No son plagas bíblicas, pero lo parecen. Agua contaminada, incendios forestales y volcanes en erupción, fallas sísmicas en plena ciudad, resurgimiento de enfermedades como el sarampión, un Metro que falla cotidianamente. Y, como trasfondo, la violencia y, de la mano con ella, la corrupción.
Lo que ocurre con el agua contaminada en la Ciudad de México, particularmente en la alcaldía Benito Juárez, es una suma de negligencias (o venganzas políticas). Desde hace por lo menos tres semanas los vecinos se quejaban de que el agua olía a gasolina, que estaba contaminada y sucia, que algunas personas tenían enfermedades al beberla o bañarse.
La respuesta, hasta el fin de semana pasado, de Sacmex, la institución encargada de la distribución del agua en la Ciudad de México, fue ignorar las denuncias y se le dijo a los vecinos que mejor limpiaran sus tinacos. Fue hasta que el sábado, cuando los vecinos comenzaron con bloqueos y manifestaciones, que se comenzaron a hacer estudios serios.
Pero ni siquiera sabemos qué tanto lo son: el jefe de Gobierno, Martí Batres, no abordó el tema hasta el lunes, cuando reconoció que el agua estaba contaminada con algún tipo de combustible, y dijo que la fuente de contaminación no era ni el Cutzamala ni los pozos que abastecen la ciudad. Al día siguiente se informó que se había descubierto un pozo que sí estaba contaminado y fue tomado por fuerzas de seguridad.
Pero, al momento de escribir estas líneas, seguimos sin saber cuál es la fuente de contaminación, qué producto contamina, los vecinos siguen con las manifestaciones porque no tienen respuestas que vayan más allá de generalidades y no se ve que el problema tenga una solución de corto plazo.
Una de las preguntas sin respuesta es cómo llegaron los combustibles a las fuentes de abastecimiento de agua. Y el fantasma de las tomas clandestinas, de ese huachicol que se dijo erradicado y que está más próspero que nunca, vuelve a aparecer, porque se supone que los principales conductos de productos petrolíferos tendrían que estar controlados. Se ha dicho que la fuente de contaminación podrían ser dos empresas que trabajan en la zona con ese tipo de productos, pero lo cierto es que, hasta que no se tenga certidumbre respecto a cuál es el contaminante, será difícil establecer responsabilidades. Pero, insisto, por el tipo de contaminación, por la amplitud geográfica y por su persistencia en el tiempo, parece ser mucho más la fuga de una toma clandestina o de un ducto que la negligencia de una empresa.
Todo esto tiene una problemática adicional. No se ha invertido en la infraestructura hídrica de la ciudad desde el gobierno de Calderón. No ha habido obras de gran calado, no se ha trabajado para abatir la pérdida de agua potable por los propios ductos que, según algunos especialistas, supera más de un tercio de la que llega a la ciudad.
Ése es un desafío enorme que implica cambiar radicalmente el modelo de generación y distribución de agua, y más temprano que tarde se tendrá que trabajar con la iniciativa privada (lo que la Constitución local prohíbe) para poder avanzar en ese sentido. No es sólo que las fuentes puedan, como está ocurriendo, disminuir o incluso agotarse, se trata de invertir en tecnología para evitar fugas y pérdidas tan altas, pero también para hacer eficiente y modernizar un servicio que hoy sólo se administra en sus carencias. Con un agravante, como vimos en el caso de la Benito Juárez: no se terminan de atender a tiempo ni siquiera las denuncias que lo atenazan.
Quizá no es casualidad que en la misma zona donde se están dando estas fugas de ductos de combustible contaminando el sistema de aguas se estén dando microsismos producto de una falla que cruza de la alcaldía Álvaro Obregón a la Benito Juárez. El pozo señalado está en Álvaro Obregón, el agua contaminada se percibe en Benito Juárez. La falla que provoca los microsismos está a baja profundidad en esa misma zona. ¿Pueden esos sismos afectar ductos y sistemas? No es nada descabellado, porque, además, aunque las autoridades siguen llamándolos microsismos (como para reducir la percepción de riesgo), no dejan de ser movimientos telúricos que tienen que afectar la infraestructura de la zona. Para eso tampoco tenemos respuesta.
Mientras tanto, hay incendios forestales en la zona rural de la ciudad y sus alrededores que envenenan el aire y las exhalaciones del Popo tampoco ayudan.
Y, para colmo de males, reaparecen enfermedades que se habían prácticamente erradicado, como el sarampión, sobre el que la Secretaría de Salud emitió una alerta sanitaria esta misma semana. La paradoja es que esa secretaría y el impresentable exsubsecretario López-Gatell son responsables de que no se hayan realizado las campañas de vacunación que desde décadas atrás realizaba el Estado mexicano, independientemente de quien gobernara. El señor López-Gatell no cree en eso de las vacunas.
Es verdad que en seguridad ha habido avances en la ciudad, pero a últimas fechas ha vuelto a crecer el número de asesinatos, algunos de ellos francamente preocupantes, como el de una mujer agredida frente a Bellas Artes y el asesinato de un trabajador del TEPJF en Xochimilco, que obligó a poner seguridad a magistrados y funcionarios de esa institución.
No son plagas bíblicas, son políticas.