Los principios fundamentales del servicio secreto encargado de salvaguardar la integridad física de Trump fallaron. Evidentemente, puede haber toda clase de razones, una sola o una combinación de varias. Es parte de lo que el gobierno estadounidense (el FBI y otras agencias especializadas) tendrán que dilucidar. Joe Biden anunció que adicionalmente solicitará una investigación independiente, lo que habla del nivel de desconfianza mismo dentro de la propia estructura burocrática…
Y es que más allá de la polarización política en que vive Estados Unidos y de las implicaciones en el escenario electoral venidero que tendrá el atentado fallido, que son de sumo interesantes analizar (escribí ayer sobre eso y probablemente lo haré nuevamente en próximos días), el otro elemento que creo vale la pena detenerse a subrayar es que el sábado el operativo conformado por unos 200 individuos encargados de vigilar por la seguridad de Trump, no fue el adecuado. En otras palabras, dado que el ex mandatario norteamericano salvó la vida, posiblemente lo más interesante de todo el asunto del atentado será la lupa bajo la cual se analizará el actuar del servicio secreto. Estarán bajo escrutinio y con razón.
Antes de nada quiero decir que eso no quita la valentía y el sentido del deber de los agentes que usaron sus propios cuerpos como escudo para proteger a la importante figura. Mas lo que quiero reflexionar hoy es sobre el esquema de protección en general que se dio hace un par de días.
Aquí hay de dos sopas: ya sea que hubo insuficiencia, incapacidad, equivocaciones, ineptitud… o, bien, que los descuidos fueron intencionales y provocados por alguien del propio mecanismo de protección.
En cualquier caso, es alarmante. ‘Algo no va’ en el servicio secreto de los Estados Unidos, ese del que se dice es de los mejores del planeta.
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Algunas fallas básicas encendieron las alarmas: no haber asegurado todos los ángulos del que podría provenir un ataque —de cualquier tipo y contra quien fuese de la concurrencia—; el no haber realizado un análisis minucioso y la planeación adecuada, con días de antelación, que les habrían permitido conocer terreno, entradas, salidas y puntos vulnerables o de amenaza, como resultó el tejado en el que el criminal se ocultó.
Algo no cuadra cuando se sabe que el tirador era un mocoso de 20 años, carente de formación militar, sin mayor conocimiento de armas ni de balística; además de que todo indica que algunos asistentes al evento y la policía local misma lo ubicaron momentos antes de que disparara. Y luego la dejadez y lo poco profesional con la que diversos elementos del servicio secreto actuaron segundos antes de darse los disparos, mientras ocurrían los mismos y momentos después. Es muy difícil no argumentar que no hubo, cuando menos, descuido respecto a un hombre armado disparando contra el candidato presidencial republicano a 120 metros de distancia, con línea clara de visión. Sobre todo cuando había al menos dos francotiradores del servicio secreto listos para detectar, disuadir y repeler ese tipo de acciones de agresión. Que si las armas de los agentes de seguridad tenían demasiado zoom (mucho aumento, causando un efecto túnel) se deberá determinar. También la línea de actuación y de comando; pues según lo dicho por el agente que abatió al criminal, entre la detección que hizo del agresor, el intento de alertar a Trump por parte de otro agente, los disparos del francotirador y la acción de él para abatirlo, pasaron segundos cruciales. Por cierto, el agente del servicio secreto finalmente optó por matar al atacante sin haber recibido la orden de hacerlo…
No por nada, la actuación del servicio secreto estadounidense nos recordó, a no pocos de nosotros, el artero asesinato de Luis Donaldo Colosio. En ese entonces más de uno se preguntó qué ocurrió con el Estado Mayor Presidencial. Mucho quedó sin aclararse.
Más allá de que en Estados Unidos se determine si hubo errores, complicidades, o no, y de que se les remueva o no de sus funciones a ciertos agentes, una investigación integral se hace necesaria. ¿Una reformulación programática, estructural, financiera? ¿El personal que custodia a Trump, pero también al presidente Biden, al ex presidente Obama y a otros ex mandatarios y sus familias, son los mejores o se privilegia cumplir con cuotas de género, raza y grupos minoritarios en su integración? Me explico: la directora del Servicio Secreto, Kimberly Cheatle, hace unos días sentenció que su objetivo era “hacer que el Servicio Secreto sea más diverso y contratar a más mujeres”. Su principal preocupación era llegar al 30% de agentes mujeres para 2030…
Como en todo, para el trabajo se requiere a los mejores. Si la vida está de por medio, con mayor razón. Lógico es exigir experiencia, capacidad y profesionalismo (¿o no es precisamente lo que sostenemos quienes subrayamos la importancia de contar con jueces, magistrados y ministros con estudios, conocimiento y oficio). La lealtad no tiene por qué estar contrapuesta con la experiencia. Asimismo, la inclusión, igualdad, diversidad y elección popular, si no van acompañadas de capacidad, se convierten en suicidas.