La presidenta Sheinbaum va a necesitar unidad nacional para gobernar en un entorno complejo, dominado por la discordia interna y la adversidad de un cada vez más posible triunfo de Donald Trump en Estados Unidos.
En las reuniones de estos días ha mostrado intención de llevar buenas relaciones con quienes piensan diferente, y asegura que va a escuchar puntos de vista distintos al suyo.
Ante el Consejo Mexicano de Negocios dijo ayer que “México es plural y es diverso. Hay una mayoría, evidentemente, que se mostró en esta elección y tiene que respetarse esa voluntad, pero eso no quiere decir que no haya diálogo, y tampoco quiere decir que eso significa concentración del poder, ni mucho menos. No, no es de ninguna manera el objetivo”.
Suena bien, aunque el movimiento se demuestra andando.
Hoy, con los primeros nombres de los integrantes que le acompañarán en el gabinete, tendremos un perfil más claro de la actitud con que tomará el mando el 1 de octubre.
Ganaron las elecciones, desde luego, y sería absurdo esperar que Sheinbaum gobierne con sus adversarios políticos y no con su equipo. Sin embargo, los perfiles del próximo gabinete arrojarán luces acerca de si viene en plan de paz o con la cara pintada para seguir la guerra.
La situación del país y el contexto internacional aconsejan no seguir el pleito interno iniciado por la belicosa presidencia de Andrés Manuel López Obrador.
Tal vez ella lo vea así, y no con el triunfalismo insolente de los más agitados voceros del obradorismo que dan trato de parias a los que han disentido, con la vehemencia y fuerza argumentativa que permite la democracia, del estilo y las fallas más cuestionables del actual gobierno.
Oír a Epigmenio Ibarra referirse a periodistas e intelectuales respetables como “viles mercenarios de la oligarquía” es como para ponerse en guardia porque nadie está dispuesto a ser exterminado sin defenderse.
(Además, qué manera de engañar: los más conspicuos representantes de la oligarquía mexicana comen, cenan, viajan ríen y chacotean con el presidente López Obrador, porque han ganado dinero como nunca gracias a la discrecionalidad y los favores del mandatario).
Hasta ahora la presidenta electa ha sido sensata e incluso cordial. Por el gabinete la conoceremos. También por las primeras decisiones que tome.
Recibirá un país con el tejido social hecho pedazos. En una misma comunidad se matan entre ellos o se extorsionan entre ellos porque hace tiempo desaparecieron la comunicación, la convivencia y los lazos que los unían.
AMLO va a heredar a Sheinbaum una economía mucho más débil que la que recibió él de manos de Peña Nieto.
Se gastó los fondos de cientos de miles de millones de pesos que le dejó su antecesor.
A Claudia le deja deudas, una empresa petrolera quebrada, compromisos de gasto creciente y, a la vez, la obligación ineludible de hacer recortes al presupuesto para bajar el elevado déficit del sector público.
La relación con la oposición, que existe en todas las democracias, es de atropellos, insultos y desprecio.
AMLO le deja a su sucesora un clima de persecución enfermiza contra periodistas y dueños de medios de comunicación que ejercieron su derecho a la crítica.
Hay muchos muertos y heridos a causa de la cólera presidencial contra el periodismo libre en estos seis años.
El que no se subordina es “un vil mercenario de la oligarquía”, dice el propagandista en jefe del grupo gobernante. Refleja lo que piensa AMLO.
Parece inminente el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Viene arrepentido, dice, de haber sido tan blando en su primer mandato. Se refiere a México.
Ya anunció por dónde va a apretar: aranceles al comercio.
En ese escenario tendrá que gobernar la presidenta Sheinbaum. Complejísimo. Y sólo un desequilibrado puede creer que con pleito interno y la casa en llamas nos va a ir mejor.
Restablecer la concordia y avanzar en su programa de gobierno, con respeto y atención a los que disienten, es lo que el sentido común aconsejaría a Claudia Sheinbaum.
Veremos qué camino toma. Hoy tendremos las primeras señales concretas.