Quizá la playera de la Santa Muerte no fue sólo un mal meme o un ejercicio estúpido de proselitismo dirigido a los grupos criminales. La muerte ha ido de la mano con este sexenio. Las cifras son terribles: 808 mil muertos por covid, 500 mil más que las cifras oficiales, 300 mil más que los reportados por el Inegi; van 185 mil asesinados y, para cuando termine el sexenio, el uno de octubre, estaremos en los 200 mil; por lo menos 50 mil desaparecidos en este gobierno.
Más de un millón de muertes que se podrían haber evitado. En el covid hay que leer el estricto informe de la comisión investigadora independiente que comprobó que hubo 303 mil muertes que se pudieron haber evitado si el gobierno y ese impresentable que es Hugo López-Gatell no hubieran subestimado la pandemia.
Fue el que tanto dijo que seis mil muertos serían una tragedia (hubo más de 800 mil, seis de cada mil mexicanos murieron por covid), el que dijo que sería casi como una gripa, que no se necesita usar cubrebocas, que no quería comprar vacunas, que no protegió al personal sanitario, en un gobierno que desapareció el Seguro Popular en plena crisis, que no dio apoyos para no romper la disciplina fiscal (pero que sí decidió hacerlo en año electoral aumentando el déficit en 4.2% del PIB) y que dejó caer la economía sin proteger a empresas ni trabajadores. Lo ocurrido durante la pandemia algún día tendrá que terminar en un tribunal.
Para el Presidente, el país está en santa paz, cuando la que se impone es la Santa Muerte. Un ejemplo lo tenemos en Michoacán y en Chiapas (hay muchos otros focos rojos). En toda la tierra caliente michoacana, con epicentro en Apatzingán, se libra desde hace días una verdadera batalla entre fuerzas militares y grupos criminales enfrentados a su vez entre sí.
No se puede ingresar a la zona, la propia Claudia Sheinbaum tuvo que cancelar su gira porque no había condiciones de seguridad y de eso sabemos poco y nada, sólo lo que informa la gente que allí vive en redes sociales. Ese conflicto que convirtió la zona en una verdadera área de batalla es ignorado sistemáticamente en la información oficial.
Lo mismo sucede con Chiapas. El Estado mexicano ha perdido el control de buena parte del territorio chiapaneco, sobre todo en la frontera y la selva. Claudia fue retenida por hombres encapuchados y presuntamente armados en Motozintla sin que su seguridad lo pudiera impedir y sin que la inteligencia lo previera. Pero lo de la candidata es un síntoma, la situación es mucho peor porque, además, las autoridades en el estado están profundamente penetradas por el crimen.
Michoacán y Chiapas son la demostración de cómo estos conflictos de seguridad pública se han convertido en conflictos de seguridad interior, y en las zonas fronterizas incluso de seguridad nacional. Cuando se pierden territorios completos, cuando están en riesgo las fronteras nacionales, cuando agentes externos tienen la hegemonía de la violencia, la seguridad pública ha sido ya ampliamente superada. En esas áreas es inevitable escalar la visión de seguridad y, si es necesario, el conflicto. Nada más alejado de ello que la estrategia de abrazos y no balazos.
Pero el gobierno utiliza algo así como la lógica Thalía: si no me acuerdo, no pasó, convertido en, si lo niego, no pasó. Eso sucede con los asesinatos y más aun con los desaparecidos. Primero sí manipuló la cifra de desaparecidos, lo que obligó, incluso, a la renuncia de la presidenta de la Comisión Nacional de Búsqueda. El Presidente se ha negado a recibir a las madres buscadoras, dando a entender que están manipuladas, y esta semana, luego del descubrimiento de un crematorio clandestino en la Ciudad de México, en la frontera entre las alcaldías Tláhuac e Iztapalapa, las autoridades de la ciudad se apresuraron a negarlo, dijeron que los restos encontrados eran de animales, en unas horas cerraron el lugar y lo limpiaron y terminaron decretando en la mañanera que, en realidad, era una manipulación y una mentira. Ceci Flores, la vocera de las madres buscadoras, que ha localizado miles de restos humanos en fosas clandestinas, los desmintió y dijo que sabía oler la muerte y diferenciar restos humanos de animales, y pidió la intervención de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Dejemos un espacio a la duda. Aceptemos que los restos pudieran ser de animales. Lo inexplicable es la prisa y la secrecía: ¿por qué no hacer una investigación y un estudio público, por qué cerrar y limpiar la zona, por qué no darle a las madres buscadoras, que fueron quienes localizaron el lugar, el acceso a esa investigación? Lo que hubo fue rapidez en negarlo todo, secreto y descalificación de las madres buscadoras.
El presidente López Obrador, que fue a saludar a la mamá del Chapo Guzmán y pidió para ella respeto, les dijo mentirosas a las madres buscadoras. A mí me recuerda cuando el dictador Videla, en Argentina, a las madres que buscaban a sus hijos desparecidos, las madres de la Plaza de Mayo, las calificó como “locas” por atreverse a exigir el regreso con vida de sus hijos que, como dijo uno de los militares que gobernaban entonces, sabían que ya no estaban. Las madres buscadoras son las locas de este gobierno.