López Obrador pasará a la historia en el ámbito internacional, por supuesto que sí. Pero lo hará en la ignominia, pues es ahí donde colocó a nuestro país. Con un agravante: ponerse del lado del mal ni siquiera tiene la justificante de hace 70 años, cuando para algunos había la esperanza de que el comunismo fuese la solución anhelada por las poblaciones del mundo.
El gobierno de México no está haciendo una declaración en pro de un experimento —que ahora sabemos fallido—; el de la izquierda radical y el que esta superara al imperialismo yanqui. No. Nada de eso. Ahora se trata simple y sencillamente de estar alineados con una serie de regímenes —de todo tipo— abiertamente autoritarios, criminales y asesinos (Rusia, Nicaragua, Bolivia, Corea del Norte, Cuba, Colombia, Venezuela…). Compartir el orgullo de ser parte de esa mafia de naciones que se reparten botines provenientes de exprimir y sacrificar a sus pueblos.
Hay varios hechos y decisiones que lo certifican, pero quizá lo que peor deja dibujado a López Obrador y su 4t son sus posicionamientos —su tolerancia y abierto acercamiento— hacia Vladimir Putin y hacia Nicolás Maduro.
Quiero enfocarme en este último caso; las declaraciones y acciones de nuestro Ejecutivo federal para con Venezuela.
Es la segunda vez que México no asiste a la sesión de la OEA, donde se ha discutido la crisis que atraviesa aquel país. Nuestro gobierno no está de acuerdo con la resolución que finalmente se aprobó y que consiste en exhortar al gobierno de Maduro a entregar las actas oficiales de la elección.
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Y si bien estoy convencida de que lo acordado en el seno de la Organización es ‘demasiado poco, demasiado tarde’ —o, como diría el representante de Uruguay ante dicho mecanismo: a las dictaduras no se les puede hablar bonito, esperando dejen de actuar como tales—, ciertamente es mejor que guardar silencio.
Pero quedarse callado es lo que ha hecho el gobierno mexicano. Ha optado por darle tiempo al tirano; por sacrificar a los ciudadanos venezolanos.
Ellos no lo olvidarán. Y con justa razón, la comunidad internacional tampoco.
El papel que juega México es lamentable. Me atrevería a decir que incluso peor que el que han decidido desempeñar los gobiernos de Colombia y Brasil (con la propuesta de que Venezuela repita la realización de sus comicios).
El gobierno obradorista no quiere ver lo que a estas alturas es totalmente evidente: Maduro conduce una dictadura que ha decidido no respetar la decisión del pueblo venezolano. ¿Acaso los ciudadanos de allá no son buenos ni sabios? ¿Los opositores merecen la cárcel, la desaparición, la muerte?
¿El gobierno de la 4t insistirá en decantarse contra la autodeterminación de los pueblos? ¿Claudia Sheinbaum también dejará pasar la oportunidad histórica de ponerse del lado del pueblo venezolano?
El sábado, en Venezuela y en el resto del mundo, se llevaron a cabo concentraciones pacíficas exhortando a Nicolás Maduro a atender la voluntad del pueblo venezolano que votó su salida. A pesar de ello, López Obrador ha decidido apostar por que la gente se canse de salir a protestar. Por apoyar al dictador y no por retomar la reconocida impronta de la diplomacia mexicana en pro de la democracia en la región. Esa será la ignominiosa herencia que le dejará al exterior; una que pesará por mucho tiempo en nuestro país.