El domingo quedaron expuestas dos miradas sobre México: la que niega la realidad, y la que reclama rescatar la salud abandonada, la seguridad perdida en los abrazos a criminales y la educación como motor de la movilidad social.
Con sorpresa leí ayer lunes que una gran mayoría de analistas políticos y comentaristas, respetables y de buena fe, vio a Claudia Sheinbaum ganar el debate.
Mayor fue la sorpresa al leer que la candidata de Morena ganó porque “no cayó en provocaciones”.
¿De cuándo acá se le llama “no caer en provocaciones” al no responder señalamientos concretos y fundamentados sobre realidades?
¿De cuándo acá mentir a sangre fría es “no caer en la provocación”?
Por lo visto, incluso para las personas mejor informadas tiene más valor negar la realidad que exhibirla.
Si en los sectores más ilustrados de la sociedad fue “una provocación” y no un argumento serio y fundado señalar la “irresponsabilidad criminal” de la exjefa de Gobierno por la caída del tren en la Línea 12 del Metro, con 27 muertos por falta de mantenimiento, ¿qué se puede decir?
Parece que ya nada nos conmueve.
Bueno, sí. Nuestros comentaristas celebraron como un gran acierto de Claudia Sheinbaum haber dicho que “hasta la bolsa de tiempo se quiere robar la candidata del PRIAN”, en referencia a una presunta falla del cronómetro del INE.
Todo el rigor contra Xóchitl, mientras Sheinbaum pudo mentir a placer sin que la crítica la toque.
La historia se repite. En sexenios anteriores a los presidentes demócratas y tolerantes se les vapuleaba, a veces con razón, y otras con escarnio hasta por niñerías.
Y al huevo de la serpiente que incubaba el autoritarismo, el odio entre mexicanos, la destrucción institucional del país y del tejido social, se le daba el calor de la condescendencia y permiso para engañar.
Son nuestros intelectuales. Nuestros principales analistas de la vida pública: ganó Sheinbaum porque no cayó en la provocación, y por lo de la bolsa de tiempo o la bandera al revés.
No lo dicen de mala fe ni para quedar bien con nadie. Eso piensan, eso vieron, eso opinan.
Su ingenuidad es pasmosa.
El país elegirá entre democracia y Estado de derecho, o totalitarismo (sometimiento de la justicia, las leyes, el Poder Legislativo a la voluntad de una sola persona), y varias de nuestras mentes brillantes coquetean con el peligro.
Tomo un recurso de pésimo gusto, aunque pertinente luego de las reacciones al debate de anoche: los dos primeros párrafos de mi reciente libro: AMLO, el costo de una locura:
“El destino de los pueblos que renuncian a la razón es siempre el mismo: la tragedia. Ese momento de insensatez colectiva se da cuando los argumentos no convencen a nadie”.
“Lo vivimos ahora en México. Shakespeare parece estar entre nosotros, con mirada atónita ante el aplauso de víctimas que presencian la destrucción de su futuro y vitorean el frenesí demencial que nos arroja a décadas atrás”.
Xóchitl, con algunas carencias en su estructura personal y programática, plantea un gobierno que rinda cuentas. Claudia no.
Exhibió, con nombres y sumas, las fortunas que se han hecho a la sombra de la opacidad de los contratos de obra pública asignados sin concurso en las obras faraónicas como el Tren Maya y la refinería en Dos Bocas.
¿Tiene o no razón?
Al parecer no importa.
Lo importante, por lo visto, fue que Claudia Sheinbaum dijo que “hoy tenemos un Presidente honesto. Nunca podrán decir lo mismo de los presidentes del PRIAN que representa” Xóchitl.
¿Y los contratos multimillonarios asignados por dedazo del Presidente y sellados por ‘seguridad nacional’?
¿Las denuncias por corrupción que presentó Xóchitl en esas y otras obras, no valen?
Xóchitl no obtuvo respuesta de Sheinbaum cuando la acusó de delitos puntuales: “Negligencia criminal”.
¿A eso le llaman no caer en la provocación?
¿Viva el silencio y mueran los hechos?
“Xóchitl no noqueó”, dicen. Desconozco, entonces, a qué se refieren con ‘noquear’.
Hay 240 mil millones de pesos del sector salud “que el gobierno desvió a obras faraónicas”.
La negligencia y el desdén por la salud provocaron el desabasto de medicinas y la muerte de un cuarto de millón de mexicanos, que no debieron morir por la pandemia.
Ahí estaban, en el foro del debate, familiares de víctimas de la negligencia criminal.
“No noqueó”, dicen.
¿Qué querían?
Todos los ataques de Xóchitl tenían sentido y estuvieron argumentados.
Sheinbaum atacó con descalificaciones que no se preocupó por fundamentar: mentirosa, se roba hasta la bolsa del tiempo, quisieron privatizar la UNAM, la precariedad en los hospitales públicos es culpa del neoliberalismo que no formó médicos, la gente emigra a Estados Unidos por pobreza…
La vieron ganar el debate.
“¿Por qué el gobierno puede saber sobre cada peso que gastan los contribuyentes, y éstos no pueden saber en qué gasta el gobierno lo que pagan los contribuyentes?”, preguntó Gálvez y no tuvo respuesta.
Nuestros analistas le dan más valor al silencio que a una pregunta cargada de contenido y sentido común.
Eso quieren, eso tendremos.
No esperemos resultados diferentes cuando se ponderan las arengas de agitadores por encima del razonamiento.
Cuando se es indulgente con el autoritarismo, la ineptitud, el desprecio por la vida humana, por la naturaleza, por la ciencia y la negación de la realidad.