la responsabilidad. No soy yo, fue la suerte. La imposibilidad del acuerdo, la evasión del consenso, puede resolverse con las mejores tradiciones mexicanas. A decir verdad, la rifa es un mecanismo de trabajo en el Poder Judicial que ahora vive su agonía. En la actualidad ante la desconfianza existente en la imparcialidad de jueces o la costumbre de fiscales de buscar al juez favorito para prosperar en un asunto, los casos a juzgar se sortean… aunque a veces gane el mismo. Existe un sistema automatizado y una normatividad al respecto.
La rifa, la tanda, la limpia, nada nos es ajeno. El Senado convertido en la sala de juegos más grande de México. ¿Qué elegimos, un senador o un crupier?
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El sorteo del sábado en el Senado no es la esencia de la reforma. Lo que se decidió fue algo que podía haberse acordado entre funcionarios o que incluso el Poder Judicial pudo haber propuesto. La prisa de la reforma provocó una de las escenas increíbles de nuestra política.
Lo central es la elección sobre la base de un primer sorteo. Conforme la nueva ley vendría otra rifa más para filtrar la lista de candidatos en contienda.
Podría haber tres opciones frente a la tómbola: 1) derogar la reforma; 2) corregir en la marcha el proceso para profesionalizar candidaturas; 3) ir a la guerra.
La primera depende de una voluntad presidencial y esa no está a la vista. Si proviniera de una decisión de la Corte podría significar un daño mayor al ya establecido. Pero no está muerta.
La segunda supondría un juego de negociaciones políticas en distintas vertientes: exigir los criterios de profesionalismo y calidad de los candidatos y establecer garantías de un proceso que respete e impida injerencias de poderes fácticos. En ese sentido, ya definidos los cargos sujetos a elección los tres poderes podrían establecer una mesa para perfilar candidaturas de consenso que respetaran a los jueces actuales de mejores créditos y calidades y/o proponer a prospectos de abogados con credenciales intachables. Al menos en los distritos o regiones más delicadas.
Dicha mesa podría estar acompañada de la participación de colegios de abogados, universidades, organizaciones sociales y juzgadores que defendieran los mejores perfiles que a la postre fueran avalados en las urnas. Un auxilio, una ayudadita, de consenso en un proceso turbulento.
La última opción es la guerra electoral sin controles. Donde se corre el riesgo del avasallamiento no únicamente de candidatos marcados por un partido sino del empoderamiento de personajes sin control.
Ruedan las bolitas.