El avión que llevó a Ismael “El Mayo” Zambada a EU salió de una pista de fumigación cerca de Culiacán. Al menos, eso creen en la Fiscalía General de la República (FGR). El verdadero piloto es mexicano. Así lo indican hasta ahora los indicios de la investigación. Voló con los aparatos de radar apagados hasta que cerca de El Paso, Texas, se comunicó por radio con Ciudad Juárez y pidió autorización para aterrizar. Juárez remitió la petición a El Paso y, antes de que lo autorizaran, otro encargado del aeropuerto cercano de Santa Teresa, Nuevo México, le respondió al avión con matrícula estadounidense, clonada, que podía aterrizar allí.
El avión con matrícula clonada tenía un número de serie distinto al que originalmente informó el FBI y que referí en otras columnas en este mismo espacio. El verdadero número corresponde a un avión que nunca ha tenido matrícula mexicana. No se ha confirmado aún, al menos no lo saben las fuentes con quienes he podido hablar, todo el historial de ese avión, ni cómo ese piloto mexicano llegó a manejarlo.
Lo que sí saben en la Fiscalía es que las historias sobre el piloto no cuadran. La semana pasada, funcionarios de la FGR fueron a Nuevo México para hacer allí una diligencia. El asunto no era menor, porque no es común que agentes mexicanos logren hacer diligencias en otro país. Y fue más bien un fiasco. A los funcionarios mexicanos no les dieron videos del aeropuerto, les enseñaron algunos objetos que “El Mayo” y Joaquín Guzmán usaron en el vuelo, pero no les dejaron procesar las huellas dactilares en esos objetos.
Cuando lograron ver el número de serie del avión, se dieron cuenta de que era distinto al que, pocos días después de la captura, había informado el gobierno estadounidense.
Lo más increíble ha sido la historia del piloto. Como he publicado en varias columnas, primero la secretaria de Seguridad divulgó el nombre de un piloto estadounidense, Larry Curtis Parker, que nada tiene que ver con el caso, que sigue esperando una disculpa de México y continúa temeroso de volver al país. En la investigación federal, Parker está descartado casi desde el principio. Por eso, a los funcionarios de la FGR que fueron a Nuevo México les interesaba particularmente qué había sucedido con el piloto verdadero.
Y las versiones que han dado las autoridades estadounidenses, me dicen estas fuentes mexicanas, son de risa. Primero, en el curso de las últimas semanas les han dado al menos tres versiones distintas sobre qué ocurrió con el piloto después de que aterrizó en Nuevo México con “El Mayo” y Joaquín. La más inverosímil dice que, al aterrizar, el piloto “salió corriendo” sin que nadie le pusiera mucha atención y que luego, cuando ya lo aprehendieron, no le tomaron declaraciones, no se quedaron los estadounidenses con datos de su nombre, ni sus señas, y aceptaron una petición aún más increíble: que lo deportaran de inmediato a México.
Otras fuentes me confirmaron que no tienen indicio de ningún piloto deportado de regreso a México en las horas posteriores al arresto del “Mayo”. Y la idea de que un piloto primero lleva al “Mayo” secuestrado hacia su arresto y luego pide volver a México de inmediato parece, cuando menos, de película.
Este jueves, la FGR divulgó en un boletín incendiario algunos detalles de esta investigación. Dijo que le pidió oficialmente a Estados Unidos datos de los radares, el vuelo, el piloto y cualquier cosa que ayude a aclarar qué pasó, pero no le han respondido.
En México, la investigación ha logrado ubicar a uno de los escoltas del “Mayo”, al fallecido Héctor Cuén y a su chofer en el rancho Huertos del Pedregal, el mismo sitio y a la misma hora donde dice “El Mayo” que iba a encontrarse con el gobernador de Sinaloa y donde lo secuestraron. Al menos, esta parte de la versión del “Mayo” parece confirmarse.
Ahora, México pretende juzgar por traición a la patria a cualquiera que haya contribuido al vuelo del “Mayo”, desde quienes controlan las pistas de fumigación, hasta quienes manejan las torres de control de los aeropuertos.
La trama, en general, es como una saga binacional de espías, en la que no queda claro desde cuándo, y cuán profunda, es la huella de la narcopolítica en México, y tampoco queda claro cuánto sabía, y desde cuándo, el gobierno de Estados Unidos.