AMLO entendió los agravios y los capitalizó. Diagnosticó los males y se montó sobre ellos. Pero su objetivo jamás fue una operación quirúrgica para salvar la vida del paciente, aunque lo prometiera en 2018. Una vez que llegó al poder, decidió que era para quedarse, para perpetuarse. Eso entrañaba acabar con la democracia electoral y sustituirla con algo innombrable. ¿Democracia iliberal? ¿Autoritarismo competitivo? ¿Sistema de partido hegemónico? ¿Autocracia electa? Aun si usamos una definición minimalista de democracia a la Przeworski -“un método para procesar conflictos” o “partidos que pierden elecciones”- México ha dejado de serlo. Porque con el Plan C y la reforma judicial, aprobada de manera marrullera, el lopezobradorismo ha desmontado las condiciones necesarias para seguir siendo una democracia. No basta presumir 36 millones de votos, o hablar de “la voluntad del pueblo”, o escudarse en la legitimidad mayoritaria. Trump podría ganar con gran apoyo social y eso lo no haría un demócrata.
La democracia sólo existe si la gente puede elegir libremente a su gobierno, y si puede removerlo. La “4T” ha terminado con la posibilidad de remoción de Morena. Para que haya competencia electoral verdadera debe haber un mínimo de arreglos institucionales y legales. Debe haber un mínimo de derechos políticos y civiles. Deben existir autoridades electorales independientes y un sistema judicial capaz de proveer estabilidad y predecibilidad. Debe haber cortes que supervisen las precondiciones para el libre ejercicio de la voluntad colectiva. Las victorias deben ser temporales y las derrotas también. Hemos perdido esos requerimientos mínimos.