La historia del presidencialismo mexicano está llena de personajes que, en sus días de poder y gloria fueron amados, venerados o solo adulados por los mexicanos; pero apenas se quitaron la banda presidencial y volvieron a su vida cotidiana, terminaron convertidos en villanos, ya sea por sus sucesores, por venganzas políticas o porque en la idiosincrasia de los mexicanos se practica por igual la adoración y el culto al gran Tlatoani mientras ocupa el cargo, que el desprecio, el vilipendio y el escarnio para los que ya dejaron el poder.
Los ejemplos sobran y abarcan apellidos como López de Santa Anna, Iturbide, Porfirio Díaz, Carranza, Calles, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, Salinas, Fox, Calderón o Peña Nieto. A cada uno de ellos, en su momento, los grupos de poder y muchos sectores sociales los alabaron con elogios como “salvadores de la Patria”, “impulsores del progreso”, “benefactores y prohombres”, “líderes del tercer mundo”, “cultos y deportistas”, “modernizadores de México”, “agentes del cambio”, “valientes contra el narco”, “nuevos rostros de la política” y demás adulaciones con las que, mientras estuvieron en la silla, les endulzaban el ego y las vanidades.
A muchos de esos presidentes les sucedió que, los mismos que los elogiaban y se deshacían en adjetivos y calificativos cuando tenían el poder, después se convirtieron en sus peores críticos, detractores y hasta persecutores. Y en la lógica de los ciclos presidenciales, en la que se ha movido la historia de este país, la mayoría de los expresidentes terminaron no sólo alejados, exiliados o confrontados por sus sucesores –a los que ellos mismos eligieron– sino también fueron presas del escarnio público con campañas, a veces inducidas y otras ganadas a pulso, en la que la vox populi, que se volvió vox dei, terminó apestándolos a ellos, a sus familias y amigos empresarios y políticos.
Hoy que le restan apenas 7 días al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, ese mismo fenómeno de cada fin de sexenio empieza a revelarse.
En el país que dejará el tabasqueño, con un ánimo social y un ambiente político polarizados, enconados y enrarecidos, las expresiones de los mexicanos se dividen entre los que lo aman y lo idolatran a tal grado que no quieren que se vaya o que lo califican, a voz de cuello y sin mayores elementos que su lealtad, agradecimiento o fanatismo, como “el mejor presidente que ha tenido México” o “el gran líder social que transformó al país”; mientras en el opuesto están los que lo odian, lo aborrecen o se dicen fuertemente decepcionados y que, algunos con el mismo nivel de intolerancia, fanatismo o impotencia, no dudan en endilgarle desde ya calificativos de “el peor presidente de la historia” o “el destructor de las instituciones”.
Los que lo alaban y lo adulan a tal grado de incluirlo ya en las arengas patrias como si fuera ya un prócer histórico, dicen ser la mayoría, y reivindican, con la soberbia de los ganadores, sus 36 millones de votos y las posiciones de poder que éstas les permitieron en las pasadas elecciones; los que lo atacan y lo desprecian desde el coraje y la impotencia de los perdedores, afirman que la mayoría de votos no representa necesariamente la mayoría de la población y sostienen, también sin muchos elementos fehacientes, ser mucho más los que rechazan su gobierno.
Y en su salida apoteósica y delirante del poder, donde pretendió dejarlo todo resuelto y calculado, López Obrador está logrando, sin duda, amarrar las posiciones de poder con sus polémicas reformas que le darán el control político de los tres poderes y una Presidencia sin contrapesos ciudadanos a su sucesora y a su movimiento político, al que pretende convertir, aprovechando la democracia y acomodándola a sus intereses, en la nueva versión del régimen de Partido Hegemónico en pleno siglo XXI mexicano.
Quizás como ningún otro presidente en la historia, Andrés Manuel se atrevió a tanto en aras de lograr un poder y una influencia transexenal. En la historia constitucional de la República solamente Antonio López de Santa Anna se había atrevido a constitucionalizar su régimen autocrático en Las Siete Leyes y las Bases Orgánicas hasta que la revolución de Ayutla se lo destruyó; ni Porfirio Díaz se atrevió a modificar la Constitución de 1857 para insertar su dictadura, y ni siquiera Carlos Salinas pudo concretar su plan de poder transexenal de 18 años, a pesar de sus numerosas y trascendentes reformas constitucionales.
Con sus reformas, AMLO está constitucionalizando su régimen centralista de partido hegemónico y eso ha atizado y exacerbado la división y la confrontación que siempre promovió con su discurso agresivo e intolerante desde las mañaneras. Por eso en este tenso, incierto y enrarecido fin de sexenio empiezan a emerger por toda la República, al mismo tiempo que los adioses amorosos de sus simpatizantes y seguidores, las expresiones de odio y repudio de sus críticos y detractores. Primero el fin de semana en Veracruz y ayer en Matamoros, el presidente fue recibido con gritos de “dictador, dictador” por parte de grupos de trabajadores del Poder Judicial que lo han empezado a perseguir en sus últimos eventos.
El ánimo social está encendido y polarizado entre el amor y el odio al ya casi expresidente. Y como él mismo se encargó de regresar a México a los años 30, también es él con sus acciones, nombramientos y reformas transexenales, el que provoca que se empiece a repetir e invocar aquel dicho que resonaba fuerte en la vox populi de aquellos años del Siglo 20: “Allá vive la presidenta, pero el que gobierna está en Palenque”.
NOTAS INDISCRETAS… Ayer, con el rápido avance y evolución que tuvo el huracán “John”, se activaron las alertas y protocolos de protección civil en los estados de Guerrero y Oaxaca. Al cierre de esta columna y de acuerdo con los pronósticos del Servicio Meteorológico Nacional, el huracán se fortalecía ya en categoría dos y se esperaba que subiera incluso a categoría tres al momento de tocar tierra, cerca de la medianoche, entre las costas de Pinotepa, Oaxaca, y Copala, Guerrero. Fue inevitable pensar en la tragedia de “Otis” en Acapulco y ayer la gobernadora Evelyn Salgado instaló al Consejo de Protección Civil en su estado en sesión permanente y desde ahí se dictó la suspensión de clases en todo el estado, algo que también dictaron las autoridades de Oaxaca. Y mientras la gobernadora morenista anunciaba que se habían habilitado ya 200 refugios en la región de la Costa Chica y decía que había instruido a dependencias estatales como la Comisión de Infraestructura Carretera y Aeroportuaria del Estado y la Promotora Turística, “a reforzar acciones preventivas ante el pronóstico de lluvias intensas, como el retiro de rocas, tierra y árboles; además de intensificar los trabajos de limpieza para el desfogue pluvial de la avenida Escénica que conecta hacia la zona Diamante de #Acapulco”, los empresarios de Acapulco, a través del líder de la Concanaco-Servytur, Alejandro Martínez Sidney, le pedía a las autoridades de los tres niveles de gobierno que reforzaran los operativos de seguridad para evitar que se repitieran los asaltos y rapiña que ocurrieron cuando se dio el golpe de “Otis”. Así que cuando el amable lector lea esto ya sabremos de qué tamaño fue el impacto de “John” y los daños que dejará a su paso en los dos estados del sur. Esperemos que esta vez sí funcionen los protocolos y alertas que se activaron y que se salve lo más preciado que es la vida humana… Los dados mandaron Escalera Doble en busca de una subida, aunque amenazan las serpientes con sus caídas.