Cabrera, a diferencia de las autoridades municipales actuales, estaba enfrentado a los grupos de la Nueva Familia y a una de sus franquicias, llamada Los Granados, y era, con mucho, el favorito para ganar la elección
El asesinato en contra de José Alfredo Cabrera, candidato de la alianza PRI-PAN-PRD, segundos antes de subir al templete donde cerraría la campaña para la presidencia municipal de Coyuca de Benítez, en Guerrero, es el corolario terrible, pero idóneo, a la campaña electoral nacional más violenta que hemos tenido en décadas.
No ha sido ni remotamente el único asesinato cometido contra un candidato, pero, sin duda, la exhibición del ajusticiamiento en un video terrible le ha otorgado otra dimensión. Toda la historia de lo sucedido en esa campaña de Coyuca es paradigmática de lo ocurrido en muchos puntos de la República.
El antecesor de Cabrera como candidato de la alianza opositora fue Aníbal Zúñiga. El 16 de mayo pasado fue secuestrado y sus restos, junto con los de su esposa, fueron encontrados desmembrados, arrojados en bolsas, junto a una carretera. Cabrera, un constructor exitoso en la zona, lo reemplazó con un discurso que puso el acento en la seguridad. Era un empresario que incluso había donado un terreno para que se construyera en Coyuca de Benítez un cuartel de la Guardia Nacional, una medida que era rechazada por el presidente municipal de Morena, Ossiel Pacheco Salas. La oferta de Cabrera se dio luego de que, en octubre pasado, 13 elementos de la Secretaría de Seguridad Pública fueran emboscados y asesinados por los grupos criminales, en un ataque inédito en la región.
Durante la campaña, Cabrera, que tenía custodia de la Guardia Nacional (incluso en el día en que fue asesinado), recibió varias amenazas y le dijo a sus más cercanos colaboradores que gente armada lo estaba siguiendo en sus recorridos.
Coyuca de Benítez es una región azotada desde hace años por el crimen organizado, por grupos armados radicales (de allí eran los campesinos que fueron masacrados durante el gobierno de Rubén Figueroa en Aguas Blancas, durante la administración de Zedillo) y guardias armadas de distintos caciques locales, un municipio que sufrió muchísimo tanto de los embates del huracán Otis como de los saqueos y abusos cometidos después del mismo.
La zona está controlada por grupos asociados con la Nueva Familia Michoacana, que desde ese municipio quiere acceder al control, que ya está disputando seriamente, del puerto de Acapulco. La Nueva Familia Michoacana está creciendo en forma gradual, pero constante, desde el Estado de México, Michoacán y zonas de Morelos, en buena parte de Guerrero y su gran objetivo es Acapulco.
Cabrera, a diferencia de las autoridades municipales actuales, estaba enfrentado a los grupos de la Nueva Familia y a una de sus franquicias, llamada Los Granados, y era, con mucho, el favorito para ganar la elección del domingo. Por eso fue eliminado. De poco sirvió que tuviera custodia de fuerzas federales: si alguien está dispuesto, por la razón que sea, de dar su vida para acabar con la de otra persona, es poco lo que se puede hacer. El que se haya matado al asesino tampoco ayudará a esclarecer el caso, aunque la autoría intelectual del crimen parece ser evidente. Y todo lo hemos podido ver en video.
Ése ha sido, decíamos, el corolario dramático de esta campaña electoral. El otro, el otro rostro de la campaña es algo que no debería pasar desapercibido: tanto Claudia Sheinbaum como Xóchitl Gálvez (Máynez estaba distraído en su evento de cierre con porros y cotorreos) insistieron en que debe haber reconciliación, se debe extender, como reconoció Claudia, la mano hacia los adversarios y buscar la paz, algo en lo que insistió también Xóchitl. El país no soporta tanta polarización, tanta violencia física y verbal, tanta división entre amigos y enemigos. No admite que, como sostuvo el presidente López Obrador antes de la manifestación de la Marea Rosa, se califique a sus participantes como traidores a la patria.
No hay traidores a la patria en la confrontación política. Tampoco debería haber enemigos, sino legítimos adversarios luego de elecciones donde, el que gane, no debería ganar todo y, el que pierde, no debería perder todo. La democracia es una suma de equilibrios, donde todos deben y pueden jugar.
Pero eso termina completamente distorsionado cuando intervienen la violencia y la inseguridad, ejercida por el Estado o por los grupos criminales. Para acabar con la polarización debemos acabar con la inseguridad y la violencia que rompen cualquier capacidad de juego democrático, legal, político. Lo que sucedió el miércoles en la tarde en Coyuca de Benítez es lo que se dio, aunque no lo vimos de forma tan explícita, en Guanajuato, en Chiapas, en Michoacán, en el Estado de México, en muchos otros puntos del país, en las más de 750 agresiones y ataques, muchos de ellos mortales, que hubo en esta campaña.
Para el domingo, pero sobre todo después de los comicios, habrá que elegir qué México queremos: el que vimos en el video del asesinato de Cabrera, un México violento, inseguro, inmanejable, polarizado o el México que, afortunadamente, vimos en los cierres de campaña: un México con confrontación, pero con oferta política, un México donde se compita democráticamente y donde los adversarios sepan y puedan tenderse la mano. Esos dos Méxicos no pueden seguir conviviendo juntos.