Por Raymundo Riva Palacio
El viernes por la noche Azucena Uresti, la periodista de medios electrónicos que brincó a la fama pública durante uno de los debates presidenciales en 2018 por sus preguntas incisivas, anunció en el noticiero estelar de Milenio Televisión que conducía, que sería el último en la empresa donde laboró por dos décadas, y que dejaba el canal. Su mensaje de despedida fue cáustico, pero una frase de tres palabras, “dadas las circunstancias”, incendió las redes sociales que se volcaron a la discusión de si fue un acto de censura o una decisión de la comunicadora.
Milenio difundió un comunicado cuando la pradera estaba ardiendo para decir que había sido un acuerdo entre ambas partes. La periodista no agregó más detalles a los expuestos, y el propio presidente Andrés Manuel López Obrador, sobre quien cayeron las críticas por censor y autócrata, le pidió que explicara las razones de su salida.
La verdad ya es irrelevante. Nadie quitará en una parte del imaginario colectivo que se trató de un acto de censura, lo que explica que los voceros a sueldo de la Presidencia, fueran activados el fin de semana para hacer un control de daños. Aún si fuera cierto lo que aseguró Milenio sobre la salida consensuada, todo queda en entredicho.
Los antecedentes en la forma como suele actuar la familia González, propietaria del Grupo Milenio, y el contexto en el que se dio la salida de Uresti, abonan a la creencia de que se trató de un acto de censura del gobierno, que fue también la lectura que se le dio en el medio periodístico, donde un importante número de periodistas y comunicadores respetados expresaron su solidaridad con ella, en un juego de valores entendidos que sugerían represión política.
Nunca cambió su política editorial al servicio del presidente en turno, y a lo largo de este siglo han habido periodistas y colaboradores que salieron del grupo por ser incómodos en el despacho presidencial, donde el quid pro quo ha sido la publicidad oficial. Su hijo, Francisco González Albuerne, el hombre fuerte hoy en día en Milenio, ha llevado esa actitud medrosa y entreguista, pero comercialmente redituable, a niveles que no había visto ese grupo en su historia.
Sin embargo, la historia en sí misma de la familia González no habría alcanzado para generar la discusión digital que produjo la salida de Uresti, de no haber existido un marco en el cual la sospechas de censura tomaron carta de identidad.
En la misma semana hubo ataques vitriólicos del presidente en contra de Carlos Loret, por haber difundido en Latinus el trabajo de su periodista de investigación Mario Gutiérrez sobre los conflictos de interés de los hijos del presidente en negocios irregulares, probablemente ilegales, a través de sus amigos y el jefe de la Ayudantía de López Obrador. No es inédita la violencia ni los fustigamientos contra Loret, pero en la semana compartió la metralla presidencial con Brozo, el personaje de payaso interpretado por Víctor Trujillo, cuya afirmación que el voto por la Presidencia sería “por la dictadura” o “por la democracia”, provocó una crítica de López Obrador y una nueva réplica de Brozo, que lo llamó “dictador”.
Otro de los periodistas favoritos de la crítica de López Obrador, Joaquín López Dóriga, volvió a figurar en la mañanera, y lo emplazó a que probara que la asistencia no había llegado a la población de Acapulco afectada por Otis, que había reportado días atrás. El periodista respondió sosteniendo su afirmación y retando a que sea el gobierno que pruebe lo contrario, lo que hasta la fecha no ha hecho.
La virulencia de López Obrador contra la prensa permite todo tipo de conjeturas, y alimenta la idea de la censura contra Uresti, a quien también ha señalado y atacado en las mañaneras, la última, días antes de su salida de Milenio.
La prensa y los medios son los principales receptores de los ataques, difamaciones y señalamientos beligerantes de López Obrador, porque no ocultan lo que quisiera que nadie supiera, que el Tren Maya no está funcionando como prometió, que tampoco refina su refinería de Dos Bocas, que el aeropuerto “Felipe Ángeles” está convertido en un elefante blanco, que la corrupción en su gobierno es más grande que en anteriores administraciones y que su política de seguridad ha llenado de sangre al país.
López Obrador afirma que hoy existe más libertad que nunca y, como corean sus voceros, no ha pedido a ningún medio la cabeza de ningún periodista. Esas afirmaciones son relativas. No hay más libertad que nunca, porque ha sido constante en tratar de ejercer previa censura mediante amagos y amenazas. No utiliza la exigencia directa de que despidan a nadie, pero desde Palacio Nacional, en la mañanera, ha cuestionado a los dueños de los medios de mantener en sus nóminas a periodistas críticos a su gobierno, y para presionarlos, los ha señalado de estar alimentando la crítica porque han perdido privilegios que tenían en el pasado, utilizando esa palabra -“privilegios”- como eufemismo mal aplicado de contratos públicos.
El presidente ha llegado a límites de ataques a la prensa y la libertad de expresión que no se habían visto, en forma y fondo, en la memoria. No ha sido discrecional, como lo han hecho gobiernos anteriores, sino ha generalizado contra todos aquellos que discrepan de sus acciones o critican algunas decisiones, incluidos periodistas que fueron afines a él y lo apoyaron, como Trujillo o Carmen Aristegui, o personas que están más cercanas a él en lo ideológico y político, como Roberto Zamarripa, el nuevo director de Reforma.
La virulencia de López Obrador contra medios y periodistas ha subido de intensidad desde hace unos meses, y elevado el tono inflamatorio y la difamación en las últimas semanas, donde no hay día que no haga una referencia negativa, acusatoria y que llama al linchamiento. Dadas las circunstancias, parafraseando a Uresti, la percepción de que la comunicadora salió por un acto de censura, tiene enormes asideras, subjetivas ciertamente, pero que están perfectamente encuadradas con el deseo del presidente de que toda prensa y periodista que no se le hinque y le rinda tributo, es su enemigo y hay que acallarlo.