Navegamos en un mar donde cada vez proliferan más y más encuestas electorales. A pesar de ello, nadie —ninguna instancia, autoridad, actor u asociación— se ha abocado en generar una suerte de compás para analizarlas, esquematizarlas y “traducírselas” a la ciudadanía. Esta situación, que no debió haber ocurrido, no de esta manera, es sin embargo hoy nuestra cotidiana realidad.
Es peligroso no que hablen las encuestas, sino el cómo lo hacen. Y lo que unos entienden y otros aprovechan solo añade a la confusión.
Si yo hubiera tenido que detallar los específicos del IFE (ahora INE) —que no— habría generado una división encargada no tanto en regular y transparentar financiamiento y metodología de los ejercicios demoscópicos (aunque eso también es fundamental), sino dedicada a elaborar y actualizar permanentemente una guía para orientar el elector a discernir entre los distintos ejercicios e interpretar lo que reflejan los resultados de los levantamientos vía encuesta.
Las columnas más leídas de hoy
Hoy, me parece, en esta vorágine de encuestas que se dan a conocer en medios y en redes sociales, urge una especie de “manual” para que el pueblo pueda entender lo que estas dicen y cuáles son las limitantes y acotaciones que es menester subrayar.
No se trata tanto de diferenciar las buenas de las malas (menos aún de restringirlas). Más bien de establecer un mecanismo que permita a las personas identificar rápidamente ciertos elementos básicos a los que hay que prestar atención. Y, a partir de allí, que cada quien saque sus conclusiones.
En ese sentido, este texto no es un ‘¿quién es quién en las encuestas?’, sino un qué es qué en esos ejercicios.
Repito, se requiere un criterio establecido y común. De preferencia una autoridad y un manual único y reconocido. Pero, por lo pronto, a falta de esto, deseo contribuir un poco a disipar confusiones (espero no termine generando más). Orientar a quienes me leen; volverlos un poco más CAUTOS y evitar apresuren conclusiones cuando se topen con distintas encuestas.
Antes debo decir que este no es un artículo para favorecer algún ejercicio, resultado o candidato. Tampoco pretendo señalar cuáles son las casas encuestadoras más serias o las menos serias; cuáles han sido más atinadas o las más erradas; cuáles parten y siguen una metodología más robusta (spoiler: no hay acuerdo en ninguna de estas materias).
A sus propias conclusiones debe llegar cada individuo después de prestar atención a ciertos elementos básicos.
¿Cuáles son estos?
1.- Todas, todas las encuestas sin excepción están subestimando la abstención. Unas en mayor medida, otras menos. Analicemos esto por un momento; es sencillo: en cualquier elección no vota el 100% de la gente que puede hacerlo. Si bien nos va, algo así como un 65 por ciento del padrón electoral lo hace. ¿Qué significa esto? Que cuando un ejercicio demoscópico nos dice que solo un 10%, un 2%, un 1% de la gente reporta “no votaría”, está sobreestimando el nivel de votación. ¿Qué debe hacer el lector de inmediato? Darse cuenta que los respondentes están diciéndole al encuestador lo que es cívicamente correcto decir: “voy a acudir a votar (si bien sé que muy probablemente no lo haga)”.
En términos de resultados más precisos, ¿ello qué significa? Que los segmentos de electores que usualmente NO acuden a votar están sobrerrepresentados en los resultados de la encuesta. Entre más sobrerrepresentación, peor encuesta en este aspecto en específico.
Que, de entrada, los porcentajes que las encuestas reportan y favorecen a cada candidato o partido no son los que son en realidad. En otras palabras, que la encuesta le está dando una orientación bastante vaga al lector de cómo sería la votación en un momento dado, pero no mucho más que eso.
2.- A esa vaguedad se suma otra segunda. Los levantamientos —y en fechas recientes cada vez más— están teniendo tasas de reemplazo de respondientes sumamente altos (no voy a analizar aquí el porqué de este fenómeno). Este “detalle” es trascendente pero poco comprendido.
¿Qué son las “tasas de rechazo” (y luego también las “tasas de repuesta efectiva”, las “tasas de cuestionarios completados”, etcétera)? Toda encuesta parte de una muestra —idealmente representativa del universo de la población que se quiere encuestar—, mas no todos los encuestados responden al contacto de la casa encuestadora. Luego, los que sí responden al contacto, no necesariamente aceptan se les levante la encuesta. Más adelante, no todos los que sí aceptan se les levante la encuesta, la completan/la terminan. En ese sentido, la casa encuestadora tiene que generar reemplazos hasta cubrir la muestra original.
Yo misma coordino la elaboración de este tipo de ejercicios y me sorprende en cada una (las mías y las que leo) las altas tasas de rechazo que reportan los levantamientos. Independientemente de la casa encuestadora, tampoco la metodología o quién financie el ejercicio: las tasas de rechazo son altas y solo han ido incrementándose.
¿Qué provoca lo anterior? Que sustituir encuestados (viviendas o respondentes telefónicos) hasta completar la muestra genera un sesgo.
Ese sesgo será mayor o menor dependiendo qué tan bien haga el reemplazo la casa encuestadora o qué tan buenos ajustes estadísticos realicen a su base de resultados. Pero el sesgo existe.
Ahora bien: ¿qué tipo de personas son las que están respondiendo? Eso es lo que deberíamos estar preguntándonos y también si ello está perjudicando o beneficiando a la oposición o al oficialismo en cada caso y en cada determinado lugar.
Y aquí un elemento adicional del crucigrama: como norma general, la gente antirégimen/antisistema es más reacia a contestar encuestas /cuestionarios. ¿Qué tanto más? Eso es algo que ningún experto puede responder.
Lo importante: mientras las tasas de rechazo continúen al alza y no se pondere a quienes no contestan, toda encuesta no será falsa, pero tampoco dirá toda la verdad. (Algo así como lo que dice Liz Vilchis de las mentiras de la semana; “no es falso, pero se exagera”).
3.- El tercer elemento a notar es el siguiente: los ejercicios demoscópicos son aproximaciones —bien intencionadas en el mejor de los casos—, pero nada más que eso. Una foto borrosa cuando mucho. Sirven para orientar sobre el sentido de la intención del voto y por ello, dado que se requiere INTENCIÓN y ORIENTACIÓN, es fundamental contar con series de tiempo y mediciones periódicas. Esa es la única forma de obtener tendencias. Busquemos, entonces, ejercicios que reporten series históricas y evitemos los que no.
Y hablando de series, se debe desconfiar de encuestas que reportan saltos bruscos. Ninguna sociedad, por convulsionada que esté, cambia súbitamente de preferencias en un periodo corto de tiempo.
Ya está; hasta aquí. Si usted, como usuario/lector, no quiere prestar atención a estos tres componentes o, bien, la casa encuestadora no se los reporta/da a conocer, mi sugerencia es entonces pasar de largo estos ejercicios. Ni siquiera se detenga a considerarlos.
Por el contrario, si puede conocer estos tres elementos, debe analizarlos y sopesarlos.
Las encuestas le darán una vaga orientación de hacia dónde van las cosas. Pero solo eso. Todo lo demás que rodea a estos ejercicios es mercadotecnia pura y dura.
Las encuestas de opinión electorales constituyen un elemento, de entre muchos otros de corte político y demográfico, con los que podrán conocer de la realidad electoral del momento. Lo que dicen no está labrado en piedra; nada más alejado de ello. Solo de su voto dependerá reafirmar las tendencias o cambiarlas.