Diferencia o apariencia. La nueva Presidenta Claudia Sheinbaum será la primera mujer al mando del País; la primera científica en el cargo tras sexenios de abogados, economistas, rancheros o politólogos; la primera mandataria que participó en su juventud en la dirigencia de un movimiento estudiantil; la primera formada de cabo a rabo en una cultura política de la izquierda. Eso marca diferencia, pero sin acción puede quedarse en meta y no en piso.

El sexenio que concluye es ofrecido como una revolución de conciencias y como una reorganización del sistema político. En lo social se ha removido la condición de desventaja de millones a partir de una prioridad diferente en el ejercicio del gasto público y social. Menos pobres, pero sigue habiendo muchos.

No se ha abatido la pobreza profunda ni los efectos de esas condiciones que tienen que ver con la generación de narcoviolencia, el imperio de la ilegalidad, el crecimiento de la extorsión y otros derivados que escapan de esa canasta: la narcocultura como formadora de una generación. El aspiracionismo basado en la eliminación violenta del prójimo. “Tengo lujos porque mato”. “Mato para tener lujos”. Ahí no pudo la revolución de las conciencias. Y eso crece, se ejerce, se oye y se baila. La dura realidad hace la diferencia.

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Claudia Sheinbaum Pardo pertenece a una generación permeada por el antipriismo y la convicción de izquierda. El segmento de la generación a la que pertenece tuvo una formación en escuelas activas como el Centro Activo Freire, el Colegio Madrid, la escuela Luis Vives, el Colegio Decroly, escuelas Montessori, entre otras, cuyos maestros eran académicos y activistas sobrevivientes de la tragedia de 1968. Convergieron con hijas e hijos de exiliados sudamericanos cuyas familias eran perseguidas por las dictaduras de esos países. Después, en el CCH Sur y en la UNAM.

Se formó, entonces, en una generación plural, ilustrada, de muchachas y muchachos que después despuntaron en la academia, el arte y, algunos, en la política. Una generación crítica desde la infancia, que no necesariamente cultivó un resentimiento ni mucho menos idolatró a los gobiernos de los setentas. La obra cultural de esa generación en México y el extranjero es inmensa. La política está por verse.

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Los rasgos que asoman del gobierno encabezado por Sheinbaum, o al menos lo que pregonan algunos de los futuros funcionarios, apuntan a cierta diferencia.

1.- Pasar de la ocurrencia a la evidencia. Ha dicho Sheinbaum que tomará decisiones basada en datos. La Agencia de Transformación Digital coordinará esfuerzos de sistematización de información para colocarla entre las dependencias y provocar la toma de
decisiones de política pública sustentadas y congruentes.

2.- De ajuste de cuentas a rendición de cuentas. La conferencia mañanera cuya utilidad política fue fundamental para la confrontación y la descalificación, cambiaría su modalidad para pasar a un ejercicio de rendición de cuentas de funcionarios. Ahí se presentarían proyectos de gobierno a nivel de secretarías y oficinas más que una comparecencia personal de la Presidenta.

3.- De la improvisación a la institucionalización. Además de que la determinación es tomar decisiones basadas en datos y evidencias, el nuevo gobierno se propone institucionalizar procesos y ordenarlos bajo férulas de las secretarías de Estado. Antes eran encargos más que cargos y la Secretaria de Seguridad arreglaba los problemas del ISSSTE. Ahora los cargos deberán ejercerse para cumplir los encargos.

4.- Menos dogma, más ciencia.-La desesperación porque la realidad no corresponda a los deseos o porque los programas no resulten, acelera inevitablemente la propaganda o el maquillaje. La realidad se disuelve en vasos llenos de consignas para producir apariencias. La propaganda para el engaño y el autoengaño. La formación personal y profesional de la nueva Presidenta, la que tienen la mayoría de los integrantes de su gabinete, favorece a la idea de que habría menos porra y más acción.

De ser así, habrá una diferencia. Costará mucho la apariencia.

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