Las encuestas son tantas y con tendencias tan diferentes que tampoco han servido para orientar con certidumbre el voto. A ver qué resulta el domingo.
No será ésta la elección más libre y limpia de la historia de México, como volvió a decir el presidente Andrés Manuel López Obrador ayer en la mañanera. Serán, eso sí, las elecciones más violentas que hemos tenido en las últimas décadas: hubo 22 asesinatos de candidatos, dijo ayer la secretaria de Seguridad federal Rosa Icela Rodríguez, pero son muchos más los que han sido atacados y/o asesinados por ser parte de un equipo de campaña, por ser aspirantes sin haberse registrado aún, por ser familiares de algún candidato. Son centenares, quizás miles, no tenemos una cifra completa, los que han renunciado a su candidatura, a posiciones partidarias, a representación en las casillas por miedo o presiones.
Tenemos una elección, por primera vez desde 1994, que presenta desafíos estructurales: supervisores que renuncian o son despedidos días antes de las elecciones, problemas para montar casillas en muchos lugares del país, zonas a donde el INE no ha podido entrar. Un INE que desde la llegada de Guadalupe Taddei ha resignado muchas de sus obligaciones, desde conducir los tiempos y el financiamiento de la campaña hasta la intervención presidencial en los comicios: el presidente López Obrador tiene en su contra 53 medidas cautelares por intervención en la campaña, ¿de qué sirven en términos legales? El Presidente, desde la mañanera, ha hecho proselitismo todos y cada uno de los días de esta campaña… y no ha pasado nada.
Las encuestas son tantas y con tendencias tan diferentes que tampoco han servido para orientar con certidumbre el voto. A ver qué resulta el domingo, pero me parece que la elección estará más disputada de lo que esas encuestas muestran: por lo pronto, más allá de la elección presidencial, los comicios de la Ciudad de México, Veracruz, Morelos, Guanajuato, Yucatán y Jalisco (en este caso en favor de Movimiento Ciudadano) son estados en los que el oficialismo puede perder. Morena tiene segura sólo las elecciones locales en Chiapas y Tabasco. Sólo ese dato debería hacernos pensar que la elección no será un mero trámite.
Todo eso tiene relación con los alineamientos que tendremos después del 2 de junio y que ya se han puesto de manifiesto en estas semanas. No me asombra el cambio de Alejandra del Moral, que apenas este lunes anunció que, en realidad, apoya a Claudia Sheinbaum. Tampoco me asombra que un político cambie, de acuerdo con sus intereses personales, de bandera política. En realidad, Alejandra, que era una posición del gobernador Alfredo del Mazo, ya estaba en conversaciones con la gente de Claudia desde enero, febrero pasado. Cuando se sacó una foto con Xóchitl el 21 de febrero reafirmando que apoyaba su candidatura, ya había tenido pláticas con el equipo de Claudia, que, incluso, le había ofrecido una senaduría por el Verde. La relación con el equipo de la candidata de Morena estaba construida desde entonces.
Tampoco es una excepción. Son muchos los que fueron cercanos al presidente Peña Nieto que hoy están en las filas del oficialismo. Ahí están Alejandra del Moral y, por supuesto, Alfredo del Mazo y Alejandro Murat, que esperan alcanzar con la nueva administración alguna posición. Eruviel Ávila, el sucesor de Peña Nieto en el Estado de México, es candidato del Partido Verde. No tiene candidatura, pero aseguran que Miguel Osorio Chong está operando también para el Verde. Claudia Ruiz Massieu es candidata por MC; Quirino Ordaz, que manejó parte de las finanzas de campaña de Peña y fue gobernador de Sinaloa, es hoy el embajador en España y la exgobernadora de Sonora, Claudia Pavlovich, es la cónsul en Barcelona. Marco Mena, exgobernador de Tlaxcala, es el director de la Lotería Nacional; Carlos Joaquín, el saliente gobernador de Quintana Roo es embajador en Canadá, y Omar Fayad, exgobernador de Hidalgo, es embajador en Noruega. Y en posiciones menores hay muchos más. Algunos fueron buenos funcionarios, gobernadores, legisladores, otros no, pero lo que importa es el alineamiento. Es verdad que Alejandro Moreno alejó a muchos de ellos del PRI, pero cuando hay un realineamiento tan marcado no se puede responsabilizar de ello sólo a una persona. Es un movimiento de todo un grupo político.
Si llega Claudia a la Presidencia, ese realineamiento de fuerzas tendrá consecuencias políticas y legislativas. Algunos subestiman al Partido Verde, pero muchas de estas posiciones y personajes (y de otros, de acuerdo al resultado electoral) se canalizarán hacia la 4T por esa vía. Lo mismo sucederá con Movimiento Ciudadano, por lo menos con los grupos que controla Dante Delgado y representa Jorge Álvarez Máynez. Morena no está en condiciones de lograr en las urnas esa mayoría calificada que quiere el presidente López Obrador, pero con una serie de acuerdos en la próxima legislatura puede tener una mayoría quizás no calificada, pero sí importante. Paradójicamente, para avanzar en eso tendrá que desarrollar una política de diálogos y acuerdos que el presidente López Obrador desechó y que provocó, por ende, la actual polarización y estancamiento legislativo.
El próximo domingo habrá que votar y hacerlo pensando en cómo quedarán los equilibrios de poder en el próximo sexenio. Porque no se trata sólo de la Presidencia de la República, con todo su peso e importancia, sino de los equilibrios entre mayorías y minorías en un sistema que debería seguir siendo democrático.