―Guarden los celulares, aquí ya empezó la búsqueda― ordena con una voz fuerte y firme Ceci Patricia Flores, líder de las Madres Buscadoras de Sonora.
Ceci Patricia Flores busca a dos hijos desaparecidos: Marco Antonio Sauceda Rocha, secuestrado el 4 de mayo del 2019 en Bahía de Kino, Sonora, a la edad de 31 años; y a Alejandro Guadalupe Islas Flores, desaparecido el 30 de octubre del 2015 cuando tenía 21 años de edad.
Es muy temprano en Hermosillo, Sonora. Son cerca de las 09:30, hace frío y el cielo está despejado. Recién llegado a la capital sonorense junto con una compañera reportera con el único objetivo de acompañar a las madres buscadoras a uno de sus recorridos.
La instrucción de Ceci es clara: la cita es enfrente del Oxxo a la salida del aeropuerto; ahí una camioneta Urvan blanca custodiada por la Guardia Nacional pasaría por nosotros. Y así fue.
Hoy te contaré cómo es un día de búsqueda de este colectivo de mujeres madres, hijas, hermanas, esposas, jóvenes, adultas mayores y hasta niñas que aprendieron a buscar a sus desaparecidos en el monte desafiando peligros y amenazas de muerte.
La preparación de las madres buscadoras de Sonora
Luego de unos minutos de espera, ahí está el vehículo en el que esas mujeres valientes se trasladan a sus búsquedas. Al aproximarnos a la Urvan, una de las integrantes, Jazmín, nos pregunta que si ya habíamos desayunado, o de lo contrario, para comprar algo, pues nos advierte que sería un largo camino. Ella pasa al Oxxo por algunas provisiones como frituras, cacahuates, cocas colas y un café para el trayecto. Para sorpresa mía, la camioneta es nueva, los asientos todavía tienen los recubrimientos de plástico y el aroma es de recién desempacado… también es la primera vez que las madres buscadoras viajan en él. Como primera impresión, ellas nos miran con cierta extrañeza, pero no pasa ni medio minuto y nos dan una calurosa bienvenida a la aventura del día.
Dentro de la unidad sólo hay cuatro integrantes del colectivo, el conductor y un copiloto, ambos trabajadores del gobierno de Sonora. El ambiente es similar al de un salón de clases, da la impresión de que se conocen de toda la vida. Cada una busca a su par para platicar de cualquier variedad de temas: hablan de béisbol, de sus respectivos trabajos, de sus emprendimientos, de qué hacen en sus tiempos libres, pero lo que nunca faltan son las bromas y risas entre ellas. Todo eso mientras el vehículo está en marcha y en la radio suena una canción de Don Omar.
La camioneta hace una parada intermedia en una gasolinera de Miguel Alemán, una pequeña localidad perteneciente a Hermosillo, en donde otras madres del colectivo se integran al trayecto, entre ellas la líder, Ceci. Ahí se saludan unas a otras, se abrazan y se colocan las playeras con el rostro de sus familiares desaparecidos. Una vez reunidas y con la pila recargada, las madres vuelven a subirse a la Urvan y continúan el recorrido rumbo al primer lugar de búsqueda. Llegamos.
La búsqueda de las madres en Sonora
Antes de iniciar el largo caminar bajo el sol, las madres se agarran de las manos y hacen una oración conjunta en la que nombran en voz alta a cada uno de sus familiares desaparecidos y le piden a Dios el poder encontrarlos.
―Todas tenemos el mismo propósito esta mañana: buscar a nuestros desaparecidos. Son corazones que necesitamos en nuestra familia, que nos duele su ausencia, pero para eso estamos nosotros como familia, para buscarlos. Madres, tías, primas, de todo. Si no los buscamos nosotros, nadie los va a buscar con el amor de nosotros. Señor nos ponemos en tus manos para poder encontrar esos corazones. Padre te pedimos que nos protejas de todo peligro― exclama Mamá Linda, una mujer que viaja frecuentemente de Estados Unidos a Sonora para buscar a su hijo desaparecido… a los desaparecidos.
El primer punto de búsqueda fue sobre la carretera Hermosillo-Bahía de Kino, cerca de donde desapareció Marco Antonio, el hijo de Ceci. Es un lugar árido, con la tierra y maleza secas, bajo los intensos rayos del sol, toneladas de basura tirada y quemada. Las madres habían recibido una llamada anónima que les informaba que ahí había cuerpos enterrados.
Cuatro palas ―en el mejor de los casos―, un pico y dos “varillas videntes”, así le llaman las madres buscadoras, porque son sus ojos bajo la tierra. Y es que al enterrarlas, no sólo constatan el nivel de dureza del suelo, sino también trae consigo el aroma a sangre o bien a grasa en el caso de se trate de un hallazgo positivo, es como le llaman al descubrimiento de osamentas, cuerpos o restos humanos. Esa toda la herramienta que las madres llevan a sus búsquedas.
Con voz clara y firme, Ceci Flores le indica a las demás madres buscadoras que guarden sus celulares, porque la búsqueda ha iniciado. Descarta y encontrarás: No hay una receta paso a paso de cómo hacer una búsqueda; por tanto, no hay un lugar definido en dónde iniciar. Todo se basa en la experiencia, perspicacia y en la intuición.
“¿Dónde sería un buen lugar para esconder un cuerpo?”, es uno de los pensamientos iniciales de las madres buscadoras. Aquí es donde la varilla vidente, la vista y el olfato juegan un papel trascendental. Buscan indicios que den pie a una examinación más profunda: la tierra removida es una de ellas. El principio clave es descartar puntos. Si la varilla vidente no da rastros de algún olor que desprenden los cadáveres debajo de la tierra, descartan y continúan avanzando.
Luego de descartar el perímetro inicial más próximo a la carretera, las madres se distribuyen en forma de “abanico” y continúan la exploración. Más adelante en el camino, una de las buscadoras da cuenta de una serie de cartuchos tirados sobre el suelo. ―Dicen que lo usan para matar pájaros― refiere.
Casi dos horas después del arranque y sin encontrar hasta ahora ningún hallazgo “positivo” dan por terminada la búsqueda en ese sitio.
El primer “positivo” de las madres buscadoras de Sonora
“El colectivo Madres Buscadoras de Sonora anunció este sábado el hallazgo de al menos 17 fosas clandestinas con restos humanos en la playa del Choyudo, un sitio cercano a la costa del Mar de Cortés, en el municipio de Hermosillo, en el estado de Sonora, México”, así reportó la noticia del primer hallazgo el medio alemán DW. Ellas están a punto de hacer el segundo mayor hallazgo de fosas clandestinas desde su fundación en mayo de 2019, pero ¿cómo llegamos ahí?
Al no hallar ningún positivo en el primer punto, las madres se trasladan a un segundo lugar de búsqueda muy cerca de Bahía de Kino. Ahí el objetivo también es buscar a Marco. El sitio presenta hundimientos pronunciados de tierra y está lleno de botellas de plástico, guacales, maderas, libros viejos, bolsas y una extensa variedad de basura tirada. Algunas integrantes decidieron esperar a un lado por el riesgo que implicaba bajar al suelo hundido pasando por un tramo de tierra endeble y piedras pequeñas sueltas que propiciaban a un resbalón seguro, pero la mayoría asume el peligro y avanza hacia lo profundo.
Durante la agobiante caminata y sin todavía ningún hallazgo más que el de una víbora inquieta en el sendero, Ceci recibe una llamada. En la comunicación, una persona anónima le dice que tenía información de un sitio en donde podrían haber cuerpos enterrados, pues cuando fue a cortar leña para su casa, se percató de que en el lugar había tirado cabello color rojo de una mujer. Le confiesa que, desde entonces, no había podido dormir y sentía miedo de regresar a ese lugar, por lo que se armó de valor para reportarlo a las buscadoras.
Sin pensarlo dos veces, Ceci interrumpe la búsqueda de su hijo Marco, le pide la ubicación precisa y se dirigen hacia ese lugar. Deben darse prisa, pues ya se aproxima el anochecer. Tras una hora y media de camino arriban al punto. El misterioso sitio es un monte que se encuentra sobre la carretera Sonora-San Luis-La Bandera, cerca del ejido El Choyudo, pero aún más de la localidad de El Pedernal, en las inmediaciones de la costa de Hermosillo.
La carretera es tan angosta que si te equivocas y te pasas unos metros, para dar la vuelta al vehículo, debes contar con una gran astucia al volante. El informante ofreció datos imprecisos, pero útiles: deben ingresar a la altura de un camino y, una vez ahí, seguir hasta la zona de una pequeña construcción abandonada en medio de la nada. ―Me llegó un olor― anticipa una de las madres. Después de errar en el primer intento de entrar, una de las buscadoras parece haber identificado el punto de entrada correcto… así fue. Descienden de la Urvan, dan un vistazo general al área y echan de nuevo la andada.
El predio está cubierto de maleza, plantas espinosas, el piso es seco, un tanto pedregoso, lleno de madrigueras, agrietado, en algunas partes con gran presencia de moscas y en lo alto un par de zopilotes volando en círculos como si estuvieran enojados de que les interrumpieron el almuerzo… pero además con una característica atractiva para quienes buscan enterrar cuerpos, la tierra es suave.
La primera meta es encontrar las “ruinas”. Ceci y las madres van adelante. Van inspeccionando a su alrededor, buscando algún indicio. Aún nada, tampoco de la construcción abandonada. Al paso de varios minutos la líder recibe una llamada de otra madre en la que le confirmaba que habían encontrado las ruinas y le explica cómo llegar. Inmediatamente caminan hacia allá.
Ya en el punto de partida clave, no habían pasado ni cinco minutos y las madres encontraron un fragmento de cráneo humano al lado de un pequeño hundimiento de tierra. ― ¡Positivo!― se escucha a la distancia. Una toma la pala y comienza a excavar. Tras retirar las primeras capas de tierra, ahí está el pedazo de cabello rojizo de mujer a la que se refería el anónimo.
Enseguida, dan aviso al personal de la Comisión Estatal de Búsqueda, los de Guardia Nacional hacen lo propio con sus compañeros. Al confirmar que sí se trataba de restos humanos, entre todos acuerdan que por la hora próxima al anochecer, se esperarían al día siguiente por la mañana para notificar a los peritos de la Fiscalía de Sonora. ―Si les avisamos ahorita, son cuatro horas para que lleguen― dice una de ellas. A lo lejos, alguien grita que habían encontrado otra fosa clandestina a tan sólo unos metros del primer hallazgo del día. Ceci decide que no la revisaría en ese momento. Sin más, se retiran con la promesa de regresar al día siguiente por la mañana.
Un cementerio clandestino en Sonora
Es sábado 13 de enero, 8 de la mañana. De vuelta a la Urvan blanca. Hoy hay cuatro madres más que se unieron a la misión. Se dirigen hacia terreno ubicado cerca de El Choyudo. Llegamos. Luego de realizar la oración del día, las madres comienzan oficialmente la búsqueda. Se dirigen hacia la posible fosa que quedó pendiente el día anterior y tan pronto comienzan a escarbar se alcanza a observar un cinto y confirman que ahí hay, al menos, un cuerpo enterrado.
―Con cuidadito lo voy a hacer, porque ahí está la grasa, mira, ya la grasa brotó, mira― dice Ceci Flores mientras excava la posible fosa clandestina. En su interior, se puede ver una especie de cinto. Al introducir la varilla vidente y olerla, Ceci dice que se trajo consigo algo de grasa del cuerpo. Sigue cavando y confirma el descubrimiento de una camisa color negra. ―Ya aquí está el positivo, tiene camisa negra― exclama Ceci. Nuevamente, a lo lejos, una madre grita que encontró una fosa más. Todo eso mientras elementos de la Guardia Nacional, AMIC y policía municipal se limitan a observar las labores de búsqueda.
Me llama mucho la atención que ese lugar en medio de la nada al parecer era un sitio bastante popular. Había un sinfín de huellas de llantas de camionetas, inclusive, de motos y bicicletas. También había cascos de caguamas abandonados y corcholatas de envase de cervezas dispersas en la zona. ¿Una fiesta en el monte? Por qué no.
―¡Positivo, positivo!― Eran los gritos que se escuchaban por todas partes de madres avisando de nuevas fosas encontradas. Una tras otra. El terreno estaba repleto de enterramientos ilegales, se encontraban pisando un cementerio clandestino.
Para ampliar más la búsqueda, las madres se dividen en tres grupos en distintas direcciones. Yo me uno al grupo de Ceci y continuamos el recorrido. Lo que estábamos a punto de presenciar fue una de las escenas más impactantes que me ha tocado ver: un cuerpo expuesto regado sobre el suelo. Una pierna semicubierta con un pedazo de ropa, con una tonalidad café y en proceso de putrefacción, un cráneo fragmentado, un torso segmentado casi a la perfección, y lo que parece ser la osamenta de un brazo.
Mientras intentaba procesar lo que recién había visto, las madres siguen caminando y llegan a una especie de cámara de tortura, un escenario siniestro. Amarrada a un árbol estaba una tela en forma de cinta que posiblemente habría sido utilizada para amarrar o ahorcar a las víctimas sin remordimiento; un alambre enrollado en forma de esposas policiales, además de algunas piezas de ropa y calzado tirados en la tierra. Y alrededor, un contenedor de plástico, restos de lo que fue un refrigerador, rejillas hechas de varilla, guacales rotos, la estructura de una mesa de madera y fragmentos de bloques de construcción. ¿Un narco laboratorio? Quizá.
De pronto y sin darse cuenta, de dos fosas iniciales, aumentaron a siete, luego a nueve, a 19 y contando… una locura. ―Toda esa ropa es de desaparecidos, porque aquí no es basurero― dice Mamá Linda al tiempo que camina temerosa. En ese cementerio clandestino fueron encontrados cuerpos de mujeres torturadas, quienes estaban amarradas, encadenadas y esposadas de los pies y manos, así como de algunos hombres encintados de la cara.
El ambiente se siente perturbador, huele a peligro. Estamos “invadiendo” territorio de la mafia. Mientras camino junto al grupo de madres buscadoras, Ceci bromea ―tú eres el único hombre aquí, así que ya sabes, si aparecen los mafiosos, te va a tocar correr con nosotras― yo sólo asiento con una sonrisa nerviosa.
Con poca agua, evidente cansancio y hambrientas, las madres siguen la búsqueda. Por ratos se detienen a descansar durante unos segundos y continúan. Las piernas ya pasan factura, pero retoman el andar. Luego de varios minutos sin ningún nuevo hallazgo, las buscadoras determinan que es momento de regresar con el resto del grupo. Pierden del rumbo por unos instantes y lo recobran gracias al GPS de un celular. Por fin llegan con las demás. En la zona, servicios periciales se encuentra procesando las fosas, las madres se percatan cómo sacan del hoyo un par de sandalias “crocs” y las colocan a un lado, pertenecían a una joven.
Las madres buscadoras regresan al punto donde se encontraba estacionada la camioneta para comer y después ir a descansar la mente del terrorífico hallazgo. Dos o tres ayudan a prender la fogata, juntan unas piedras grandes, ramas secas pequeñas, bolsas de frituras de maíz, pedazos de cartón, botellas de plástico y otros tantos de basura tirada, y con una facilidad impresionante logran avivar el fuego. Colocan la olla con la cochinita pibil y la calientan para después hacer que cada quien se sirva unos tacos calientitos. Se acerca el final del recorrido y ya después de haber probado un bocado, las guerreras dejan descansar esas palas, varillas y pico. Abordan la Urvan y emprenden el viaje de regreso a Hermosillo junto con la puesta del sol.
Sólo el 13 de enero fueron encontradas 19 fosas clandestinas y un número indeterminado de cuerpos y restos humanos. Hasta el 18 de enero de 2024, se han hallado al menos 29 fosas en total y más de 50 cuerpos, de los cuales, uno de una mujer ya fue entregado a la familia.
Desde 2007 hasta a principios de octubre de 2023, se habían localizado 5 mil 696 fosas clandestinas. De esas, 2 mil 864 fueron descubiertas sólo en el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, siendo 2019 el año en el que más fosas se encontraron con 970. En un país con más de 111 mil 500 personas desaparecidas.
“Decimos que en este país hay tres opciones cuando sales a la calle: la buena que regreses a tu casa, la media buena que te encuentren asesinado ahí tirado en la calle y la peor que te puede pasar, que estés desaparecido”
MARIO VERGARA, ACTIVISTA FUNDADOR DE LOS OTROS DESAPARECIDOS
Madres Buscadoras de Sonora: Un día con las mujeres que aprendieron a buscar a sus desaparecidos en el monte
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