La sucesión para la titularidad de la Secretaría de la Defensa se ha complicado. Bueno, al menos para el general secretario, Luis Cresencio Sandoval, que apenas hace poco más de un mes parecía haber resuelto el dilema sexenal revelado en una columna publicada en este espacio el 20 de mayo, donde se mencionó que le propuso al presidente Andrés Manuel López Obrador al subsecretario Gabriel García Rincón para sucederlo. Desde entonces, las cosas para el general se han complicado y su relación con el Presidente se ha deteriorado. Tanto, que López Obrador lo tiene congelado.
El distanciamiento del general se dio cuando quiso insistir con el Presidente sobre su sucesor, pero lo paró. López Obrador le impidió que cabildeara por el general García Rincón y tampoco le permitió comentarios sobre la sucesión en las Fuerzas Armadas. Sandoval tenía grandes expectativas –como su ambición de que la Marina quedara subordinada a la Secretaría de la Defensa Nacional–, pero, como suele suceder con el Presidente, cuando alguien deja de serle funcional, lo desecha. Los problemas para el general, que durante todo el sexenio se convirtió en una de las pocas voces que consultaba y escuchaba, no terminaron con el descolón.
El frío se acrecentó el domingo 19 de mayo, cuando se realizó al mitin de la Marea Rosa en apoyo a la candidata opositora, Xóchitl Gálvez. El Presidente había dicho días antes que, a diferencia del anterior mitin de la oposición donde no permitió el izamiento de la bandera, ese acto simbólico se realizaría sin contratiempos. Pero la instrucción al general Sandoval fue que lo hicieran de noche, aparentemente para evitar las imágenes que pudieran ser tomadas como una derrota de López Obrador.
La bandera, sin embargo, no fue izada durante la noche. La Policía Militar quiso izarla a las seis de la mañana, como lo acostumbra, pero la disidencia magisterial que invadió el Zócalo no lo permitió hasta las 8:40. Lo que hizo el Ejército no pasó desapercibido en Palacio Nacional y mucho menos para López Obrador. En el último gabinete de seguridad, celebrado la semana pasada en Palacio Nacional, le quedó claro al general.
La mecha corta de López Obrador quedó clara cuando, enfrente de los asistentes, el Presidente le reclamó con voz enojada al general que hubiera desatendido su instrucción. La Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales no establece ninguna hora específica para izarse la bandera, por lo que la instrucción del Presidente, como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, debió haberse acatado. Lo que hizo el general fue desobediencia.
Los reveses de Sandoval, que durante el sexenio fue el pilar sobre el que se apoyó la legitimidad a las acciones, decisiones y ocurrencias del Presidente, han comenzado a incrementarse en este último tramo de la administración. La aquiescencia del general con el Presidente, en menoscabo incluso del andamiaje legal del gobierno, le ha empezado a cobrar facturas dentro del Ejército.
El general tiene problemas arriba y abajo en la estructura militar.
A nivel de generales de división, que es de donde saldrá su sucesor, hay entre 25 y 28 –la secretaría es muy hermética con su información–, de los cuales no más de cuatro, de acuerdo con fuentes bien informadas, respaldan en este momento al general secretario. García Rincón es uno de ellos y aparentemente también lo apoya el recientemente ascendido a general de división Gustavo Vallejo, el constructor del aeropuerto y el Tren Maya, cuyo nombre ha surgido en las últimas semanas como un probable secretario, dada su experiencia de tres sexenios en el manejo de grandes recursos de dinero.
En el otro campo, según la información, hay entre 21 y 24 generales que están a disgusto de la forma como Sandoval se ha comportado públicamente, y un bloque de militares con fuerte ascendencia interna está respaldando al general Ricardo Trevilla, jefe del Estado Mayor Conjunto de la Defensa Nacional. Importantes generales en retiro se han alineado detrás de Trevilla.
Las molestias de la oficialidad y la tropa con el general Sandoval tienen que ver con el trato que les ha dado por la obediencia sin objeción a los deseos de convertir a los soldados en albañiles, en aplicadores de vacunas, afanadores de baños en el Tren Maya, policías de crucero, repartidores de despensas y otras tareas fuera de su área de responsabilidad. Pero no es todo.
Existe una percepción generalizada de que el Presidente le dio muchos recursos a la secretaría, que facilitó el enriquecimiento en los rangos más altos sin que hubiera derrama hacia abajo. Esto ha ocasionado protestas silenciosas, como, por ejemplo, no trabajar en las obras con la calidad y el rigor con el cual suelen hacerlas. Generalizan en todos los generales la idea de que con el aeropuerto Felipe Ángeles y el Tren Maya se llenaron los bolsillos de dinero por comisiones, pero no es preciso.
Una gran parte de los recursos para los megaproyectos del Presidente no se quedó en la Secretaría de la Defensa Nacional, sino que fueron transferidos en forma casi automática a contratistas y proveedores, varios de los cuales fueron impuestos directamente de Palacio Nacional o por el influyente entorno de López Obrador. No obstante, hubo un grupo selecto de generales que no ha escondido las inyecciones de dinero inusuales en su historia patrimonial –expresada en propiedades, joyas y alhajas– que empezaron a aparecer a la par de la construcción de las obras.
Sandoval, que pensó en repetir en el cargo, enfrenta ahora la posibilidad de quedar excluido de su sucesión. El distanciamiento con el Presidente y la nula comunicación con la candidata oficialista, Claudia Sheinbaum –que da por hecho como ganadora–, lo obligó a acercarse con Omar García Harfuch, de quien tiene mala impresión, pero que es el enlace con el Ejército y quien le presentará los perfiles para secretario.
Está en el peor de los mundos. Si ganara Gálvez, quedaría totalmente relegado. El secretario no cuidó nada, como lo hicieron otros generales que, a finales de abril, se reunieron con ella.