Tras pasar varios años en España, al historiador estadounidense Gabriel Jackson le preguntaban a menudo qué era lo que más echaba de menos de su estancia en la península ibérica. Su respuesta era inmediata: participar en tertulias.
En un artículo publicado de 2010, Jackson hizo su Elogio de la tertulia, esas reuniones de personas con “diferencias de opinión considerables”, que según él funcionaban porque los distintos criterios ni coartaban la conversación ni generaban resentimientos.
La clave, escribió en El País, era la “ausencia de puritanismo. Personas de diversas edades y temperamentos se besaban en las dos mejillas, hablaban sin miedo o vergüenza de cuestiones ‘delicadas’ y se referían a los mismos periódicos viendo en ellos toda la verdad o solo basura, sin que todo ello suscitara animosidad personal entre asistentes de muy diversos credos políticos”.
Claudia Sheinbaum rebasó ya su primera semana de mañaneras. Si bien con ajustes, la presidenta dio continuidad a la conferencia matutina en Palacio Nacional. Aunque es pronto para sacar una conclusión definitiva, ¿qué nos dice hasta ahora ese ejercicio?
De las mañaneras se puede hablar horas. Literalmente. Ese ha sido su mayor éxito. Se convirtieron en el eje de la conversación de todo un país, e incluso llaman la atención allende las fronteras. Durante un sexenio fueron la tertulia que reunía a Gobierno y opinión pública.
Una de sus virtudes —entendidas como ingrediente para alimentar la sociedad del espectáculo en la que vivimos— era que pocas veces defraudaba. México entero sabía que cada mañana en Palacio podía pasar algo digno de comentarse, digno de atenderse.
En tiempos priistas y panistas por igual, los actos presidenciales incurrían en el pecado de la solemnidad. La presidencia como símbolo inalcanzable, imagen para la veneración, actos saturados de reverencias y de discursos con voz engolada y unidireccionales.
En 2018 eso giró 180 grados. La presidencia se asumió como generadora de memes, insumo para las redes, materia de chistes y fuente de entretenimiento. E, igualmente, voz que fijaba el récord de lo verdadero o la última palabra de cada cosa. Demostración de poder.
La tertulia mañanera tenía, pues, ingredientes varios donde la constante era el ejercicio de la autoridad, en ocasiones mercurialmente y en otras con chanzas, sin dejar nunca de apelar a las mayorías y utilizando a la prensa de mera correa de transmisión.
Con el cambio sexenal, la mañanera modificó su formato. La innovación es lógica. La nueva protagonista tiene el derecho de perfilar de manera distinta las formas de ese espacio de comunicación pública. La pregunta es si en el fondo retendrá su eficacia política.
A diferencia de otros gobiernos, Morena hizo de la presidencia de la República el único pararrayos. Los secretarios de Estado dejaron de ser fusibles que evitaban una sobrecarga en el Ejecutivo. El presidente cachaba todas las papas calientes. Y lo hacía en vivo.
El ejercicio no estuvo exento de trucos. La cantidad de mentiras que se propalaron será por años materia estudio. Y para ganar ventaja a la prensa convencional se inventó o incentivó, ambas cosas, a patiños. La manipulación era tan obvia como, paradójicamente, pegadora.
La cuestión es si la nueva tertulia tendrá similar efecto político, dado que heredó espacio físico, zalameros, animadores y, justo es decirlo, la expectativa de millones que quieren que su nueva lideresa determine diario el tema y el rumbo de la conversación.
Por lo visto hasta hoy, la mañanera pretende ser más eficiente en el uso del tiempo y más directa en los mensajes. Sin duda se trata de virtudes; y de rasgos característicos de la presidenta, hasta ahora poco dada a la teatralidad y poco cómoda en los circunloquios.
Tenemos una mañanera más parecida a una sesión instructiva, a una clase técnica, donde abundan números y bullet points. Se recurre a videos para animar episodios históricos, materiales de factura típica de escuela básica. Y las intervenciones suelen ser más concretas.
Nada de lo mencionado en el párrafo anterior constituye defecto. La duda es si será atractivo para una audiencia acostumbrada al pleito, la diatriba, la descalificación cotidiana de quienes piensan distinto, la victimización del protagonista y el sensacionalismo.
Ese es el reto de la nueva mañanera. Lidiar con la costumbre. Eso del diálogo circular no era con la prensa, ni siquiera con los patiños. Era con aquellos que sin poder dejar de verla la padecían como enfadoso monólogo, y con los millones que la oían como reconfortante prédica.
Desde que ganó la elección, Claudia Sheinbaum fue ensayando sus mañaneras. En la que fue su casa de campaña comenzó a dar conferencias de prensa y estas se fueron modificando, de un formato más austero o puntual hacia intentos de teatralidad de la capitalina.
Hoy en las mañaneras emerge con cierta regularidad el lenguaje despectivo de la campaña. La presidenta ya habla del PRIAN, o de la candidata del PRIAN y sus “contratos con el INAI”. Es decir, apela al ánimo belicoso y despectivo que tanto fue jaleado a su antecesor.
Diario Sheinbaum prueba los recursos que tiene a mano ahora que es el centro gravitacional. La semana pasada dijo que lo que algunos veían como intento de golpe de Estado era solo un “golpe aguado”. El chascarrillo se tradujo en ruido en redes y titulares de prensa.
Descalificaciones a adversarios y ocurrencias fueron lo cotidiano en Palacio Nacional durante seis años. Pero también eventuales choques en vivo y en directo con la prensa digna de ese nombre. Sin minimizar, desde luego, abusos como filtrar información e incitar linchamientos.
Parte de la respuesta de si tendrá similar éxito la nueva mañanera vendrá, precisamente, cuando en la misma la mandataria sea cuestionada por genuinos periodistas que se sepan respaldados por sus medios. Quizá ahí se rompa la luna de miel que hasta hoy se vive.
Aprovecho para decir esto: no creo que la presidenta disfrute a los zalameros, pero si los medios convencionales no mandan más representantes a la mañanera, igual y le toma el gusto a matar el tiempo con preguntas que son puras bolas suaves.
Lo que prefiguro, sin embargo, es que el ejercicio se irá radicalizando. Porque, para empezar, cierto público así lo pide. Y porque la presidenta también milita en la idea de que la polarización no es tal, como lo declaró el martes a pregunta expresa:
“Lo que hay en el país es democracia”, contestó Sheinbaum. “Hay democracia y hay libertades: la gente puede manifestarse. Hay libertad de prensa; hay libertad de expresión; hay libertad de reunión; hay libertad de manifestación; hay libertad para poder debatir; hay libertades y no hay pensamiento único, no hay. Nosotros no pedimos que todo mundo piense como la presidenta, imagínense, sería… eso sería dictadura. Lo que hay es un 60 por ciento de los votantes que votaron por una opción, por un proyecto de gobierno; por un proyecto de nación, más allá de un proyecto de gobierno. (…) Ahora que hay manifestaciones, qué bueno, qué bueno”.
En esa respuesta se perfila el futuro de la mañanera. Irá más hacia todo lo que el 60% que le votó quiera o demande. Si así ocurre, se perderán la posibilidad de verdadera innovación de ese espacio público y la promesa de que se gobernará para todos.
Independientemente de lo anterior, la presidenta encarará duras pruebas. El año entrante, para empezar, si los malos augurios económicos se materializan, será el espacio donde se tenga que discutir el efecto de débiles finanzas y escasez de erario.
Fijar la agenda, provocar diario conversación nacional, negar cosas que no convienen al Gobierno, mantener el liderazgo intacto a pesar de tanta exposición, rendir cuentas, evitar salidas destempladas y volverse indispensable a pesar de lo predecible cabe en un párrafo, pero es un reto monumental.
En todo caso, la nostalgia de Gabriel Jackson hoy luce, como casi todas, fuera de lugar. En todos lados la conversación se ha envilecido. En nuestro país, en parte por la mañanera de antes. Ojalá que la de ahora refresque las tertulias, antes que solo volverlas más estridentes.