¿Quién podría oponerse en 1931, en pleno esplendor del Maximato, a que el hijo mayor del expresidente Plutarco Elías Calles se lanzara como candidato al gobierno de Sonora?
Rodolfo Elías Calles Chacón arrasó dicha en elección. No hubo rival que se le quisiera poner enfrente. Sin tener necesidad de hacer campaña obtuvo más de 40 mil votos.
Poco después de que fuera aclamado como vencedor indiscutible, su padre le escribió complacido “por la buena acogida que tuviste de todos tus conciudadanos”.
Rodolfo era el conducto por el que mucha gente que quería tratar asuntos o recibir favores se acercaba a Calles. Aunque poco después de la toma de posesión del general como presidente de México intentó mantenerse “lejos del calorcito paternal” —según le escribió en una carta a la secretaria particular del presidente, Soledad González— y echó a andar negocios bancarios con buenos resultados, el brillo del poder lo terminó deslumbrando.
En septiembre de 1931 Calles le escribió una carta para recordarle algunos de los consejos que le ha dado: entre otros, renunciar al egoísmo y el interés personal, “para hacer una labor de verdadero altruismo”. Era un momento en el que la economía del mundo se tambaleaba. Calles le sugirió establecer una política de austeridad (como la que emprendió él mismo al llegar al poder) para mantener “un presupuesto completamente equilibrado”.
“No importa cuáles sean las energías que tengas desplegar y las dificultades que tengas que vencer, pero el equilibrio del presupuesto es la única base sólida para establecer una buena administración”, le escribió.
En esa carta de 1931, Calles le da a su hijo la ruta a seguir: continuar con el asedio a los curas (“la bandera que debes empuñar es la bandera liberal”), fomentar la agricultura (“es la que tiene que salvar a nuestro país, pues los pueblos que pueden producir lo que necesitan… son pueblos independientes”), y continuar con la expulsión de los chinos.
Hoy todo eso sería un escándalo, o más bien no. Mientras Calles ponía títeres suyos en la Presidencia, movía los hilos en el resto del país no solo a través de sus incondicionales, sino también de sus familiares. Un tío de Rodolfo sería gobernador de Baja California. Uno de sus hermanos, Arturo, llegaría a diputado. Y un hermano más, Plutarco, intentaría convertirse en gobernador de Tamaulipas.
Rodolfo mantenía una notable cercanía espiritual con su padre. Cuando ambos se convirtieron al espiritismo, el hijo del general decía que a través de la meditación le era posible ponerse en contacto con Calles. Más tarde se diría que tras la muerte del general, Rodolfo siguió en contacto con este por medio de las sesiones espiritistas a las que ambos eran afectos.
En todo caso, después de mangonear a Pascual Ortiz Rubio, Emilio Portes Gil y Abelardo Rodríguez, después de apoderarse por completo del PNR, el partido oficial, y de tener bajo la bota a los poderes Legislativo y Judicial, el Jefe Máximo buscó un cuarto títere que continuara bajo su servicio para el periodo 1934-1940.
Se afirma que Rodolfo le sugirió al general Lázaro Cárdenas.
Existen cartas de Cárdenas que rayan, no se sabe si en la admiración, o de plano en la lambisconería. En todo caso, Calles optó por él. Rodolfo colaboró en la campaña del michoacano y fue premiado con una de las carteras más poderosas de ese tiempo: la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas.
Se ampliaba la red ferroviaria, se construían carreteras, presas, aeropuertos… Rodolfo Elías Calles, primer cachorro de la Revolución, quien ya había sido el primer gobernador no militar de Sonora, era ahora uno de los personajes más visibles del gabinete impuesto por Calles y –seguro él y su padre lo imaginaron— estaba a un paso de convertirse en el heredero que continuara la Gran Obra de la Revolución.
Como se sabe, Cárdenas no toleró las continuas intromisiones de Calles en la vida política nacional y mandó sacarlo de su casa y ponerlo en el avión que lo esperaba en el aeropuerto de Balbuena. Todos los callistas del gabinete cayeron, y el primero de ellos fue el número dos del general.
Calles escribió que la deslealtad, la ambición, “el desbordamiento de pasiones” y las “concupiscencias asquerosas” constituían el centro de la política mexicana. A Rodolfo lo abandonaron todos. Las adulaciones se convirtieron en insultos. Perdió la mayor parte de su fortuna y, al caer en desgracia, tuvo que irse al exilio con su padre.
Cuando regresó, años después, intentó retomar su carrera política. A una década de la muerte del general, llegó a alcalde de Cajeme. Pero el viejo esplendor se había extinguido y, en realidad, Rodolfo no tenía el tamaño político de Calles.
Todo rueda en círculos. Un siglo después, llega a la República un nuevo heredero.