No son de ella ni de él. No son del grupo íntimo de Claudia Sheinbaum ni del círculo duro de López Obrador. La futura presidenta ya dio a conocer el nombre de siete integrantes de su gabinete -seis este jueves, más el de Hacienda que anunció hace dos semanas- y la mayoría de ellos mandan un mensaje de profesionalismo, capacidad y moderación que no sabemos si va a perdurar.
Juan Ramón De la Fuente, Marcelo Ebrard, Alicia Bárcena, Rogelio Ramírez de la O y Rosaura Ruiz tienen un nombre propio que defender, una trayectoria personal de años en las que se han ganado respeto en sus áreas, tienen capacidad de cruzar el río para hablar con quienes piensan distinto y no son radicales morenistas.
¿Tranquiliza el anuncio a los inquietos mercados financieros e inversionistas? En alguna medida. Son buena señal. ¿Representan un avance del estilo de gobierno que viene? No necesariamente. También hace falta que la presidenta los deje ser. Porque el primer gabinete de López Obrador también estaba rociado de figuras moderadas que fueron desdibujándose porque el presidente los fue asfixiando. Un colaborador que pierde la capacidad de decirle que no a su jefe, no sirve para mucho. Figuras como Carlos Urzúa, Alfonso Romo, Julio Scherer, Germán Martínez, Olga Sánchez Cordero, Alfonso Durazo, Esteban Moctezuma, Miguel Torruco y el propio Ebrard sirvieron sólo para la propaganda: la cara moderada del obradorato era una máscara que el presidente se quitó muy rápido. Unos se dieron cuenta a tiempo y renunciaron. Otros se aguantaron, algunos se desentendieron y hubo quienes escogieron el camino de la humillación. No sabemos si sucederá lo mismo en el sexenio que está por arrancar.
De la Fuente hizo muy buen trabajo en la ONU y logró diferenciarse de los exabruptos de la mañanera presidencial en temas tan sensibles como Ucrania. Alicia Bárcena, también con trayectoria internacional notable, ha tenido que volar sobre el pantano de la fascinación obradorista por los dictadores, y se ha manchado poco.
Ebrard, la corcholata favorita del empresariado y el no-obradorismo, hace todo el sentido en Economía: lo valoran en el equipo de Biden y de Trump, y toca renegociar el TMEC, central para México. Después del acto de devaluación y humillación política más sonado en años, esta posición facilita a Ebrard reposicionarse.
Yo me esperaba más de Rogelio Ramírez de la O en este sexenio: imaginé que podría contener el espíritu setentero de AMLO y ponerlo en ruta para aprovechar en nearshoring. No lo hizo, pero mantuvo la calma y eso no es poca cosa con un presidente tan beligerante. En el último año de la administración dinamitó la responsabilidad fiscal que habían construido los años previos. Que se haga cargo del tiradero del que ha sido cómplice.
Porque en medio de las buenas señales, hay una que alarma. Ernestina Godoy. Su nombramiento debería escandalizar. En la Ciudad de México fue el brazo ejecutor de la guerra sucia política del régimen Sheinbaum-Batres. No fue una fiscal pareja. Persiguió a los opositores con el ahínco con el que brindó un manto de impunidad a los morenistas bajo sospecha. Ernestina Godoy no es un nombramiento. Es una amenaza. Y más, sin Poder Judicial.
Una idea: que la presidenta electa invite a su casa a cenar a sus futuros secretarios. Que dejen sus celulares afuera. Que les sirva una copa de vino o un tequilita. Y que les pregunte qué piensan de la reforma judicial. Así. Sinceramente.