El 3 de septiembre de 2012, cuando Griselda Blanco de Trujillo murió baleada mientras esperaba que el dependiente le entregara la carne que había comprado para su casa, como cualquier vecina, las autoridades colombianas no tenían ni un comparendo en su contra.
La llamada “Reina de la cocaína”, “La viuda negra”, la mujer que tuvo la idea de contratar sicarios en moto para asesinar a sus enemigos, aquella a la que señalaban de haber comenzado lo que se conoció como la “Cocaine Cowboys War”, que convirtió a Miami en la ciudad más violenta de los Estados Unidos, vivía a sus 69 años relativamente tranquila en Medellín.
Había regresado al país sin responder por los más de 250 homicidios que había ordenado, según los investigadores en Norteamérica, muchos de ellos cometidos por sicarios en motocicleta, una modalidad que, aseguran, ella misma inventó y que, ironías de la vida, sirvió para acabar con su existencia: un hombre de unos 30 años se bajó de una moto y le metió dos tiros.
Desde 2004 Blanco vivía en un apartamento en el exclusivo sector de El Poblado tratando de no llamar mucho la atención, aunque todavía hacía una que otra visita a sus amigas en el barrio Trinidad, hoy en día una especie de supermercado de narcóticos donde se comercializa todo tipo de droga en plena calle y a la vista de la Policía a solo cinco minutos del centro de Medellín; aquí, en este sector popular, conocido también como el barrio Antioquia, fue donde todo empezó.
En la serie de Netflix Sofía Vergara interpreta a Griselda Blanco
Blanco, nacida en Santa Marta, una hermosa ciudad ubicada frente al mar en la costa norte de Colombia, llegó a Medellín con su madre, Ana Lucia Restrepo, a mediados de los años 50 huyendo de la pobreza y de los abusos del padre de Griselda. Ambas mujeres de belleza natural consiguieron trabajo inicialmente como meseras en un sector de bares y prostitutas en el centro de la ciudad conocido como Lovaina, y una casa para vivir en el barrio Antioquia, para entonces, refugio de ladrones y malandros de poca monta y el lugar de donde saldrían las primeras mulas del narcotráfico. Allí conoció a su primer marido (de quien conservó su apellido hasta su último día): Carlos Trujillo, un falsificador de documentos que se convirtió en el padre de sus hijos mayores, Dixon, Uber y Osvaldo, y el cual moriría a comienzos de los años 70, algunos dicen que de cirrosis, mientras que otros afirman que asesinado por orden de la madre de sus hijos.
Entre un lugar y el otro Griselda, que era apenas una adolescente, comenzó a desarrollar actividades poco legales para complementar las propinas que se ganaba como mesera; junto a sus amigos del barrio aprendió el arte del carterismo y demostraba sus habilidades vaciando con éxito los bolsillos de los borrachos que visitaban los bares de Lovaina, el mismo lugar donde conoció a quien se convertiría en su nuevo esposo y quien le abriría la puerta para ingresar al mundo del tráfico de drogas.
Alberto Bravo era un joven miembro de una familia prestante de la ciudad que recorría las céntricas calles llenas de prostíbulos en un lujoso automóvil. Según decía, además del dinero de la familia, Bravo se costeaba sus lujos importando ilegalmente desde Panamá y Estados Unidos licores y perfumes caros, ropa y bolsos costosos y pequeños electrodomésticos que le vendía a los miembros de su círculo social y a las profesionales en ascenso, que le pagaban por cuotas, y hasta ropa interior de seda y encaje para las trabajadoras sexuales a las que visitaba casi a diario; sin embargo, “Pirringuis”, como era conocido, tenía otro negocio más lucrativo del que algunos hablaban por lo bajo.
Alberto Bravo se enamoró de la bella Griselda y le confesó su secreto; por medio de una enfermera de un hospital local el joven contrabandista lograba hacerse con excedentes de cocaína que por esos días una empresa alemana distribuía legalmente en Colombia con el fin de aliviar el dolor de los pacientes terminales. Así las cosas, Bravo llegaba a Medellín con mercancía y regalos caros y de regreso aprovechaba para llevar en pequeños tubos cocaína a Estados Unidos, donde ya empezaban a consumir y a pagar precios exorbitantes por ella.
Griselda Blanco comenzó a enviar mulas a Estados Unidos con coca en la ropa interior y en los tacos de los zapatos.
Griselda convirtió lo que era una operación menor en una verdadera industria. Comenzó a enviar cada vez más cantidad de droga utilizando correos humanos, lo que se conocerían como las “mulas de la cocaína”. Blanco escondía el producto en fajas, la ropa interior de las mujeres, maletas de doble fondo, suelas de zapatos y hasta en jaulas para perros; la misma habilidad que ella usaba para entrar y salir de los Estados Unidos disfrazada con pelucas y pañoletas y utilizando documentos falsos, incluso cuando ya era una de las delincuentes más buscadas en ese país, al punto de que, revisado su historial durante uno de sus juicios, no figuraba que Griselda Blanco hubiera cruzado nunca las fronteras.
Blanco y sus hijos llegaron a Queens, el barrio más latino de Nueva York, a finales de la década de los 60; pero pocos años después se radicaron en Miami, desde allí, junto con Alberto Bravo, comenzaron a coordinar lo que pasó de ser la exportación de pequeñas cantidades de cocaína a una operación a gran escala para transportar marihuana colombiana y coca que conseguía en Perú y Bolivia y que enviaba a los Estados Unidos por medio de una flotilla de aviones en asocio con José Antonio “Pepe” Cabrera, un analista de datos que terminó convertido en “las alas del cartel de Medellín”.
Durante casi 5 años Griselda y su esposo consolidaron una operación que les reportaba, según cálculos de las autoridades, unos 80 millones de dólares al mes, lo que les permitió una vida llena de lujos y excentricidades, recordó su sobrino Nelson Guillermo Restrepo en una entrevista para la cadena estadounidense Univisión. “Había demasiada plata, muchas casas, muchos carros, todo de último modelo. Nosotros nos manteníamos en las mejores discotecas, tomando Dom Perignon, hacía fiestas de cinco, seis, siete días, nunca era una fiesta de dos días”.
Sin embargo, en abril de 1975, “La Madrina” del narcotráfico colombiano en Estados Unidos fue acusada finalmente por varios cargos criminales, junto con una veintena de hombres de su organización. Tuvo que escapar de Miami, en un avión privado, que aterrizó en Bogotá, donde fue recibida por una caravana de carros y un nutrido grupo de guardaespaldas; el motivo de su regreso al país, después de tantos años, no solo era escapar de las autoridades estadounidenses, también quería ajustar cuentas con su esposo, Alberto Bravo, el hombre con el que había construido un imperio criminal.
En la serie de Netflix Alberto Amman interpreta a Alberto Bravo, el esposo asesinado por Griselda Blanco.
Blanco se encontró con su marido a las afueras de una reconocida discoteca en el norte de Bogotá. La mujer le reclamaba a su esposo que había “desaparecido” millones de la operación que ambos manejaban sin dar cuentas de nada; mientras que el hombre estaba convencido de que su esposa se había autodenominado “La Madrina” para aparecer como la única cabeza del entramado delincuencial que hasta ahora había sido un negocio familiar. La discusión terminó en una espectacular balacera con siete muertos, incluyendo a Alberto Bravo, que recibió un disparo en la cara proveniente de la pistola de su esposa, y varios heridos, incluyendo la propia Griselda, que recibió un tiro en el abdomen.
Blanco sobrevivió para seguir eliminando a sus competidores. A medida que crecía su poder también lo hacía su crueldad. “Griselda es la persona más malvada que he conocido en mi vida -aseguró Max Mermelstein, un piloto del narcotráfico que terminó convertido en informante de la DEA-. Otros mataban porque tenían que hacerlo; Griselda mataba porque lo disfrutaba. Podía verse la sed de sangre en sus ojos. Eran ojos de muerte”.
Lo cierto es que Blanco asumió que tenía que ser el doble de inteligente y el doble de astuta, pero también el doble de violenta para consolidar su posición en un mundo dominado por hombres. “Ella tenía que sobrepasar, demostrar que no perdonaba a nadie, si no, la pisotean. Si ella le debía dinero a usted y no quería pagarle, lo mandaba a matar, si usted le debía dinero a ella y usted no quería o no podía pagarle, también lo mandaba a matar”, recordó el exdetective de Homicidios y luego jefe de la Policía de West Miami, Nelson Abreu, en entrevista con Univisión.
Jorge “El Rivi” Ayala se convirtió en el sicario preferido de Griselda Blanco, en la serie de Netflix es interpretado por Martín Rodríguez.
En 1980 la ciudad de Miami tuvo que pedirle a la cadena de hamburguesas Burguer King que le alquilara un camión para congelar carne, con el fin de albergar parte de los 573 cadáveres que dejó ese año la racha de homicidios en la ciudad; y ese sería solo el principio, un año después, 1981 se convirtió en el más violento en la historia de la llamada “Capital del sol”: 621 personas murieron asesinadas.
En el origen de semejante baño de sangre, aseguran las autoridades, estuvo Griselda Blanco. “Si Griselda Blanco no hubiese existido, no habría habido guerra de la cocaína”, escribió Max Mermelstein en su libro “El hombre que hizo llover coca”
En 1979, a los 37 años, Germán Jiménez Panesso era un poderoso narcotraficante que se movía por Miami en una limosina Mercedes Benz blanca blindada en compañía de su amigo y guardaespaldas Juan Carlos Hernández. Panesso había cometido el error de no pagarle un cargamento a Griselda, quien lo acusó de robarla y no se lo perdonó. El 11 de julio, a las 2:30 de la tarde, mientras el narco y su escolta estaban en la licorera Crown Liquors Shop, en el Dadeland Mall, el centro comercial de moda en ese entonces, para comprar whisky como hacían cada semana, un par de sicarios llegaron en lo que parecía un camión de reparto con un irónico letrero al costado: “Happy Time Complete Party supply” (Suministros para fiestas – Momentos felices).
Los hombres salieron del camión. Uno de ellos sacó una pistola Beretta .380 con un silenciador y le disparó a Panesso cuatro veces en la cara; mientras su compañero disparaba con una ametralladora automática Ingram MAC-10 sobre el escolta de Panesso; luego, regresaron a la camioneta y dispararon sin parar sobre el estacionamiento y las tiendas alrededor mientas escapaban. Cuando las autoridades encontraron la camioneta abandonada detrás del centro comercial no solo descubrieron que le habían puesto una gruesa capa de blindaje, sino que en su interior abandonaron más de 20 armas de fuego, incluidas escopetas, pistolas y armas automáticas.
Uno de los sicarios era Jorge el “Rivi” Ayala, un joven proveniente de Cali que había llegado de Chicago a comprar marihuana a Miami y que se convertiría en el gatillero favorito de Griselda. Ese fue el comienzo de lo que se denominó la guerra de los “Cocaine Cowboy” que marcó una violenta época en la historia de la ciudad y que fue el origen de series como “Miami vice”.
Fotos del Instagram de michaelcorleoneblanco
Blanco, tratando de alejarse de los problemas, le dejó el negocio en Miami a sus hijos y se fue de la ciudad. Fue el comienzo de su declive. Los descendientes de “La Madrina” no heredaron ni su habilidad ni su inteligencia ni su astucia, pero sí su afición por la fiesta y los lujos desproporcionados, y en pocos meses quedaron en la mira de las autoridades, que en medio de sus investigaciones dieron con el paradero de Griselda, quien vivía junto con su madre y su hijo menor, Michael Corleone Sepúlveda, en una casona en Irvine, una pequeña ciudad fundada en los 70 en el condado de Orange en California que se caracteriza por tener uno de los niveles de criminalidad más bajos de los Estados Unidos.
Esta vez no le valieron las identificaciones falsas con las que pretendía hacerse pasar por una ama de casa venezolana. Fue detenida el 17 de febrero de 1985 y condenada unos meses después a 15 años de prisión por múltiples cargos de conspiración para ingresar drogas a los Estados Unidos. En 1993 fue acusada nuevamente, esta vez de al menos 10 homicidios, incluyendo el de un niño de 3 años que murió en medio de un enfrentamiento por drogas. Blanco se declaró culpable solo de tres asesinatos y recibió 20 años más de condena, todo indicaba que moriría en una cárcel federal en Tallahassee, Florida, pero en junio de 2004 fue liberada y regresó a Medellín.
El 3 de septiembre de 2012 nadie parecía preocuparse por Griselda Blanco, nadie sabía que “La viuda negra”, la mujer señalada de haber ordenado más de 200 homicidios, la que le cambió la cara al narcotráfico e inició una guerra que marcó la época más violenta de Miami, la “madrina” de Pablo Escobar, vivía tranquilamente como una millonaria retirada en un apartamento de El Poblado; bueno, casi nadie. Alguien sabía y ordenó su asesinato. Un sicario bajó de una moto mientras Griselda esperaba que le entregaran su orden en una carnicería y le pegó dos tiros, uno le entró por un hombro y le atravesó la clavícula izquierda, el otro, el que la mató, entró cerca a su ojo derecho, le destruyó el cerebro y salió por el cuello.