Lo que vimos la noche del domingo en la Ciudad de México no fue un debate, sino una serie de monólogos de tres burócratas en su estado natural: sentados y prometiendo el cielo y las estrellas.
De flojera. Cero credibilidad.
El Instituto Electoral de la Ciudad de México y los partidos acordaron un formato de debate para exhibir lo peor de la política.
Un diálogo de sordos.
Así no sólo los jóvenes seguirán huyendo del compromiso cívico de votar, que es elegir. También los que dudan entre acudir a las urnas o quedarse en casa, reforzarán su hartazgo con el coro de los grillos.
Todos son iguales, dirán.
Y no es así. No son iguales.
Sucede que el formato elegido para el debate del domingo fue perfecto para espantar a los electores poco afectos a votar.
Es inconcebible que no se permita que se hagan preguntas entre ellos y que cuenten con una bolsa de tiempo para que respondan.
Ni a los conductores les respondieron sus preguntas.
Además de ser una falta de respeto, exhibieron la típica actitud del burócrata que tanto molesta al resto de la ciudadanía: preguntas algo y te contestan lo que quieren.
Y sentados. ¿Qué es eso? Pura flojera es lo que proyectan.
Sólo les faltó la torta. (Bueno, uno llevó palomitas).
Ni los presidentes más ancianos de la historia de Estados Unidos, Biden y Trump, debatieron sentados. En pie, tal como son.
Además, los candidatos a gobernar la Ciudad de México leyeron propuestas y comentarios.
Es decir, ni siquiera se acuerdan de lo que van a hacer si ganan las elecciones de junio. Y lo tienen que leer (salvo, por momentos, Chertorivski). Alguien se los escribió.
Se entiende que lleven apuntados algunos datos, para brindar precisión en ciertos temas que lo requieran, pero leer lo que opinan refleja pobreza intelectual y falta de autenticidad.
Ninguno de los tres es tan pequeño como se vieron el domingo en la noche.
Clara Brugada, Santiago Taboada y Salomón Chertorivski representan una esperanza para la Ciudad de México, y quizá –alguno de ellos– para el país.
¿Sobre qué bases vamos a elegir?
Los debates, como el del domingo, no nos lo permiten.
Tampoco la propaganda que nos bombardea en el radio y la televisión.
Es insatisfactorio que se invierta una elevada suma de dinero del presupuesto en debates que no sirven para alentar el voto informado.
No sirven para comparar propuestas ni personalidades.
El domingo hubo una explosión de propuestas que no sabemos si tienen pies y cabezas. Seguramente algunas sí, pero el votante no recibió elementos para discernir, al menos un poco, qué es demagogia y qué tiene viabilidad.
Lo más importante: no hubo debate entre ellos.
Hacerse acusaciones no es debatir, si no hay una bolsa de tiempo (con cargo al tiempo de quien pregunta, si se quiere) para que conteste.
Oímos una seguidilla de monólogos que no harán mella en el ánimo escéptico de una franja importante del electorado.
Ni llevarán a los jóvenes a abandonar su apatía ni nutrirán de ideas sobre las cuales discutir.
Por este camino, va a ganar el voto de las clientelas cautivas, el de la mentira dicha sin que nadie refute ni la exhiba como tal, o el voto del enojo.
El 7 de abril es el primer debate de las candidatas presidenciales, y ojalá se acuerde un evento en el que dialoguen entre las aspirantes. De manera ríspida, comedida, burlona o como le salga natural a cada una.
Ya el electorado decidirá qué personalidad quiere en la Presidencia.
Necesitamos conocer lo más posible a las candidatas.
Sus ideas, sus falsedades y su carácter.
De lo contrario tendremos monólogos de Xóchitl y Sheinbaum.
Nada de eso es útil a la democracia ni al voto informado.
Acusaciones graves sin respuestas y promesas disparatadas sólo sirven para entusiasmar a los que ya definieron su voto.
En una de esas Álvarez Maynez también lleva palomitas. (O una chela).