El escenario nacional luce complejo, violento y dividido, con ganas de arengar a la mitad de la población a constituir dos grandes bloques: Uno, el poder, que pide apoyar a la Nueva República y, otro, que busca presionar con manifestaciones y marchas para negociar migajas del poder perdido.
No, no hay una Nueva República.
Es la misma del viejo PRI, que tanto gustaba de aplastar a sus enemigos. Una estrategia que el PAN, a su estilo, hacía suya.
Bueno, lo que hacían PRI y PAN ahora se la hacen a ellos.
No es la misma ser borracho que cantinero.
El pleito actual es por dos fracciones en la Constitución que se contradicen, con respecto a la repartición de escaños legislativos plurinominales, o sea legisladores de partido. Tuvieron mucho tiempo para cambiar esas contradicciones. Nunca lo hicieron y sí gozaron de sus beneficios en el pasado.
Por un lado se observan manotazos, frustraciones, reclamos, y por el bando contrario arrogancia y aplastante mayoría legislativa. Nada cambiará en septiembre, seguirá siendo la misma República. A menos, claro, que Estados Unidos diga otra cosa.
Como apunta con toda razón y lógica el periodista Héctor de Mauleón: Estados Unidos tiene en pausa al presidente Andrés Manuel López Obrador desde la entrega o detención del “Mayo” Zambada.
No contesta a sus reclamos.
Así como AMLO y sus huestes no contestan a sus opositores.
Conclusión: La llamada clase política de hogaño es la misma de antaño.
Todos los políticos decepcionan.
Al final, siempre ganan los políticos. Y la población apartidista pierde.
Hoy no será la excepción. Los derrotados negociarán para obtener migajas de poder.
Como siempre.
Es la reedición del gatopardismo: “Cambiar todo para que nada cambie”.
Es un libro gastado, ya muy leído.