La unanimidad de comentarios positivos que genera la macroeconomía mexicana en Wall Street es inédita. Jamie Dimon, titular de JP Morgan, ha anunciado que la entidad ha triplicado su capital en el país en el sexenio de Andrés Manuel López Obrador y que seguirá en esa dirección. Un pronóstico que es compartido por Bank of America y Goldman Sachs.
El presidente llega, de este modo, al año electoral con un frente económico y financiero completamente despejado, en el cual desde Nueva York se anticipa un récord de fusiones y un nivel inédito de venta de bonos corporativos.
El único frente de tormenta que se vislumbra son las finanzas de Pemex, un tema sobre el que existe consenso tanto en Nueva York como entre los banqueros de la Ciudad de México. Se trata de la petrolera más endeudada del mundo (debe más 105 mil millones de dólares) y sus obligaciones están respaldadas por el Tesoro mexicano.
López Obrador ha apoyado a Pemex con 798 mil millones de pesos pero la deuda total de la petrolera creció en 250 mil millones de pesos, un 7% respecto al final del sexenio pasado. En paralelo, Pemex multiplicó por 2.5 su deuda de corto plazo.
El problema es transversal a toda la operación que encabeza Octavio Romero: la producción ha caído un 3%, ubicándose en menos de 1.7 millones de barriles diarios, las refinerías se utilizan al 50% y el combustible de Pemex todavía tiene altos contenidos de azufre para las normas internacionales.
Claudia Sheinbaum, que tiene altas chances de ser la próxima presidente, de momento no arroja definiciones contundentes sobre el futuro de la empresa lo cual contribuye a la incertidumbre.
Cuando en sus reuniones con empresarios habla de Pemex, la candidata lo hace desde un enfoque racional y amigable con el medio ambiente pero no explica casi nada ni ofrece precisiones sobre el perfil del director general que quiere designar.