La narrativa presidencial lleva tres semanas perdida. Este mes de precampañas, que pensó que llenaría con sus propuestas de reformas constitucionales presentadas el 5 de febrero, lo ha tenido que ocupar contestando acusaciones, reportajes, cometiendo gravísimos errores en una mañanera que, mucho más tarde que lo previsto, se le está convirtiendo en un boomerang.
Las reformas propuestas son intransitables y en el ambiente actual no podrán ser procesadas. En la lucha por controlar al Poder Judicial sus declaraciones respecto a la intervención durante la presidencia de Arturo Zaldívar no sólo fueron catastróficas desde cualquier punto de vista, sino que incluso reforzaron la posición de la ministra Norma Piña y de todos sus adversarios. Y en este caso, como en el de la divulgación de los datos personales de la corresponsal del New York Times, asombran tanto el fondo como la forma con que el presidente López Obrador aborda los temas: con prepotencia, sin medir lo que está diciendo, con un marcado autoritarismo y colocándose una y otra vez por encima de la ley.
No es el menor de sus problemas. Creo que el presidente López Obrador no es un cómplice del narcotráfico, pero sus estrategias de seguridad han sido tan erradas, sus respuestas ante las acusaciones tan melodramáticas y fuera de lugar, que se convierten en sospechosas: los datos duros son los que hablan, como lo hemos señalado en la prensa nacional una y otra vez, y como lo publicaba este lunes el Wall Street Journal.
Estamos hablando de 180 mil muertos en lo que va del sexenio, al final del mismo estaremos en poco más de 200 mil. La cifra es el doble de la que tuvimos en el sexenio de Felipe Calderón y bastante superior a la que tuvo Peña Nieto. Sólo como comparación, este fin de semana el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski dijo que, en dos años de guerra, desde la invasión rusa, han muerto 31 mil soldados ucranianos. En México han muerto más de 30 mil personas cada año en lo que va de este sexenio.
El empoderamiento criminal alcanza niveles inéditos. Hay entidades donde el control del Estado se ha perdido en buena parte del territorio. La norma son la extorsión, el robo, el secuestro, el tráfico de fentanilo, cocaína y metanfetaminas, se somete a las policías locales, se roban propiedades y se imponen condiciones a los municipios. Las carreteras registran decenas de robos de tráileres con mercancías cada día, que son colocadas cotidianamente en un próspero mercado negro. Lo mismo ocurre con el robo de gasolina y gas.
La relación con Estados Unidos, Canadá y la Comunidad Europea está si no rota, por lo menos profundamente deteriorada. El cada día más evidente acercamiento al régimen de Vladimir Putin no se refleja sólo en declaraciones. Hasta ahora México, en organismos internacionales por lo menos, acompañaba algunas condenas. La semana pasada en la OEA, al cumplirse dos años de la invasión rusa, se abstuvo de votar una condena contra Putin. A las denuncias de agentes rusos en México que hizo el Comando Norte no ha habido respuesta.
En el tema migratorio se le sigue reclamando a Estados Unidos que mejore su relación con Venezuela y Cuba para reducir los flujos migratorios. En el ámbito comercial cada día queda menos clara la relación con China, reflejada en el aumento de exportaciones de acero hacia Estados Unidos, que ese país considera que se trata de acero chino que se hace pasar por mexicano para no cubrir aranceles. Lo mismo está sucediendo con otros productos. En Palacio Nacional no lo contemplan, pero la posibilidad de sanciones y aranceles no es descabellada, gane Biden o Trump la presidencia en noviembre próximo.
La relación con América Latina tampoco es tan buena como cree el gobierno federal. Con Argentina, Perú y Ecuador las relaciones son casi inexistentes. Con Chile, se han tornado frías, porque Gabriel Boric no ha caído en las trampas del populismo de izquierda. Con Colombia, con Gustavo Petro en la misma deriva autoritaria que López Obrador, son muy buenas, el problema es que la popularidad de Petro está por los suelos y las acusaciones de narcopresidente allí tienen incluso más sustento que aquí. Brasil siempre ha sido un competidor geopolítico de México, y que haya llegado Lula da Silva a la presidencia no lo cambia, la única diferencia es que Lula es un personaje político infinitamente más inteligente y atractivo que Bolsonaro. En Centroamérica, El Salvador de Bukele hace tiempo que se alejó de López Obrador, lo mismo que Costa Rica. El régimen de Ortega en Nicaragua es impresentable. Y ahí seguimos apoyando a Cuba y Venezuela.
Se podrá argumentar que las cosas están así desde hace varios meses. Pero hay una diferencia fundamental: en el plano interno, la narrativa seguía en manos del Presidente. Hoy ya no. Hay quien dice que la popularidad presidencial, según Mitofsky, está en 55 por ciento. Y probablemente es verdad. Pero todas sus políticas están en números negativos, salvo los apoyos sociales. Y no sólo eso: tales índices de popularidad son similares a los que tuvieron a nueve meses de concluir su administración Zedillo, Fox o Calderón, incluso hasta enero del 94, Carlos Salinas.
Y a tres meses de las elecciones, Claudia Sheinbaum sigue atada al discurso presidencial y a los modos de Palacio, tanto que, entre los primeros lugares de plurinominales de diputados y senadores de Morena, no ha podido colar casi a ninguno de los suyos. Y ni hablemos de presentar su propio discurso.